10/12/2013

El feminismo “socialista”



Las mujeres que se llaman a sí mismas feministas “socialistas” reconocen la existencia de dos clases en pugna en la sociedad, pero también afirman que hay una división sexual que completa o parcialmente afecta a ambas clases. De esto resultan varias posiciones teóricamente contradictorias.

La relación entre las divisiones en clases y en géneros es crucial para la teoría feminista “socialista”. Las feministas “socialistas” han tendido a rechazar la idea que es una consecuencia del modo de producción. Tal análisis, argumentan, deja de lado la naturaleza específica de la opresión de las mujeres, que es diferente de la que sufren los obreros. Para que este argumento tenga algo de peso, sin embargo, las feministas “socialistas” deben responder las siguientes preguntas:
  1. ¿Qué es privativo de las mujeres que hace que su relación con los medios de producción sea diferente de la de los hombres?
  2. Si las mujeres son oprimidas de alguna manera diferente, por su género, ¿experimentan las mujeres de la clase capitalista la misma opresión y, de ser así, cuál es entonces su verdadera posición de clase?
Al tratar de responder la primera pregunta, las feministas “socialistas” han tendido a subrayar lo siguiente: que la teoría socialista, en especial la marxista, se ocupa exclusivamente de los trabajadores hombres; que la posición de las mujeres es diferente en que muchas de ellas no están ocupadas en trabajo estrictamente productivo pues su área principal de actividad es el trabajo doméstico; que dentro de su propia clase las mujeres sufren la opresión de los hombres; que las mujeres constituyen un ejército de reserva del trabajo, el cual puede ser usado por la clase capitalista.
No es verdad, sin embargo, que Marx haya levantado su teoría económica en torno de la noción de trabajadores masculinos; o que cuando usa términos como capitalista o “proletario” se esté refiriendo sólo a los hombres. Es posible criticar a Marx por no haber atacado específicamente el asunto de las mujeres (aunque en sus escritos sí hace explícito que la explotación de las mujeres sí difiere fundamentalmente de la de los hombres.

Es verdad que muchas mujeres están entregadas al quehacer doméstico, ¿pero significa esto que se hallen en una clase diferente de la de los hombres? Esta cuestión ha dado lugar a un debate dentro de ciertos sectores del movimiento feminista, sobre el papel del quehacer doméstico en el capitalismo, debate que se ha enfocado en estas dos áreas relacionadas: el grado en que puede decirse que el quehacer doméstico es “productivo” y la posición de clase de las mujeres que realizan quehaceres domésticos.

Algunas feministas han criticado a las organizaciones izquierdistas por no haber considerado seriamente el asunto del trabajo doméstico ni impugnado la división sexual del trabajo. Históricamente, el movimiento sindicalista se ha concretado a demandar un “salario familiar” adecuado, en lugar de plantear problemas relativos al sentir de las mujeres sobre su dependencia económica. Las feministas “socialistas” también han criticado la omisión en que han incurrido algunos izquierdistas al no reconocer el trabajo doméstico como “trabajo”. Esta omisión obedece sobre todo al desentenderse de muchos hombres de lo que entraña el trabajo doméstico y el cuidado de los niños, pero también es un malentendido de algunos de los conceptos que se aplican comúnmente al trabajo. Por ejemplo, en 1912, Rosa Luxemburgo escribió:

Este trabajo [el quehacer doméstico] es no productivo dentro del significado del presente sistema económico del capitalismo.
Pero enseguida agrega:
Sólo es trabajo productivo es que produce plusvalía y por ende ganancia para el capitalista (Luxemburgo, Rosa. Women’s Suffrage and the Class Strugle [Sufragio femenino y lucha de clases], reimpreso en H. Draper y A. Pow, Marxist women versus bourgeois feminism, Socialist Register, 1976).
Partiendo de tal análisis muchas feministas “socialistas” han tratado de argumentar que la concepción marxista es problemática en su criterio de pertenencia a la clase obrera, que parece excluir a todas las mujeres que no son parte del proceso productivo, y que las mujeres que están dedicadas al trabajo pagado son, en general, también responsables del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, por lo que son “sobreexplotadas” de un modo que no lo son los hombres. Como consecuencia, han tratado de elaborar nuevas teorías que expliquen la categoría aparentemente ambigua del trabajo doméstico. Sin embargo, muchas de estas teorías se vienen abajo porque, al colocar a las mujeres en una categoría exclusiva de ellas, suponen que la división sexual del trabajo es total, es decir, que todos los hombres están dedicados a la producción de mercancías y todas las mujeres al trabajo doméstico, lo que simplemente es falso.

