10/06/2010

México al filo del agua. Acumulación de contradicciones y revolución inminente
En México, las contradicciones derivadas del desarrollo capitalista se acumulan en el tiempo que vivimos. Estamos al filo del agua, una sensación de agua con viento previa a la tormenta...
Job Hernández Rodrígue

Nuestro destino es la lucha más que la contemplación

J.C. Mariátegui

I

Para determinar de acuerdo con las tendencias objetivas cuál será el curso probable de los acontecimientos, tenemos en el marxismo nuestro referente indispensable. Pero «nuestra teoría no es un dogma, sino una guía para la acción» que es «enemiga absoluta de toda fórmula abstracta, de todo receta doctrinaria».[1] Tomado en este sentido, se trata de un método para el análisis concreto de las fuerzas que operan en una situación histórica determinada, por lo que debe privar el principio de especificación histórica: el marxismo no trata de establecer verdades eternas o naturales, sino verdades situadas. La tarea es hallar la lógica específica del objeto específico. Mirar los hechos de frente e «introducir en la teoría la marcha viva del proceso histórico» es la única manera de evitar el anquilosamiento del marxismo y la primera obligación del marxista.[2] Es el único camino para que este cuerpo de pensamiento sea crítico, creativo y revolucionario. Esa es la senda de Lenin, Mariátegui, Mao Tse Tung, Ho Chi Minh, Fidel Castro, Che Guevara y tantos otros que no vivieron de los réditos de El capital sino que se propusieron entender el mundo que les tocó vivir para transformarlo de manera efectiva y llevaron a buen puerto la doble tarea de adaptar el marxismo a las condiciones de su realidad específica y traducirlo a la lengua de cada uno de sus pueblos.[3]

II

En el análisis de una situación determinada, debemos evaluar siempre el estado en que se encuentra la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. El campo específicamente marxista es el campo de las relaciones entre estructura y superestructura, para decirlo en términos clásicos. Dentro de esta tarea, debemos analizar perentoriamente todo el proceso de desarrollo del capitalismo para ubicar las contradicciones entre las clases sociales que dicho desarrollo genera de manera inevitable pero siempre bajo formas nuevas, a manera de principio motor de la realidad social. Por eso, el marxismo es ante todo análisis de la lucha de clases: se trata de «tener en cuenta con estricta objetividad las fuerzas de clase y sus relaciones mutuas».[4] El resultado será un cuadro completo de las distintas clases y fracciones de clase, de su composición, sus relaciones antagónicas y sus alianzas. Todo esto para apreciar los cambios que se han operado en las clases sociales, determinar con precisión las relaciones amigo/enemigo, ubicar las fuerzas motrices de la revolución y derivar estrategias y tácticas acertadas, fundadas en el desarrollo de los acontecimientos. Pero esto no se hace con un frío objetivismo sino a manera de una apasionada crítica que se lanza, en medio del fragor de la batalla, desde el punto de vista de una clase bien determinada: el proletariado.

III

En México, el cuadro de las clases sociales y sus contradicciones se ha transformado de manera significativa. Los hechos más destacables son:

1. La recomposición de la oligarquía financiera vinculada estrechamente al imperialismo y transformada en fracción dominante, dueña del Estado y monopolizadora de los sectores dinámicos de la acumulación sobre todo los orientados a la exportación. Se trata de la neo-oligarquización de la economía y la política, del dominio pleno de un estrecho grupo de familias beneficiadas con los procesos de privatización, pero sobre todo beneficiadas por el espectacular salto en la tasa de plusvalía derivado de la ofensiva neoliberal contra los trabajadores. Este sector es el enemigo principal, aunque no el único, para cualquier iniciativa proletaria o simplemente popular: actúa como cabeza de playa o vanguardia, cohesionando y dirigiendo al resto de la burguesía.

2. La fragmentación o pulverización de la clase trabajadora, ahora conformada por un contingente mayoritario de trabajadores con bajos salarios, sin contrato escrito, sin sindicalización, sin prestaciones, con jornadas irregulares y laborando en micro y pequeños establecimientos. Al lado de la concentración y centralización del capital, del reforzamiento de los lazos de dependencia con el imperialismo norteamericano y del recrudecimiento del poder de clase de la burguesía, el desarrollo del capitalismo en México aceleró el proceso de proletarización que se resume en la destrucción de la pequeña propiedad, urbana y rural, y en la concomitante salarización de la gran mayoría de los mexicanos. La clase que vive del trabajo es el contingente mayoritario de la población mexicana. Así, el desarrollo capitalista ha creado a gran escala la posibilidad de su propia negación. Sin embargo, el proceso adquirió una forma que dificulta la formación de la clase, el proceso de integración de todos los trabajadores del campo y la ciudad, ahora notablemente dispersos por la acción de la recomposición capitalista que les precarizó y destruyó sus organizaciones gremiales, comunitarias y políticas. Asimismo, la particular forma de desarrollo del capitalismo anuló, por lo menos temporalmente, la posición estratégica del proletariado que devenía de su concentración -ahora inexistente- y de las potenciales tareas educativas que desempeñaba el gremialismo, -ahora criminalizado- como primera escuela de formación política. Todos estos procesos fueron dirigidos a minar las condiciones de soporte de la clase y por tanto, la condición estratégica de los trabajadores en el bloque popular. De eso precisamente se trataba el neoliberalismo como estrategia contrainsurgente: de disgregar a la clase que mejores condiciones tiene para articular el bloque popular y de restarle las posibilidades insurreccionales que en un momento determinado puede poner en operación. La pérdida de relevancia de la clase obrera no es únicamente un «dato de la estructura» sino el resultado de una estrategia política concreta, a la que contribuyó el «adiós al proletariado» machaconamente repetido por los intelectuales que abandonaron las filas del socialismo y se afiliaron a la «reflexión desde la derrota». No obstante, la clase trabajadora sigue siendo la fuerza fundamental de la revolución del porvenir: ningún intento serio por transformar las condiciones existentes puede prescindir de ella o desdeñar su papel. Más aún, los límites de las iniciativas revolucionarias hasta ahora desarrolladas tienen su explicación esencial en este factor todavía ausente.

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