5/06/2016

“La bota del Ejército se agiganta en Guerrero… y en el país”, artículo de Témoris Grecko



por Témoris Grecko

Con carácter inmediato, el gobierno le dio al Ejército el control de las cámaras de los C4 (centros de control, comando, comunicaciones y cómputo) de Acapulco, para apoyar la estrategia de seguridad. Una estrategia que, por cierto, a nivel de todo el Estado ya está bajo control del Ejército: el comandante de la IX Región Militar de Acapulco, el general de brigada Alejandro Saavedra Hernández, no sólo es el jefe de cada soldado en Guerrero, sino que es el coordinador de la estrategia federal de seguridad para la entidad, lo que le otorga poder de decisión sobre prácticamente todas las corporaciones policiacas que actúan ahí: federales, estatales y las de todos los municipios que han aceptado el mando único.
¿Cuál es el antecedente de tener al Ejército controlando el C4? Sí, no se equivoca usted: Iguala. En la noche del 26 y 27 de septiembre de 2014, militares a cargo del C4 monitorearon el movimiento de los normalistas desde que salieron de Ayotzinapa y mientras estaban siendo atacados, asesinados y transportados a la desaparición.
¿Cuáles son los antecedentes del general de brigada Saavedra Hernández? Se lo contamos en el documental #MirarMorir. El Ejército en la noche de Iguala”: antes era general brigadier y comandante de la 35ª Zona Militar de Chilpancingo, que cubre la mitad norte de Guerrero, y entre los batallones que tenía bajo su mando estaba el 27º de Iguala, el que miró morir a seis mexicanos y permitió la detención ilegal de 43 más. El coronel Rodríguez Pérez, del 27º, mantuvo constantemente informado al general Saavedra de lo que pasaba. El Ejército sólo le entregó a la PGR algunos reportes que le envió el coronel al general, pero no las órdenes que Saavedra le dio a Rodríguez, y que serían clave para entender con mayor precisión el rol del Ejército en estos crímenes.
Lo que sea que haya hecho, dicho y ordenado Saavedra debió satisfacer gratamente a la Secretaría de la Defensa Nacional, porque fue premiado: el 20 de noviembre de 2014, cuando no habían pasado ni dos meses de los ataques en Iguala, el secretario general Salvador Cienfuegos le concedió a Saavedra el ascenso a general de brigada. Diez días después, el 30 de noviembre, lo promovió a comandante de la IX Región Militar, con lo que lo convirtió en el hombre fuerte del estado. Pero no era suficiente: el 27 de octubre de 2015, el gobierno de Peña Nieto le otorgó la coordinación de la estrategia federal de seguridad.
Saavedra Hernández recorrió todo el camino hasta la cumbre desde que llegó por primera vez a Guerrero, en noviembre de 2004 como jefe de Estado Mayor nada menos que del 27º Batallón. Su comandante era el general de brigada Sergio Arau Cámara, quien a su vez era próximo al general Mario Arturo Acosta Chaparro, procesado por narcotráfico.
Y aquí hay otro antecedente: entonces con el rango de coronel, Acosta Chaparro fue lo más parecido a Saavedra Hernández como hombre fuerte de Guerrero, cuando el gobernador Rubén Figueroa Figueroa le dio, en 1975, el mando de todas las fuerzas estatales para seguir la Guerra Sucia en la que desaparecieron más de 1500 personas, con vuelos de la muerte en los que se arrojaba a las víctimas al mar y asesinatos perpetrados por propia mano de Acosta Chaparro.
La diferencia es que Acosta Chaparro no tenía comandancia en el Ejército mientras ejercía funciones civiles. En contraste, el general Saavedra tiene al Ejército bajo su mando total. Y a las fuerzas federales, bajo su “coordinación”.
GUERRERO, ¿EL MÉXICO DEL FUTURO?
Guerrero es un estado militarizado desde que los presidentes Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo le encargaron destruir a las guerrillas a cualquier costo, hace casi medio siglo. Sus comandantes, a través de sus órganos de espionaje y de la información que les proveen los militares y exmilitares incrustados en puestos policiacos y políticos, además de sus asociados, saben todo lo que ocurre y conocen los detalles del trasiego de drogas, una industria que representa miles de millones de dólares. Fue bajo su mirada que el Pentágono de la Amapola se convirtió en el principal productor de adormidera del continente americano. Acosta Chaparro fue uno de los grandes promotores de este negocio ilegal.
