3/18/2013

La retórica petrolera





 Ricardo Raphael

Pocos países tienen una relación tan apasionada con su subsuelo como ocurre con México. Al parecer retiembla bajo nuestros pies alguna parte de nuestra identidad que nos horroriza extraviar. Hoy la expresión de esta sensibilidad tiene olores de petróleo pero probablemente nació antes de que el oro negro fuera siquiera concebido como el energético que mueve al mundo.

Nuestros libros de historia cuentan que antes el oro, la plata y el cobre eran minerales abundantes. Dicen que vinieron del extranjero unos señores muy ambiciosos y desalmados que saquearon la riqueza nacional sin compartir nada con el resto de los habitantes del territorio. Conquistadores españoles, aventureros franceses, avaros de la Gran Bretaña y muchos gringos extrajeron de la tierra tesoros cuantiosísimos sin dejar, tras su depredación, nada apreciable a cambio.

Nos saquearon una vez y, como dijera José López Portillo, a los mexicanos no nos volverán a saquear. Trasladamos el viejo y dolorido rencor de los metales a los hidrocarburos. Defender lo mexicano significa apretar los dientes y gruñir fuerte cada vez que alguien de nacionalidad distinta pretende desenterrar una sola gota de esa preciadísima identidad.

Nos asalta una suerte de trastorno obsesivo para que nadie toque, con sus horribles manos ajenas, ese líquido oscuro y viscoso, que si bien se nos va agotando, al menos esta vez la flacura será responsabilidad nuestra y de nadie más. Pocos temas inflaman más la ronca voz de los políticos, la entraña sensible del pueblo o la narrativa noble de los ideólogos que la supuesta defensa del petróleo.

La única pregunta relevante es aquella que definiría al mejor mexicano a partir del discurso que proteja con mayor virilidad esa inestimable riqueza nacional. En sentido inverso, traidor a la patria es aquel que ose siquiera imaginar una perspectiva distinta.

En la geometría de la izquierda tal pasión se asoma volcánica. De un lado los líderes del PRD toman la palabra para mostrarse unidos alrededor de la patria y el petróleo. Al grito de “modernizar sin privatizar” varios de sus connotados personajes discursan para asegurarse un lugar privilegiado en la historia contemporánea.

En revancha, marchan por las calles sus primos del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) con el ánimo de demostrar que ellos son más radicales, más comprometidos, más legítimos para tan digna causa. Están convencidos de que “el petróleo es de todos (los mexicanos)” y que por tanto, mientras dure Pemex, debe ser la única empresa que lo extraiga, explote, refine o venda.

Los priístas, inventores originarios de ese matrimonio perturbador entre identidad nacional y oro negro, argumentan en voz del presidente Peña que no es su intensión vender ni privatizar la empresa del monopolio estatal, siempre y cuando esta obesa e ineficaz unidad productiva se transforme para “liberar el potencial económico de México”.

Apartándome de toda intención traidora de mi identidad, me quedo con la sensación de estar, otra vez, ante los tradicionales juegos floridos de la retórica, que muy lejos suelen ubicarse de lo fundamental. No hay cabeza fría sino pulsiones casi siempre demagógicas que se regodean en los titulares sin contenido y en las frases sin significado trascendente; argumentos de unos y otros que solo son capaces de atender la coyuntura sin tomar plena responsabilidad sobre la consecuencia futura de los actos.

Más importante que Pemex y el petróleo es la soberanía energética que nuestro país debe garantizarse, para las actuales generaciones, y sobre todo para las que vendrán. Esa soberanía puede seguir requiriendo a Pemex como su principal brazo, pero cabría también imaginar las cosas de otra manera. Lo mismo ocurre con la inversión que se necesita para explotar el subsuelo: habrá quien defienda que nuestros magros impuestos sean los únicos autorizados para financiar la actividad petrolera, pero también cabe suponer que otras fuentes de recursos, distintas a la hacienda nacional, sean utilizadas para robustecer nuestra soberanía energética.

Tengo para mí que Pemex y la naturaleza de la inversión en hidrocarburos deben ser instrumentos de la soberanía nacional y no a la inversa. La fascinación por las herramientas no debe cegar el objetivo final y sin embargo la retórica venda los ojos de tal manera que otra vez podríamos terminar sacrificando lo más por lo menos.

 Analista político


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