11/02/2015

Lo único que se ha logrado “transparentar” es la falta de ética de la cúpula gobernante


    
TRANSPARENCIA (1)
El mejor antídoto contra la corrupción es que haya Estado de derecho. Sin éste es imposible acabar con el flagelo, como ha quedado demostrado en México a lo largo de su historia. Viene al caso esta afirmación, porque  Enrique Peña Nieto dijo que “la transparencia” es la solución al fenómeno más dañino y costoso para los mexicanos. Lo sería, sin duda, si existieran condiciones para que la hubiera, pero es por demás obvio que no las hay, mucho menos a partir de que se rompieron las reglas no escritas del régimen de la Revolución Mexicana.
¿De qué ha servido que se transparentara la existencia de las cuantiosas “donaciones” al inquilino de Los Pinos y a otros miembros de su gabinete? Una solución de fondo a un asunto de tanta trascendencia para la sociedad no es tan simple. Es preciso que la élite gobernante asuma su responsabilidad con ética, factor que en las actuales circunstancias del país es materialmente imposible. Es tanto como un acto de ilusionismo de un mago milagroso.
La tecnocracia salinista tomó el poder con el único propósito de depredar a la nación, junto con sus amigos del sector privado, hecho que ha sido plenamente documentado. Los costos han sido escalofriantes para las clases mayoritarias, quienes han perdido la viabilidad de mejorar su nivel de vida, de manera cada vez más dramática. La corrupción  en las altas esferas del poder se magnificó como nunca antes, y si no se cambia de régimen dicho proceso se irá agravando.
Según Peña Nieto, “desde el inicio de esta administración hicimos nuestro este innovador modelo (el de la transparencia), este innovador paradigma, promoviendo su adopción dentro y fuera del país”, como afirmó al inaugurar la Cumbre Global de la Alianza para el Gobierno Abierto 2015. Sin embargo, en los hechos lo único que se ha logrado ha sido “transparentar” una incuestionable ausencia de ética de la cúpula gobernante, un cinismo vergonzoso e indignante que ha debilitado al régimen más que cualquier otro problema, de los muchos que padece la sociedad nacional.
Quizá tenga razón el primer ministro de Rumania, Víctor Ponta, quien dijo que “los ciudadanos están dispuestos a perdonar nuestros errores si nosotros comprobamos que somos transparentes y que no tenemos nada que esconder, que queremos hacer un mejor gobierno y que aprendemos de las equivocaciones”. Pero eso es una utopía donde no existe un elemental Estado de derecho, porque así no es posible dar paso a la confianza entre gobernantes y gobernados.
Una cosa es la transparencia y otra muy diferente el cinismo, actitud que caracteriza al grupo en el poder en México. Como ya no es fácil para las élites ocultar corruptelas, yerros y comportamientos antisociales, por la prontitud y eficacia de las redes sociales, se cayó de plano en un cinismo perverso que hace más evidente la falta de principios en la burocracia dorada, absolutamente entregada a la cúpula de la oligarquía, que es donde están los grandes negocios, la gran corrupción.
La presidenta de la Alianza para el Gobierno Abierto (AGA), Suneeta Kaimal, sentenció: “Un gobierno verdaderamente abierto tiene que empoderar a su gente para que tengan voz y tengan manera de regir sus vidas”. Es una manera de decir que sin democracia participativa nomás no hay modo de que haya transparencia, pero como la humanidad ha tirado la democracia prácticamente a la basura, hablar de ella es ahora un anatema, como lo sería hablar de comunismo cuando es por demás obvio que no hay condiciones mínimas para que lo haya.
Democracia real y comunismo democrático son verdaderas utopías en estas primeras décadas del siglo veintiuno. Lo que se ha logrado instaurar ha sido un sistema de corte neofascista, en tanto que se empoderó a una minoría cada vez más selecta y más voraz, como lo eran los aristócratas que llevaron a Hitler al poder y como lo son en la actualidad los grandes plutócratas que sostienen a las élites gobernantes en los países del Grupo de los Siete.
De ahí que sea pura demagogia decir que la transparencia “es el mejor antídoto” contra la corrupción. El único remedio verdadero es empoderar a las clases mayoritarias, porque sólo ellas podrán frenar el flagelo, en beneficio de la sociedad en su conjunto

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