10/06/2010

"Si no se van los vamos a colgar", ultimátum a 50 familias de Copala
Pocos identificaron las diversas voces masculinas amenazantes, pero todos coinciden: era la gente del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT), encabezado por Heriberto Pazos
Matilde Pérez U.

Yosoyuxi, Oax., 3 de octubre. Si no se van los vamos a colgar en el atrio de la iglesia y echaremos gasolina a sus casas, fue el ultimátum lanzado a través del equipo de sonido del palacio de gobierno del municipio autónomo de San Juan Copala a las últimas 50 familias que habían resistido 10 meses de asedio.

Sólo con la ropa que llevaban puesta, y con la decisión de que si alguien caía acribillado el resto seguiría hasta llegar a una comunidad hermana, niños, ancianos y algunos adultos abandonaron sus casas en grupos, al día siguiente de las fiestas del bicentenario y durante dos días más. Su único impulso fue el anhelo de continuar con el municipio autónomo y de justicia.

Pocos identificaron las diversas voces masculinas amenazantes, pero todos coinciden: era la gente del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT), encabezado por Heriberto Pazos, y de Amado Ortiz Domínguez, originario de la comunidad de Rastrojo, también líder de esa organización.

Cada familia había soportado los cortes de agua potable, electricidad, la escasez de alimentos y que sus perros y pocas aves de corral sirvieran de tiro al blanco, pero tras los asesinatos de Beatriz Alberta Cariño Trujillo, directora del Colectivo Cactus, y del activista finlandés Jery Jaakkola –el pasado 27 de abril– durante el ataque a la caravana humanitaria que se dirigía al municipio autónomo, y el 20 de mayo, en Yosoyuxi, los homicidios del líder del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui Independiente (MULTI), Timoteo Alejandro Ramírez, y su esposa, Cleriberta Castro, las balaceras fueron dirigidas contra las casas de quienes se negaban a abandonar su lugar de origen.

Fueron rodeando las casas; no podíamos hacer nada, ni asomarnos a las ventanas ni entreabrir las puertas; ya ni las mujeres ni los niños podían salir. Por el aparato de sonido decían que estaban bien armados. Nos exigían que nos rindiéramos y entregáramos las armas; eran muchos hombres encapuchados, bien entrenados, que rodearon Copala, dice Jordán González Ramírez, de 32 años, padre de seis menores y quien durante una década fue guardaespaldasde Antonio Cruz García, Pájaro, integrante de la Unión de Bienestar Social de la Región Triqui (Ubisort).

Afirma estar amenazado de muerte por negarse a seguir trabajando para Cruz García. Sé que no me van a dejar tranquilo; no puedo ir a ningún lado, ni a la ciudad de México ni a Estados Unidos; en cualquier lugar me van a agarrar, pero sólo pido que ya termine esta matazón y que veamos por el bien del pueblo triqui.

El pasado 7 de agosto empezaron a ser más frecuentes los disparos. “Era una lluvia de balas que lanzaban los del MULT y la Ubisort; duró cuatro días. Pararon, y el 8 de septiembre empezaron a disparar, cada vez más cerca de las casas; el día 13 tomaron la presidencia municipal de San Juan Copala y empezaron las amenazas: nos dijeron que todos debíamos salir. Resistimos, pero utilizaron armas de más alto poder, porque las casas retumbaban; hirieron a mi muchacho, Pablo, de 16 años, en el pie derecho; mi esposa y yo decidimos salir”, narra Miguel Ángel Velasco Álvarez, de 52 años, cuyo hijo Moctezuma fue asesinado en 2006.

La familia acordó abandonar el pueblo en dos grupos separados: por un lado, el padre, con dos niñas y la madre, y por otro, Pablo, con su tío.Caminamos 18 horas, me dolía el pie, pero la esperanza de ver otra vez a mis padres y hermanas me hizo resistir, apunta Pablo, sentado en una de las casas de Agua Fría, en cuya fachada siguen los hoyos que han dejado las balas. A su lado está Felipa de Jesús Suárez, su madre, quien recibió un rozón de bala en la oreja izquierda. Sus dos hijas, de 11 y 12 años, están en el plantón que tienen en la ciudad de Oaxaca los triquis de San Juan Copala.

Angelina Ramírez Ortega, de 71 años, tiene el brazo y la mano derecha negros por la sangre acumulada, lo sostiene con la otra mano; levanta hasta la rodilla su desgastado huipil para mostrar las raspaduras y moretones en ambas piernas. Salió sin compañía; a su madre, María Francisca Ramírez Ortega, mujer centenaria, el grupo armado le había permitido abandonar el pueblo días antes, con la luz del sol.

Selena, de 17 años, quedó paralítica

Ella, en cambio, tuvo que huir entre la lluvia y el frío de la noche; cayó a un barranco y perdió el conocimiento. Con los primeros rayos del sol –platica en triqui– abrió los ojos. Estaban frente a ella 15 hombres armados que la amenazaron; suplicó por su vida y aseguró que nada tenía que ver con las disputas, que vivía allí de la venta en su pequeña tienda. Sus nietas, Selena, de 17 años, y Adela Ramírez, de 15, fueron heridas el 30 de julio, cuando integrantes de la Ubisort, acompañados por elementos de la policía estatal, ingresaron de manera violenta a las inmediaciones de San Juan Copala para rescatar el cuerpo de Anastacio Juárez Hernández, líder de Ubisort. Selena quedó paralítica.

Asienta que está contenta por estar viva, y más tranquila porque vivir en Yosoyuxi es como haber salido de la prisión, pues allá ya no podía caminar en las calles ni platicar con nadie. Cuenta que durante más de una semana comió una tortilla enmohecida y bebió agua de lluvia.

A Juana González Guzmán, de 80 años, sus familiares la cargaron durante algunas horas por la noche para evitar que, con la salida del sol, el grupo armado los ubicara en su huida por la serranía. Nos resbalamos y caímos varias veces, dicen sus familiares. Frente a ella, Gabino Hernández, de 48 años, habla de las amenazas, de las balaceras, de cómo balearon a sus perros, pero no alude a su pie derecho, que está hinchado, casi negro. A su lado está Benito Fernández Pérez, de 53 años, quien sostiene a Altagracia, su hija de cuatro; su madre, Francisca de Jesús, fue herida el 7 de septiembre y sigue hospitalizada en la ciudad de Oaxaca.

María Soledad González, de 85 años o más –no sabe con certeza su edad–, abandonó Copala junto con Nicolasa Martínez López, de 45 años; Adolfo González Martínez, de 30; Enrique González Martínez, de 23; su esposa, Anselma Merino, de 21, y un bebé de dos meses. María Soledad tuvo que avanzar de rodillas en el monte, teníamos miedo; tardamos un día y una noche para llegar aquí, comenta Enrique.

Son los testimonios de algunas de las 82 personas que lograron llegar a Yosoyuxi; otras, se ignora aún quiénes y cuántas, están en Agua Fría, Tierra Blanca, Paraje Pérez, o en otras comunidades donde no sean rechazadas por ser del municipio autónomo de San Juan Copala. Las familias que salieron en abril o antes de que se agudizara el conflicto están en las ciudades de Oaxaca y México, otras en los estados fronterizos del norte, esperando reunirse con sus amigos o familiares en Estados Unidos.

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