1/23/2012

El factor indígena

“La paz no es solamente la ausencia de la guerra

mientras haya pobreza, racismo, discriminación y

exclusión difícilmente podremos alcanzar un mundo de paz” :

Rigoberta Menchú

Fue un experimento diseñado por Kenneth y Mammie Clark en los años 30 del siglo pasado en la Unión Americana. El Conapred lo aplicó a niños mexicanos. En el vídeo “Viral Racismo en México” se ve a los pequeños expresarse libremente. Les preguntan frente a un muñeco blanco y otro moreno, cuál de los dos es “feo o malo”. Todos contestaron que el moreno es ambas cosas y defendieron al blanco.

El racismo, como ya se sabe, se transmite y reproduce culturalmente. Los niños que desprecian al muñeco moreno no son un caso aislado, representan a la sociedad mexicana, por tanto, no son responsables de lo que sus mayores les enseñan o de las actitudes que aprenden de los adultos. Somos genética y ambiente.

México es un país racista. Esta afirmación es una realidad fácil de constatar. En un país cuya población indígena alcanza el 13 por ciento, la representación indígena en las instituciones es casi nula. Los indígenas no existen. Son invisibles. No están en el Congreso, ni el Senado. No hay secretarios de Estado indígenas, tampoco directores. Mucho menos gobernadores. Tal vez ha habido algún que otro alcalde en la historia democrática de este país, pero en realidad, los indígenas llevan más de cinco siglos sin ser incorporados a la vida institucional y continuarán ignorados por decreto de Estado mientras nos gobiernen sujetos poco sensibles al llamado “factor indígena”.

En México se discrimina por el color de la piel, por el uso de lenguas autóctonas, por la forma de vestir, por la opción sexual, por ser mujer, niño, migrante, discapacitado o anciano. Hay muchas formas de exclusión, pero una de las formas más terribles de racismo es la que desprecia el origen, nuestro propio origen, el racismo contra los indígenas.

Su población se concentra mayoritariamente en el centro y sur del país, pero hay grupos étnicos en toda la República. Los hablantes de lenguas indígenas suman más de 7 millones. Hay 65 lenguas vivas y nuestro país es el primero con mayor cantidad de personas hablantes de lenguas amerindias en América. Sin embargo, el castellano es la lengua oficial y no se fomenta ni se cuida debidamente la enseñanza de las lenguas indígenas por lo que algunas tienden a desaparecer. Incluso, la pérdida del idioma autóctono surge para evitar ser rechazados.

En el acceso a la justicia, los indígenas son igualmente invisibles. Hay indígenas presos porque no hay traductores en los juzgados, conozco varios casos en Chiapas, incluso existe un tzotzil condenado por robarse unos tenis y no tener un abogado de oficio en su idioma.

“La discriminación está en las escuelas, en el campo; se manifiesta en hechos desde que el Estado nos ignora hasta que no entienda nuestra cultura como indígenas”, dice Santos, huichol de Durango, en la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México ENADIS 2010, misma que reveló que en México persiste el racismo. “El color de piel es un factor importante para tener acceso al ejercicio de derechos, bienes y servicios”, señala Ricardo Bucio Mújica, presidente de la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación.

El racismo y la discriminación tienen múltiples formas y un claro ejemplo es la crisis alimenticia que padecen los tarahumaras. La hambruna es endémica. No es algo nuevo. Desde hace décadas, esa parte de México y su gente está olvidada totalmente de las políticas de Estado. El atraso es enorme y quien haya visitado ese majestuoso territorio se habrá dado cuenta de que los indígenas viven aún en la Edad Media. Por allí no ha pasado el Estado. Carecen de todo y cuando digo todo es todo. No existe una mínima infraestructura de nada. No hay suficientes escuelas, ni centros médicos. No existen programas sociales. Sobreviven de milagro, a base de quelites. Y los que no, optan por suicidarse.

¿De qué sirven todas las instituciones dedicadas al supuesto apoyo indígena? Hacen trabajo de escritorio, convertidos en mastodontes burocráticos sin trabajo de campo, sin proyectos efectivos en el terreno que permitan a los tarahumaras acceder a un mínimo nivel de vida, sin paliar mínimamente el hambre.

La hambruna que padecen los tarahumaras no es privativa de esa etnia. Hambre padecen 28 millones de mexicanos, entre los que se encuentran una buena parte de la población indígena.

Es encomiable la movilización ciudadana para el acopio de alimentos destinados a la población rarámuri. Gracias a esa iniciativa cibernética, la ayuda gubernamental ha llegado. Y está última tendría que irse preparando porque cuando terminen de enviar las toneladas de alimentos a los tarahumaras, sería bueno también enviar camiones a los mayas, zapotecos, mixtecos, otomíes, tzotziles, huicholes, nahuas, totonacas, huastecos, yaquis, purépechas, mazahuas, mazatecos, cholés, mixes, tojolabales, triquis…. etcétera, etcétera. ¿Qué pasará cuando se terminen los alimentos enviados?

El problema de los indígenas mexicanos no pasa por una hambruna temporal; ni siquiera por crisis alimentaria debido a la sequía. Más bien, se trata de un problema estructural de pobreza permanente que afecta desde hace muchos años a todas sus generaciones.

Se trata de la cadena cruel del destino manifiesto: ser indígena en México significa ser pobre, discriminado, invisible y con hambre. ¿Hasta cuándo? ¿Cinco siglos no han sido suficientes? ¿Cuántos siglos más necesitamos para incluir a los indígenas en las instituciones, para darles su estatus de sujetos con derechos?

México ha firmado y ratificado todo tipo de tratados internacionales para combatir la discriminación y respetar los derechos humanos y la igualdad, existen artículos en nuestra Constitución que así lo avala, incluso existe una Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación; pero sólo 12 estados tienen una cláusula de no discriminación en sus constituciones y 13 lo consideran un delito. Llegó el momento de exigir políticas de Estado efectivas que terminen con el rezago histórico de esta población.

Nos falta mucho y hasta ahora hemos ido muy lento, demasiado lento para terminar con la exclusión. En el camino han muerto etnias enteras, lenguas autóctonas, culturas milenarias que son parte de nuestra identidad. No permitamos que continúe la extinción.

México es un gran rompecabezas de culturas, lenguajes y etnias; un rompecabezas incompleto que ha dejado fuera a los indígenas. Es hora de terminar el puzzle para armar nuestra gran nación. Cada uno desde su lugar en este mundo.

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