10/24/2013

México: Entre parches y pegotes



Gerardo Fernández Casanova 
(especial para ARGENPRESS.info)

Una caricatura del estado mexicano pudiera presentarse como la de una carcacha modelo 1950, muy al estilo cubano, con alambres para sostener las puertas, con partes recuperadas de la chatarra para sustituir a las desgastadas, en fin, con parches y pegotes que permiten que el auto ande, aunque su eficiencia se mida en litros por kilómetro en vez de en kilómetros por litro. Cada vez que se registra una descompostura se acude al tiradero de desperdicios para ver que se puede aprovechar para remediarla.

Esta caricatura es especialmente aplicable al sistema de la representación y las elecciones, en el que se registra una desigual competencia entre las modificaciones para evitar chanchullos y la capacidad de los malandrines para inventar nuevos chanchullos. Es el cuento de nunca acabar, menos aún si los que diseñan y aprueban las modificaciones son los mismos que luego las violarán, me refiero a los partidos políticos y sus correspondientes legisladores.

Resulta que en los estados el poder de los gobernadores ha impedido la ciudadanización de los correspondientes organismos electorales, circunstancia que les ha permitido la permanencia en el poder y la designación de sus sucesores, especialmente durante los dos sexenios en que el PRI estuvo fuera de Los Pinos, período en el que los gobernadores eran verdaderos reyezuelos. Para corregir el defecto se está proponiendo una reforma a la Constitución para centralizar la administración de los asuntos electorales de todos los niveles de gobierno en un Instituto Nacional Electoral (INE) eliminando las instancias locales y, junto con ellas, la soberanía de las entidades federativas.

Es un contrasentido que se pretenda enmendar las fallas de los órganos locales para incorporarlas a las fallas del organismo federal (IFE) cuyos ejercicios han sido severamente cuestionados desde el 2003; que en el 2006 avaló el más burdo de los fraudes para imponer a Felipe Calderón y que, en el 2012, se hizo ojo de hormiga ante el desmesurado rebase de los topes de gasto electoral y la desaforada compra de votos, ambos sujetos a normatividades que debieran haber sido aplicadas por la autoridad electoral para su corrección en el proceso mismo, no que fueron anotadas para su posterior revisión a toro pasado y sin posibilidad de remedio. Como quien dice: en vez de que los cochupos los hagan los gobernadores ahora los hará directamente el presidente.

Mientras que la forma de designar a los consejeros electorales pase por el reparto de cuotas de poder entre los partidos en las cámaras, no habrá manera de lograr organismos electorales realmente independientes y formados por ciudadanos libres, sea en los estados o en el centro; la democracia electoral seguirá siendo asignatura pendiente. La única fórmula que se me ocurre para resolver el asunto es que, tanto a nivel federal como de los estados, se elaboren listas de ciudadanos, sin pertenencia a partido alguno y mérito reconocido, propuestos por organismos de la sociedad civil e instituciones académicas para ser insaculados al azar.

En la misma condición de parche se propone la reelección de legisladores pero nadie habla de la calidad de la representación. En estos momentos vivimos una experiencia clara que pone en tela de juicio la calidad de la representación: el pueblo en las calles clama por impedir la reforma a los artículos 27 y 28 de la Constitución, mientras que los legisladores se aprestan a aprobarlas. Antes de pensar en la reelección habrá que preguntarse si la forma de la elección es eficaz. La elección de legisladores por mayoría llena las cámaras de candidatos simpáticos, frecuentemente incapaces de legislar y representar. Mi propuesta es la conformación de las cámaras por la vía de listas y la asignación de los legisladores en proporción de la votación recibida por la lista respecto del total de votos emitidos.

Otra pregunta que habría que hacerse: ¿Sirve de algo el Senado de la República? Mi respuesta es que definitivamente no; sólo sirve para agrandar el poder presidencial, de por sí excesivo en México.

En fin, ya es hora de sentarse a contemplar el sistema de forma total y aplicar las soluciones de fondo que correspondan, lejos de parches y pegotes.

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