4/25/2020

¿La vida en el centro? Algunas evidencias y contradicciones

(Parte 1)

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Foto: Wharton School

Vida, cuidados, solidaridad, son las nociones más evocadas en estos días, en un tiempo inédito en todos los sentidos. En una realidad en que todo se ha puesto al límite, los hechos otorgan validez plena a las interpretaciones y propuestas económicas de corrientes críticas como la economía feminista, que precisamente han evidenciado la escalada del conflicto capital – vida y la urgencia de transformar el sistema, ubicando la reproducción ampliada de la vida como eje de todos los procesos económicos.

La evidencia de estas semanas muestra de modo sintético y hasta pedagógico los alcances de la insostenibilidad y de los desequilibrios generados por el capitalismo, así como las pautas de salida. Las escenas de desamparo y muerte conviven, en los extremos, con las de limpieza del aire y de la sorprendente restauración de la naturaleza. Vemos de modo condensado realidades, capacidades (o incapacidades) de respuesta, conflictos, urgencias de transformación, visiones de futuro.

El virus opera como detonante inmediato y visible de una crisis múltiple, con la novedad del alcance global y generalizado de sus impactos, ya inescapables. Un efecto también inmediato ha sido el alineamiento de sentidos comunes latentes, que han discurrido hasta hoy de modo fragmentario o localizado. No se tardó en reconocer, por ejemplo, que el planeta necesitaba un respiro, que era necesario parar, o que los cuidados son centrales tanto para la vida como para la economía[1].

En el último episodio de crisis global (2008) se avanzó en la percepción de sus alcances sistémicos, más allá de su expresión financiera –incluso se perfiló una suerte de consenso, luego diluido, al respecto-. Fue evidente y admitido que la crisis del capitalismo había traspasado el umbral de la sostenibilidad, que no se trataba ya solo de la burbuja financiero especulativa sino de los límites de reproducción material, de la ruptura de los mínimos equilibrios de flujos materiales indispensables para la producción y la vida misma.

Anotábamos entonces la necesidad de diferenciar dos dimensiones: las crisis periódicas del patrón de acumulación capitalista, y la crisis permanente que este sistema provoca en las condiciones de vida de la mayoría de la población[2].

Hoy esos dos ámbitos de crisis se intersectan de modo más ostensible. Por un lado, la forzosa paralización por la cuarentena rebasa cualquier expresión sectorial o regional, es el sistema en su totalidad el que experimenta un fallo general; por otro lado, el contagio o riesgo alcanza a toda la población, la vida cotidiana de todas las personas se altera, no sólo de las empobrecidas de los países empobrecidos. Así esta crisis interna ya no puede ser disociada de la crisis permanente a la que el capitalismo ha sometido a buena parte de la humanidad.

En este umbral, surge una agenda mínima, se esboza un consenso que recoge tanto las experiencias próximas como las expectativas de siempre. Se aprecia que hemos llegado demasiado lejos para reconocer cuestiones obvias y básicas: que cuidar la vida es prioritario, que la salud es un derecho y no una mercancía, como lo son la alimentación, la ciencia, la tecnología y los conocimientos, que fortalecer lo público es urgente, que diversas formas económicas afines con la vida aportan en medio de desventajas, que la comunidad internacional tiene sentido para velar por el bien común, para cooperar no para competir. Es decir cuestiones planteadas o en parte aplicadas ya desde una perspectiva progresista, post neoliberal, de transición hacia los cambios más estructurales y civilizatorios que se han vuelto urgencia.

Pero buena parte de las reacciones en ciernes –especialmente las de entidades que han diseñado la globalización que padecemos– están marcadas por una inercia sistémica, si bien matizadas en lo inmediato por la fuerza de los hechos. En medio de interrogantes e intereses en disputa, una buena parte de la sociedad está neutralizada por el aislamiento, expuesta al control vertical de la vida, incluso con represión, reducidas al mínimo sus posibilidades de toma de decisiones, en términos individuales y colectivos.