Aunque la mayoría de las feministas “socialistas” ha aceptado correctamente que el trabajo doméstico es parte del proceso de reproducción total del capitalismo y como tal es de importancia económica (y que también desempeña una importante función ideológica), ha habido considerable desacuerdo sobre el vínculo preciso entre trabajo doméstico y proceso de trabajo capitalista. Sobre el tema del trabajo productivo en general y del doméstico en particular, Marx escribió:
El único trabajador que es productivo es aquél que produce plusvalía para el capitalista o, en otras palabras, el que contribuye a la autovalorización del capital (K. Marx, Capital, vol. 1, Penguin, 1982, p. 644).
Pero decir que una persona es “productiva” en este sentido es no decir nada sobre la posición de clase de la persona: una persona (un obrero) puede ser productivo o improductivo y aun así seguir siendo parte de la clase obrera según la definición de Marx (es decir, no dueño de los medios de producción). Del mismo modo, la primera parte de la declaración es modificada ligeramente por la segunda parte para incluir a quienes “contribuyen” a la producción de plusvalía. Esto debe tomarse en cuenta con los comentarios de Marx sobre “el trabajador colectivo”. Aquí Marx observa que, conforme se desarrolla el capitalismo, así también el proceso de trabajo va adquiriendo cada vez más naturaleza cooperativa.
Para trabajar productivamente, ya no es necesario que el propio individuo ponga sus manos sobre el objeto; pues basta con que sea un órgano del trabajador colectivo y realice cualquiera de sus funciones subordinadas (K. Marx, Capital, Vol. 1, Penguin, 1982, pp. 643-4).
Además de este concepto del “trabajador colectivo”, debemos tomar en cuenta los comentarios de Marx sobre la reproducción de la fuerza de trabajo:
El consumo individual del trabajador... sigue siendo un aspecto de la producción y la reproducción del capital, del mismo modo que lo es también la limpieza de la maquinaria (K. Marx, Capital, Vol. 1, Penguin, 1982, pp. 7717-8).
En este análisis se puede considerar que la clase obrera en su conjunto es el “obrero colectivo”, y aun si se distinguiera entre los que cobran salario y los que no (por ejemplo, las amas de casa y los desempleados) se puede ver a ambos grupos como “productivos”, pues contribuyen al proceso de producción en su conjunto.
La confusión que rodea este tema parece haberse originado en el uso del término “productivo” en un sentido específicamente capitalista dándole el significado de generador directo de plusvalía y, usado de este modo, los “improductivos” (incluidas las amas de casa) son, por implicación, inútiles (términos económicos) y por tanto carentes de importancia.

Algunas feministas “socialistas” se han concentrado en potenciar la categoría de ama de casa con una campaña por “salario para el trabajo doméstico”. Quizá sea cierto que no ganar nada por ser ama de casa aumenta el sentido de impotencia, no es verdad que el pago de un salario resuelva la situación. Como Ellen Malos observa acertadamente:
Que las mujeres reciban un salario no necesariamente les dará poder para ponerle fin al gobierno del capital o a la subordinación de las mujeres a los hombres, como tampoco el salario que cobran los obreros termina con su subordinación al capital (The Politics of Housework [La política del trabajo doméstico], Allison and Busby, 1982, p. 119).
Las amas de casa desde luego contribuyen a la producción de plusvalía pero en ningún caso pueden verse como parte de la clase obrera en virtud de que no son propietarias de los medios de producción. Que hay una persistente división sexual del trabajo, tal que a las mujeres se les ve como las responsables últimas del trabajo hogareño y cuidado de los niños es innegable; pero este es un problema diferente del de la posición de clase de los trabajadores domésticos. El argumento feminista según el cual esta división del trabajo persiste porque es en interés de los hombres (incluidos los obreros) pasa por alto el grado en que tal trabajo es en realidad en interés del capital. Es importante reconocer que el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos no son en sí serviles ni carentes de interés (ciertamente no más que muchos trabajos pagados), sino que a menudo es el contexto en que se llevan a cabo lo que les imprime tal apariencia.
Cualquier estrategia destinada a la abolición de la división sexual del trabajo debe hacer hincapié en que no es un “problema de las mujeres”, distinto de los intereses de la clase obrera en su conjunto, sino que es un cambio que tiene el potencial de beneficiar tanto a las mujeres como a los hombres. No concebirla así sólo fortalece la idea de que cualquier cosa que se haga con la casa, la familia o los hijos es por definición dominio de las mujeres.
Claro está que las mujeres constituyen un ejército de reserva del trabajo que será utilizado cómo y cuándo el capital lo necesite. Pero porque la división sexual del trabajo no es total, porque no son únicamente las mujeres las que constituyen el ejército de reserva sino cualquier desempleado miembro de la clase obrera, pierde validez la idea de que hace falta desarrollar una teoría nueva para explicar este aspecto específico de la opresión de las mujeres trabajadoras.

