3/02/2011

Presunto culpable



Arnoldo Kraus

En México se es culpable si las autoridades lo desean o lo requieren; se es culpable si se carece de dinero y se tiene la desgracia de ser primero víctima de la policía y después del sistema judicial; se es culpable si es la pobreza la que determina el estatus social y ésta la condición jurídica; se es culpable cuando nuestro sistema jurídico requiere ensalzar sus logros, y se es culpable porque la maraña, ineptitud y sordera de nuestras leyes impide, aunque sea el caso, demostrar inocencia.

José Antonio Zúñiga Rodríguez, Toño, protagonista de Presunto culpable fue culpable durante casi tres años por un crimen que no cometió. Dejó de serlo por un quiebre del destino: su novia, después de haber sido alertada de un breve documental (El túnel), donde se exponen las irregularidades del sistema penal de este país, se acercó a sus creadores, Layda Negrete y Roberto Hernández, jóvenes abogados estudiantes de doctorado en Berkeley, California.

El filme contiene dos tramas que se entremezclan. La primera gira en torno a un joven tianguista en Iztapalapa. Toño es acusado de homicidio con arma de fuego por el primo de la víctima, quien, además, es testigo del crimen. Tal y como lo ratifican, al menos tres personas, en el momento del asesinato, Toño se encontraba trabajando. La segunda historia desvela algunos fragmentos de nuestro sistema judicial. Toño es acusado por un crimen que no cometió, es capturado, golpeado por la policía y condenado a 20 años de prisión. Entrevero en los párrafos siguientes ambas historias.

La infamia cometida contra Toño finalizó por la conjunción de tres circunstancias: su novia encontró con quién hablar, Negrete y Hernández dedicaron muchas, muchísimas horas para estudiar el caso y el acusado tuvo la suerte de contar con un abogado defensor, que además de no cobrar, contribuyó con la dupla Negrete-Hernández a exponer las groseras irregularidades del juicio. Toño fue absuelto por la suma de las circunstancias previas. Tuvo suerte –si es que suerte es el término adecuado–, ya que fue liberado después de purgar una condena injusta entre fines de 2005 y mediados de 2007. El destino –¿suerte?– de Toño debe sopesarse: a pesar de ser inocente pasó 804 días en prisión, mismos 804 días de inconsciencia para quienes lo encarcelaron sin razón y sin competencia alguna. Son demasiados los Toños encarcelados y escasísimos los Toños de Presunto culpable.

Dirigido por Roberto Hernández y por Geoffrey Smith, el documental demuestra, con rigor, sin excesos, sin amarillismo cuán endeble es nuestro sistema judicial y expone sus entrañas. La verdad no importa, lo que importa es fabricar culpables. Importa lo que dice la fiscal: Acuso porque ésa es mi chamba. Importa la voz del policía anónimo: A los probables delincuentes les inventamos delitos. Importa el recuerdo inicial de Toño: Fuiste tú. No te explico nada, cabrón. No te hagas pendejo. Ya te agarré, ya te chingaste. Cuando la presunción de inocencia ha sido suplida por la presunción de culpabilidad, como sucede en México, todo es posible. Fabricar culpables y encarcelar inocentes es el sello de la justicia en México. Sumadas algunas circunstancias –código postal, clase social, color de la piel–, se corre el riesgo de ser detenido sin pruebas y ser juzgado sin testigos. Y se corre el riesgo, como sucedió con Toño, de ser culpable a pesar de que las pruebas que evaluaron si había o no disparado fueron negativas. Después de 24 horas del homicidio Toño deja de ser inocente a pesar de que no existían averiguaciones científicas.

El documental, por medio de una serie de estadísticas, que aparecen como focos rojos a través del filme, demuestra con cifras la crudeza del sistema y la (casi) imposibiliad de la justicia. Inter alia: 95 por ciento de las sentencias en el DF fueron condenatorias. 93 por ciento de los reos nunca vieron la orden de aprehensión. 41 por ciento de los presos son torturados. Si a esas cifras se agrega la indefensión y la injusticia crónica que padece más de la mitad de la población mexicana por ser pobre, se comprende las sinrazones por las cuáles las cárceles están saturadas de toños. La ética cero de los Ministerios Públicos, la insanidad de la policía, la incompetencia y falta de profesionalismo de los jueces y las irregularidades de los procedimientos de origen son norma y alimento de la corrupción.

¿Es posible escapar de ese mare magnum putrefacto? No lo creo: Sin esos oprobios no existiría el sistema judicial mexicano. Leer para confirmar: el juez que condenó nunca asistió a las audiencias; el abogado defensor carecía de cédula profesional; dos judiciales que amenazan a los abogados de lo que pudiera pasarles y un juez, que con dificultad entiende los planteamientos del abogado defensor, son, entre otras, algunas de las razones para explicar la inmovilidad y la inmortalidad de un sistema de justicia corrupto y brutal.

El documental de Hernández, Negrete y Smith retrata a la injusticia mexicana. Las imágenes casi siempre tienen más peso que las palabras. Así sucedió tras la matanza de Aguas Blancas, así pasa cuando observamos a una persona colgada de un puente, así sucede cuando se muestra un cuerpo decapitado. Negrete y Hernández colgaron al lado de sus títulos profesionales una cámara. Con ella retrataron a nuestro sistema judicial. Con ella mostraron la indefensión de muchas personas. Urge implementar los juicios orales en lugar de los escritos. A través de ellos los presuntos culpables tendrían más oportunidades y los presuntos fiscales y jueces menos oportunidades.

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