La complejidad económica y social de los cuidados

Como ha analizado ya a profundidad la economía feminista, la reproducción y el cuidado de la vida en todas sus expresiones es un proceso complejo, en el que se combinan trabajos, actividades, relaciones, recursos diversos. Esa complejidad resultó especialmente visible en estas semanas y es uno de los nudos de lo que vendrá.

La pausa obligada, de la que nadie escapa, se vive con la intensidad de todas las desigualdades y privilegios que configuran el presente. Entre quienes tienen resueltos abastecimientos y otros asuntos básicos el confinamiento se encara con matices más existenciales y trascendentales, con un acompañamiento mediático centrado en ofertas de entretenimiento o aprendizaje. Entre quienes viven con el imperativo de resolverlo todo en el plazo perentorio del día a día, se afronta con incertidumbre y angustia, más aún cuando hay casos de contagio y muerte.

De modo contradictorio, el reconocimiento de la importancia y complejidad de los cuidados ha ocurrido al mismo tiempo que su reconcentración en los hogares.  La práctica de alejamiento social interrumpe los esquemas que, con todas las deficiencias marcadas por la ausencia de verdaderos sistemas de cuidados en la mayoría de nuestros países, funcionan sumando trabajo en los hogares, redes familiares, vecinales y sociales, bienes y servicios públicos y algunos privados.

La obvia consecuencia inmediata ha sido una mayor intensidad de trabajo y responsabilidades para las mujeres, ya previamente sobrecargadas de tales tareas. La precariedad y el riesgo se agudizan para los hogares que funcionan en espacios reducidos, que normalmente compensan el hacinamiento y límites de sus espacios con el uso y funcionalización de espacios públicos adyacentes a las viviendas para extender mínimamente el hábitat, posibilidad hoy reducida o eliminada.

La feminización estructural de los cuidados está presente en servicios como salud y educación básica, donde los segmentos más numerosos, de la base de la pirámide ocupacional, son mujeres. En las condiciones de servicios públicos de salud débiles o debilitados por el neoliberalismo, la atención de la pandemia ha significado condiciones extremas de trabajo e incluso el contagio y la muerte.

El re centramiento de los cuidados en los hogares hace parte ya de los cambios que llegan para quedarse, al menos por un tiempo, pues tras esta cuarentena el esquema de alejamiento social supone mantener cerradas escuelas, guarderías y otros servicios similares. La naturaleza del trabajo de cuidados hace que no pueda convertirse en teletrabajo, no son posibles los telecuidados.

Pero dado que la importancia y la complejidad de los cuidados han sido valoradas y reconocidas en esta crisis ¿cabe esperar cambios sustantivos? ¿Se dará un salto cualitativo adoptando, al fin, una lógica de cuidados como base de la organización económica y social?

Todo está sujeto a interrogantes. Se ha dicho que empezó la caída del neoliberalismo y del capitalismo, que el modo de vida depredador llega ya a su fin. Se observa también el riesgo de una mayor concentración de la propiedad y el poder por parte de las corporaciones y élites empresariales, facilitado por las restricciones que impone a la población el manejo de la pandemia, especialmente el alejamiento social, sea este total o parcial.

En estos días se está reconfigurando el mundo, tras la cuarentena la vida no será la misma para nadie, pero no hay certezas sobre el sentido y alcance de esos cambios.

- Magdalena León T. es integrante de la REMTE y del Grupo de Trabajo 'Feminismos, resistencias y emancipación' de CLACSO.

[1] Este sentido común ha fluido desde principios de la cuarentena. Uno de tantos memes anónimos planteaba, por ejemplo, toda una agenda: “Qué tal si aprovechamos una situación tan compleja y extraordinaria a la vez para sacar algunas cosas en claro? 1) Parar un poco, ralentizarnos, pensar e imaginar. 2) Ver lo sencillo y rápido que es reducir las emisiones y limpiar el aire de nuestras ciudades. 3) Fin del turismo depredador. 4) Valorar los servicios públicos como algo esencial. 5) Comprobar que el teletrabajo es viable. 6) Una gran oportunidad para compartir tareas y cuidados. 7) Lo comunitario frente a lo masivo. 8) Tomar conciencia de nuestro potencial empático y colectivo para preservar la vida. 9) Experimentar cómo podría ser una sociedad en decrecimiento, aunque sea momentáneo.”
[2] Ver León T., Magdalena, “Reactivación económica para el Buen Vivir: un acercamiento”, en Sumak Kawsay: recuperar el sentido de la vida, América Latina en Movimiento No. 452, ALAI, Quito, 2010.
https://www.alainet.org/es/articulo/205828  

