11/05/2016

El mito de la feminista perfecta


LENGUANTES
Ethel Z. Rueda Hernández*


Es común que las vertientes críticas construyan sus propios modelos ejemplares. El feminismo no está exento de dicha tendencia. Pesa sobre estas figuras modélicas un constante escrutinio, una exigencia de perfección, de estar “a la altura” de la imagen heroica con que se las inviste.
 
Para las feministas, por ejemplo, se quiere que sean absolutamente críticas, que se posicionen de manera visible ante todo asunto que suscite el interés público. Y, desde luego, se demanda que dicha postura sea la correcta (cualquier cosa que eso signifique) en cada caso y que sea ejercida con “coherencia”, esto es, que haya una suerte de correspondencia entre el discurso crítico y las prácticas vitales.
 
Así, las figuras prominentes del feminismo están siempre en déficit con respecto a las exigencias que se les requieren. Algunas son demasiado blancas, o demasiado privilegiadas, otras son demasiado radicales, o demasiado ingenuas, muy clavadas o muy light. Pero, ¿a qué responde esta exigencia? ¿Por qué el modelo de feminista ideal no deja margen de error, de experimentación, de ligereza?
 
No quiero que se me malinterprete, yo estoy de lado de la crítica sin reservas, no se trata aquí de abogar por una suspensión de la crítica. Lo que busco es, al contrario, volcar la crítica sobre el mecanismo que sustenta esa exigencia de perfección que parece pesar sobre nosotras.
 
Me parece que esa búsqueda de modelos ideales intachables es una reacción a la carencia de representación dentro de los discursos dominantes. ¿Cuál es el problema con equivocarse, con sostener posturas que no son unívocas, ni claras, ni estables? Esta suerte de feminismo que exige vivirse como apostolado, como camino de perfección y pureza, me parece contraproducente.
 
Más que contribuir a la crítica y al debate (que están al centro de la transformación que implica todo feminismo) se convierte en una suerte de fandom sectario, en una serie de prohibiciones y exclusiones que tienen un efecto directo en las posibilidades de alianzas y vínculos entre nosotras. Considero que necesitamos reclamar el derecho a estar equivocadas, esto es, el derecho a no ser perfectas, a cambiar de opinión, a sostener posturas diferentes, a cuestionar mayorías y modas.          
 
Otro de los efectos de este feminismo beatífico es el lugar solitario que ocupan quienes se erigen como las representantes más visibles de ciertas prácticas feministas. Aquí existe un modo de operar del discurso público que sugiere que cada vez que habla una feminista, la imagen del feminismo entero está en juego, como si no existiera en la opinión pública la capacidad de reconocer que el feminismo no es uno, ni único, que las mujeres no son todas iguales, ni piensan igual, ni tendrían por qué hacerlo. Que una no habla por todas.
 
Habría que reconocer la posibilidad de una voz individual, que cada una tenga una postura, una visión de mundo, y que esas particularidades sean reconocidas y celebradas, no tildadas de divisorias, poco estratégicas, modos de sabotaje. La diferencia, el disenso, no debería debilitarnos, sino fortalecernos. ¿Por qué el disenso en tan difícil para el feminismo? Porque se vive bajo una política de precariedad, donde lo que se gana es tan poco, que se teme todo el tiempo perderlo, que se teme la generosidad, que se teme ser suplantadas o rebasadas por discursos aliados, pero diferentes al propio.
 
Es esa lógica de la carencia, esa sensación de precariedad, la que habría que combatir. Dejemos de recibir limosnas (de atención, de visibilidad, de potencia política, de relevancia), dejemos de pedir las sobras. Que la voz de una no tenga la exigencia de ser la voz de todas, que se nos reconozca como lo que somos: particulares, múltiples, diversas. Y mientras tanto, demos la bienvenida a la crítica y al debate.
 
Lo que propongo es que mantengamos en mente que el feminismo, como acto, no es nunca perfecto, que queda siempre abierto, que la crítica no se detiene, que las prácticas son susceptibles de modificarse. Que la flexibilidad es más importante que la rigidez, que la inclusión fortalece más que el rechazo, que el camino se pierde si pretendemos anular la diferencia.
 
*Estudió Filosofía en la UNAM con interés en el pensamiento crítico y las problemáticas de género. @alzilei
 
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Ethel Z. Rueda Hernández*
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 

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