Sobre
la ausencia del Chapo sólo sabemos lo que las autoridades políticas,
judiciales y policíacas del país nos han dicho: que se escapó, que se
fugó por un túnel de elaborada ingeniería, que hay órdenes superiores
de recapturarlo, que diez mil agentes policiacos federales se
encuentran dedicados a localizarlo y reaprehenderlo.
Esas
versiones gubernamentales han sido, dede luego, aderezadas con
fotografías y videos de diversos personajes oficiales hablando sobre el
tema: el presidente de la república, el secretario de Gobernación, el
comisionado nacional de seguridad y la novel procuradora general de la
república. Y ninguno de ellos se ha salido un ápice del guión original:
la fuga por el túnel. Para dar un soplo de solidez a la
versión oficial de la escapatoria, el gobierno llevó hasta el lugar de
los hechos a un grupo de periodistas cuya obligación, se entiende, es
reforzar en la opinión pública la versión oficial. Pero como
en el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, todos
dudan de la versión oficial. O, quizá mejor dicho, nadie cree, nadie se
traga la versión de la autoridades sobre la ausencia del Chapo. Todo el
mundo sospecha que esa versión oficial nada tiene que ver con la
realidad.
A casi un año del secuestro y desaparición forzada
de los 43 normalistas, nadie, salvo los autores del crimen, sabe a
ciencia cierta qué fue lo que pasó y cuál fue, más allá de su probable
asesinato, el destino final de los 43 jóvenes estudiantes. Y lo mismo
acontece con la hollywoodense fuga del Chapo: no se sabe realmente qué
pasó y cómo sucedieron las cosas. Lo único verdaderamente
verificable de ambos casos es el desprestigio ganado por el gobierno,
su nula credibilidad.
Y la certeza social de que las autoridades nos
están engañando, que nos están ocultando lo central de los hechos.
Asumamos por un momento que en verdad el Chapo se fugó de la prisión
del Altiplano. Y que lo hizo arrastrándose por el dicho túnel o en
automóvil por la puerta de la cárcel, cual ocurrió en su anterior
escapatoria del penal de Puente Grande en Jalisco. ¿Quién lo ayudó?
Nada sabemos. ¿Quiénes fueron sus cómplices? Nada han dicho las
autoridades. ¿De quién o de quiénes se sospecha? ¿Ya hay imputados?
¿En la fuga o ausencia del Chapo está, como muchos sospechan, la mano
de Estados Unidos, cuál ocurrió con la tortura y muerte del agente
antidrogas estadounidense Enrique Camarena, imputada inicialmente sólo
a narcos y policías mexicanos? ¿O la DEA, la CIA y la embajada de
Washington son completamente ajenos a esa fuga o ausencia?
Quizás la Casa Blanca o algunos intereses mexicanos buscaban con la
fuga golpear al gobierno de Enrique Peña Nieto.
Pues si ese era el
objetivo, no hay duda de fue conseguido plenamente. ¿O se
trató de una maniobra política destinada a destruir las posibilidades
presidenciales del secretario de Gobernación, principal responsable de
la fuga o ausencia del Chapo Guzmán Loera? Política, como
reza la sentencia clásica, es lo que no se ve. Y en los casos de
Ayotzinapa, el fusilamiento masivo de Tlatlaya y la ausencia del Chapo
no estamos viendo, más allá de las declaraciones oficiales, nada de
nada. Salvo, claro está, que el gobierno peñanietista miente.
Que oculta la verdad. Y que, ni en el mejor de los casos, el de una
simple y verdadera fuga de un célebre narcotraficante, ese gobierno no
encuentra oídos dispuestos a creer su verdad por honesta o falsa que
fuera. Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor. com.mx
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