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¿La vida en el centro? Algunas evidencias y contradicciones (Parte 2)

Uno de los hechos que se evidenció desde los inicios de la pandemia, y así se ha venido enunciado desde varios puntos del globo, es que el neoliberalismo mata. Esta vez no es una metáfora o una conclusión tras alambicados análisis, es una dolorosa constatación, una de las síntesis de realidad que saltan a la vista en los acontecimientos de estas semanas.

La señal más aparente tiene que ver con el lugar que ocupa la salud en la inversión y la política pública de cada país, con el grado de mercantilización de los bienes y servicios asociados a este campo, con la existencia o no de sistemas sanitarios y la capacidad de activarlos ante la crisis, incluso con la vigencia de una legítima autoridad pública en función del bien común. La señal pone también en la superficie la crítica realidad y funcionamiento de sistemas de cuidados –sobre todo cuando la población de tercera edad es más vulnerable–, y el acceso a servicios básicos y alimentación.  A menor alcance de servicios públicos, más muerte, a mayor mercantilización de los bienes y servicios básicos, más precariedad y muerte.

En los extremos, están las realidades de países ‘ricos’ que no priorizan y mercantilizan la salud, como Estados Unidos con el más alto número de víctimas –y acciones de mezquindad hacia el mundo como sus decisiones sobre la OMS, entre otras–, y la de países como Cuba, que reluce por su acervo en cuidado de la salud y la vida, remontando las duras condiciones del bloqueo y el asedio, y que se ofrece generosamente al mundo en estos momentos. No se trata, por tanto, sólo de recursos financieros, sino de prioridades de economía y sociedad, de valoraciones de la vida y los derechos como estructurantes de los respectivos sistemas.

Los sistemas económicos basados en la explotación y concentración de la riqueza siempre costaron vidas, significaron directamente la muerte o la precarización de las condiciones de vida, implicaron desequilibrios en todos los órdenes de la sociedad y la naturaleza. La diferencia hoy es que la extensión y profundidad de tales fenómenos muestran de manera directa su dimensión sistémica de interrelación, interdependencia, condicionamiento mutuo.

Esta crisis ya no opera sobre sectores del capital y agudiza sus impactos en la vida, en las ‘externalidades’, sino que toca al mismo capital. Los ‘costos’ de no atender la salud ya no pasan factura sólo a los otros, sino al mismo capital. La ‘máquina’ ha tenido que parar y los costos ya no podrán recaer sólo en los otros[1].

La pandemia, se ha dicho ya, es el síntoma, por eso las fórmulas de prioridad temporal y hasta cosmética de la salud y los cuidados no aseguran resultados, más aún si al mismo tiempo se aprovecha de la crisis para impulsar más neoliberalismo, a nivel global y de varios países. La enfermedad y la muerte ya no son el daño colateral, se atraviesan en el funcionamiento mismo del sistema, no como parálisis temporal sino como amenaza y perturbación de más largo plazo. De ahí que la preocupación instrumental que emana desde las instancias de poder no basta. Las cosas han llegado demasiado lejos como para salir de la emergencia, quitar el obstáculo del camino y proseguir por la misma vía.

La vida antes que la deuda

Otros episodios de crisis han permitido ver vínculos y matrices de causalidad entre fenómenos no siempre asociados a primera vista. La deuda, en su configuración neoliberal que condensa aspectos financieros, geopolíticos, comerciales y otros, se convirtió en una herramienta de extracción de recursos, coacción y control hacia las economías nacionales y también hacia las personas. La disyuntiva entre pagar deuda y cuidar la vida no ha sido excepcional.