El feminismo “socialista” abarca, por tanto, una gran variedad de ideas contradictorias, pero es posible resumirlas identificando varios elementos clave de tal movimiento:

i)                   En la sociedad capitalista, la familia refleja el conflicto de clases de esa sociedad como un todo. Sin embargo, los hombres no son identificados como “el enemigo” como en el caso del feminismo radical, ya que la opresión de las mujeres es vista como parte de un sistema de explotación en que los hombres de la clase laboral también son oprimidos (explotados). En consecuencia, no basta con limitarse a demandar la igualdad como hacen las feministas liberales, pues lo único que resultaría sería la igualdad del derecho a ser explotadas.

ii)                Las feministas “socialistas se han resistido a la idea de incorporar las demandas de las mujeres tan sólo como un aspecto de un movimiento político más amplio. Lejos de ello, han tendido a organizarse por separado, arguyendo que las organizaciones “socialistas” incorporan ideas y prácticas sexistas. Sienten que es necesario un movimiento separado porque consideran que la explotación de las mujeres es más profunda y amplia que la de los hombres.

iii)              Aunque las feministas “socialistas” aceptan que la causa de raíz de toda opresión es económica, afirman que la relación de las mujeres con los medios de producción es diferente de la de los hombres en que sus trabajos asalariados tienden a ser de categoría inferior y mal pagados; y como tales se consideran secundarios a sus responsabilidades domésticas, lo que las hace más vulnerables a ser contratadas o despedidas al tenor de los dictados de la economía capitalista. Hay pocas mujeres sindicalizadas y por eso están mal equipadas para proteger sus condiciones laborales, y los sindicatos masculinos ven a las mujeres con suspicacia e incluso con hostilidad.

iv)               El trabajo en el hogar ha sido un elemento significante dentro del análisis feminista “socialista”: es aislado, privatizado, de categoría baja y ajeno a la economía de mercado. Sin embargo, las feministas “socialistas” discrepan respecto de si su importancia principal es su papel en apoyar ideológicamente al capitalismo o si su rasgo esencial está en su papel en la reproducción de la fuerza de trabajo.

v)                 Las feministas “socialistas” argumentan que el análisis de la explotación económica en el trabajo y en la familia no basta para explicar todos los aspectos de la subordinación de las mujeres. Como suplemento a este análisis, han recurrido a teorías sociológicas y psicológicas en un intento por demostrar cómo y por qué las mujeres terminan “atadas” a su posición de sometimiento de modo tal que termina por parecer natural. Dada la dificultad y la complejidad de análisis que han tratado de explicar los orígenes de la opresión de las mujeres en términos ideológicos, la mujeres las mujeres han explorado profundamente en sus propias experiencias tratando de entender los caracteres comunes de su sometimiento, e incrementando a la vez la sensación de que su opresión es de algún modo cualitativamente diferente de la experimentada por los hombres.
Hay algunos aspectos del análisis del “feminismo socialista” que no podemos discutir. Sin embargo, no estaríamos de acuerdo en cuanto a la idea de que las mujeres necesitan organizarse por separado de los hombres para alcanzar una sociedad socialista no sexista. La idea de que muchas organizaciones que se dicen “socialistas” no han tratado a las mujeres como sus iguales puede ser cierta, pero esto demuestra únicamente el grado en que tales partidos no pueden ser en verdad socialistas. Los socialistas argumentarían además que no sólo no es una buena estrategia para los hombres y las mujeres organizarse por separado para llegar al socialismo, pero sino que es imposible hacerlo así, porque el socialismo sólo puede construirse cuando así lo quiere la mayoría de la gente—hombres y mujeres—y todos están dispuestos a trabajar conjuntamente para erigirlo.
Fuente " :http://www.worldsocialism.org/noneng/esp/Las_mujeres_el_socialismo.php#El_feminismo_%E2%80%9Csocialista%E2%80%9D

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