Hermann Bellinghausen
La resistencia indígena en México está logrando algo
inédito. Las motivaciones políticas se imbricaron con las muy concretas
del territorio y los recursos elementales en los todavía vastos y
variados campos mexicanos. Hay motivaciones de seguridad, pues el Estado
falla en proporcionarla a un grado escandaloso; las exigencias no son
sólo de justicia, sino de déjennos en paz. La defensa denodada del
derecho agrario, la educación y la salud públicas y de calidad dan
motivos firmes. Y por más que las desdeñe la esfera de la política
racional que decide por nosotros, se han impuesto con peso real las
motivaciones sagradas, a su vez históricas, genuinamente culturales y
con derecho de pueblos originarios. En Wirikuta, desierto sagrado de
pueblos vivos, se gestó esta década una resistencia de raíz profunda y
participantes múltiples con algo en común: los locales y los solidarios
de fuera estaban comprometidos con el suelo, los habitantes y los
buscadores ancestrales de este prodigioso desierto y sus inmediaciones.
La buena noticia es que los defensores de la parte más significativa y
única del Altiplano potosino han frenado la explotación minera. Algunos
de los proyectos más agresivos en Wirikuta, como Universum, están
cancelados. Y las firmas
canadienses–eufemismo de nadie, o de
cualquier capital es bueno–, replegadas, transfieren concesiones, logos y planos en el casino de la economía global mientras los huicholes y sus amigos se calman.
En tiempos tan difíciles como éstos, donde lo aciago y lo imparable
se adueñan del destino de los mexicanos, no debemos perder de vista que
también hay victorias. Y soberanías locales sostenidas con diversas
identidades: desde las fuertes tradiciones territoriales invictas de los
ayuuk (mixes), wirraritari (huicholes) o rarámuri (tarahumaras), hasta
las liberaciones armadas pero pacíficas en las montañas zapatistas de
Chiapas. No son los únicos. Oaxaca es pródiga en ejemplos vivos. O
Cherán K’eri. Aunque en Guerrero cuesta demasiada sangre como para sacar
cuentas alegres, los nahuas, ñuu savi (mixtecos), me’phaa (tlapanecos) y
nn’anncue (amuzgos) ni de lejos están vencidos. Incluso en regiones que
parecían arrasadas por el progreso, como en tantas localidades mayas de
la península, renacen casi de las cenizas la resistencia, la identidad,
el orgullo. Y algo muy importante: todas estas experiencias demuestran
su legitimidad, aún allí donde la ley las contradice, que es frecuente.
El poder ha llegado demasiado lejos. Ni la corona española fue
tan voraz y cruel, una vez que se le pasó la fiebre asesina de la
conquista y reconoció el derecho de gentes y pueblos. Los gobernantes
mexicanos de hoy traicionan y condenan a muerte al ejido y las
propiedades comunales; entregados a capitales internacionales que
devinieron poderes apátridas, los gobiernos recientes han mostrado una
falta de respeto superlativa por los mexicanos más dignos y necesarios.
No merecen representarlos. A pesar del efecto Wirikuta en el Altiplano
de San Luis Potosí, los poderosos insisten en adueñarse de esos suelos
que (no escarmientan) les parecen desechables. Minas, basureros tóxicos,
robo de la preciosa agua subterránea.
Resulta que así como Wirikuta se defiende y no claudica, los pueblos de la región decidieron frenar el
Proyecto de confinamiento de Residuos Tóxicos Palula, que se pretende
instalaren el ejido La Victoria. Como con las minas de oro y plata, ni los consultaron las autoridades ni los escuchan. En consecuencia, los pueblos se juntaron para alzar la voz en los municipios de Cedral, Charcas, Catorce, Guadalcázar y Santo Domingo, con un apoyo relevante de la diócesis católica de Matehuala, invocando la línea papal de Laudato Si’. Exigen el cese de
simulaciones, suplantaciones, campañas de división, chantajes, grupos de choque, difamaciones y compra de conciencias. Lo de siempre.
No tenemos nada que negociar, aseguran. Y se presentan:
Somos campesinos, descendientes de huachichiles, somos los pueblos guerreros del desierto y no permitiremos que destruyan lo que no es nuestro sino de nuestros abuelos y de los que todavía no nacen.
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