Por eso vuelve a oírse la consigna ‘la vida antes que la deuda’, válida a nivel global aunque haya surgido desde experiencias locales concretas. Así, en el Ecuador de fines de los 90 del siglo pasado, asolado por un crash shock financiero especulativo, colectivos de personas que perdieron a sus familiares a causa del saqueo de sus recursos por la banca elevaron ese reclamo, cobijados en la movilización más amplia de Jubileo 2000 y otras organizaciones contra la deuda.

Con la escala ampliada de la realidad de hoy, la disyuntiva se repite con similar saldo de muerte. En medio de la cuarentena, y cuando ya hasta los organismos multilaterales hicieron el inédito anuncio de ir hacia una renegociación general de deudas, el gobierno de Ecuador decidió hacer un pago de deuda por unos US$ 325 millones. Pocos días después el mundo pudo ver la catástrofe convertida en tragedia en Guayaquil, donde los cadáveres en las calles daban cuenta de los extremos de negligencia y desamparo. El pago en cuestión correspondía a unos bonos, es decir al tramo de la deuda de manejo más flexible, susceptible de renegociación con los tenedores. Lejos de eso, se trató de un pago al parecer pactado y en condiciones beneficiosas para tales tenedores que serían parte de las propias élites locales.

Este episodio, con toda su carga de dramatismo humano y torpeza gubernamental, ilustra la necesidad  insoslayable y el sentido de la campaña "La hora de la condonación de la deuda para América Latina"[2], que plantea la condonación de la deuda externa soberana de los países de América Latina por parte del FMI y de otros organismos multilaterales (BID, BM, CAF), y un proceso inmediato de reestructuración de la deuda que contemple una mora absoluta de dos años sin intereses.

Pero hay otra faceta de la deuda que podría decirse ha llegado a ‘contaminar’ la esfera de los cuidados. Se trata del fenómeno de alto endeudamiento de las mujeres empobrecidas y de sectores medios en función de la subsistencia de los hogares. El acceso a bienes y servicios básicos tiene un componente cada vez más alto de deuda, y está en plena expansión el ciclo de deuda para pagar deuda de los hogares. Así, no puede perderse de vista esta dimensión de ‘cuidados endeudados’ y la necesidad de fórmulas de alivio inmediato para este segmento de la deuda y soluciones a largo plazo.

En un contexto de distorsiones marcadas por la financiarización, recurrir al crédito como tabla de salvación o herramienta clave, en los términos convencionales, puede resultar fatal. La creación de fondos para líneas de crédito está ya anunciado, a nivel global y nacional, como primer recurso ante la emergencia y la eventual reactivación, con economías y poblaciones ya sobre expuestas al crédito, sobre endeudadas. Como siempre, se trata de asegurar negocios para la banca usando como escudos el empleo, los pobres y las pequeñas unidades económicas, para trasladar riqueza pública y social hacia los grandes.

Frente a este enfoque fijo e inercial, conviene volver la mirada al acervo de experiencias alternativas en el campo de finanzas populares y solidarias, monedas sociales y virtuales, comercio justo, diversas formas de intercambio y de transacción, en los niveles local, nacional y regional. Se trata de movilizar recursos para generar producción y cuidados, para eso la banca y las finanzas convencionales no son la vía.

Trabajo y producción: el cambio de matriz productiva es ahora

Ya están relanzadas agendas que se asocian con momentos de emergencia y crisis para, se dice, proteger el empleo y la producción, para estabilizar ‘los mercados’. Como en anteriores salvatajes, se impulsa el rol de Estado como rescatista de empresas fallidas, como redistribuidor regresivo de riqueza social. Haciendo parte de la misma agenda, se avizoran regresiones en derechos laborales, con la lógica de ceder derechos para preservar el empleo[3].

Esto muestra hasta qué punto está en disputa la post cuarentena, la fragilidad de los aparentes consensos discursivos en torno a la salud como derecho humano y bien social, a los cuidados como columna vertebral de la vida, al rol público para garantizar derechos y condiciones de vida, al imperativo de salir del modelo económico depredador e injusto que predomina.

Esta vez, los recursos para la emergencia y el salvataje deberán reorientarse. No cabe ya el empeño en blindar el modelo financiarizado, es hora de transitar hacia otra matriz productiva, hacia otra economía.

¿Es posible organizar toda la economía con una lógica de cuidado de la vida? La evidencia inmediata confirma lo que experiencias y propuestas previas han planteado, es decir que la separación entre vida y economía no es imperativo, no es una disyuntiva. Es posible una economía para la vida, no a expensas de la vida. Este es el sustrato de las economías campesinas, social y solidaria, del cuidado y otras que, en medio de desventajas e injusticas, han ofrecido la pauta y la posibilidad de otra economía.

En estas semanas se han precipitado algunas condiciones para un cambio de matriz productiva.  Ha sucedido la más grande variación en el uso del tiempo y el espacio, en la movilidad y el transporte, en el funcionamiento mismo de la producción, comercio y servicios. Son pautas que en buena medida se mantendrán en el mediano plazo bajo el régimen sanitario de ‘distanciamiento social’. Así también, se han visualizado diferencias entre lo necesario y lo prescindible, los extremos e impactos del modelo de consumo dominante. Se ha podido apreciar la capacidad de respuesta de la economía social y solidaria y la economía campesina, que han sabido activar formas de abastecimiento en las localidades y hacia las grandes ciudades.

Así, los elementos para la agenda inmediata de transición están a la vista. Como señala la Vía Campesina “Es momento de plantear cambios estructurales en los Sistemas Agroalimentarios y no solo programas asistencialistas. Se avecina hambruna en muchos países por la cuarentena, y la falta de inversión en la Agricultura Campesina puede traer graves consecuencias”[4].

Esto remite a las cuestiones y decisiones básicas de qué y cómo producir, pregunta que es indispensable tanto para lo inmediato, para la emergencia, como para la transición y el futuro. Se trata de complejizar el ejercicio crítico – constructivo propuesto por la economía ecuménica de, en todo momento, ‘…evaluar qué es compatible con la vida y con lo bueno para todos’[5].

Es urgente e inaplazable la generación de condiciones básicas de infraestructura y servicios para la población que carece de ellos. La emergencia sanitaria pone a la vista y agudiza la precariedad de condiciones de trabajo y de vida, que ahora en buena medida se concentran en el espacio de los hogares, que pasan a juntar los cuidados y la dimensión laboral.

Una enorme movilización de empleo y recursos supone la construcción de infraestructura básica de agua potable, alcantarillado, manejo de desechos, vivienda, internet, etc. Esto viene también con el desafío de mantener e innovar formas colectivas en la concepción de infraestructura y servicios de cuidados, que van desde guarderías hasta cocinas, comedores, lavanderías. Se trata de romper el formato o modelo individualizado que tiende a imponer la cuarentena y el aislamiento social.

Salvar y crear empleos debe disociarse de salvar grandes negocios. Esa inyección de recursos tiene sentido y futuro para fortalecer y ampliar fórmulas asociativas diversas que combinen lo público con lo cooperativo, comunitario, social y solidario, etc. Empleo digno y dinamización de la economía en nuevos términos son dimensiones de la agenda urgente a ser afrontada desde consensos y planificación para la vida: generación de condiciones sanitarias, sistemas de cuidados y alimentación, servicios públicos universales y de calidad, reconversión productiva, relocalización selectiva, desglobalización de las cadenas de suministro, protección y restauración de la naturaleza.

- Magdalena León T. es integrante de la REMTE y del Grupo de Trabajo 'Feminismos, resistencias y emancipación' de CLACSO.
 
[1] Esto no excluye que, como siempre, haya grandes ganadores de la crisis. Esta vez ha destacado el caso de Amazon, que incrementó ganancias gracias a la cuarentena.
[3] En las actuales circunstancias con esa lógica se puede extenderse a ceder derechos para salvar la vida!
[5] Duchrow, Ulrich y Hinkelammert, Franz J.m La vida o el capital. Alternativas a la dictadura global de la propiedad, DEI, San José, Costa Rica, 2003, p. 183.
https://www.alainet.org/es/articulo/206013

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