Es, sin lugar a dudas, el gran poder del estado, por encima de los bandos criminales, de los caciques y de las autoridades políticas. Al gobernador priísta Héctor Astudillo nadie le preguntó si estaba de acuerdo en poner al general Saavedra al frente de la estrategia federal de seguridad: sólo le dijo a la prensa que no pudo decir que no. Más adelante mostró su incomodidad, tuvo algunos roces con el general, e incluso en enero de 2016 hubo un intento fallido de retirarlo de la coordinación: con base en una filtración, algunos medios informaron que había sido sustituido por el general Gabriel García Rincón. Esto no se materializó y el general Saavedra ha seguido presentándose ante los medios para convencer de lo absurdo, como que “todos los índices delictivos van a la baja en Guerrero”.
¿Es Guerrero el espejo en el que debemos figurarnos el México del futuro?
Puede ser la ambición de un hombre, la estrategia de una facción militar o nada menos que la voluntad de la fuerza armada: el hecho es que, al menos desde la institucionalización del régimen revolucionario, el Ejército nunca había tenido tanto poder legalmente otorgado en Guerrero.
A nivel federal, también van por más. Un Ejército responsable se hubiera ocupado de cooperar en todo lo posible con la investigación del caso de violación de derechos humanos más brutal del México contemporáneo, el de la noche de Iguala, pero los generales han hecho exactamente lo contrario: han retenido información, ocultado evidencias, obstaculizado los trabajos, con base en argumentos tan irregulares como que el secretario general Cienfuegos no sería quien es si permitiera que se entrevistara a sus soldados, más allá de sus obligaciones legales, de su responsabilidad institucional y de su papel constitucional.
El Ejército no sólo resistió la presión nacional e internacional para que facilitara la investigación: el 21 de abril, en un proceso extraño con maniobras en lo oscurito para colar modificaciones fundamentales para la vida del país, sin debate y en siete minutos, el Senado aprobó cambios al Código Militar de Procedimientos Penales que, en palabras del senador Manuel Bartlett, crean “un sistema dictatorial” porque el dictamen va “más allá de la justicia militar, viola la Constitución, engrandece a las fuerzas militares y viola la soberanía popular”.
En un reportaje publicado en Proceso por Jenaro Villamil, se describe cómo es que estas modificaciones exponen a la población civil a abusos en juzgados militares, con falta de garantías y de criterios claros, sin protección para víctimas de violaciones de derechos humanos, con facilidades para que los soldados cateen casas de civiles e intervengan comunicaciones, obligando a declarar a menores de 12 años. Además abren vías para asegurarse la impunidad mediante la evasión de la justicia civil. (¡Ah! Y los periodistas no podremos cubrir los juicios de militares).
En realidad, todo esto ya ocurre, pero si reunimos las pruebas, en teoría es posible denunciar y procesar a los militares responsables. Con estos cambios, ni podemos tener acceso a las evidencias ni -aunque consiguiéramos pruebas- podríamos hacer nada porque sus acciones serán legales.
EL EJÉRCITO VISTO POR EL EJÉRCITO
Llama la atención que el tetrapartito que domina el Poder Legislativo (PRI, PVEM, PANAL, PES) esté recurriendo a trucos para pasar medio a escondidas lo que podría hacer aprobar sin problemas, gracias a sus mayorías de escaños. No quieren ser vistos por la opinión pública.
Pero éste y otros endurecimientos de la ley no vienen aislados. Un interesante reportaje de Ana Carbajosa (que recomiendo leer) muestra cómo es que, a partir del shock de las revoluciones árabes que provocaron la caída de dictadores fuertes, con un nutrido uso de internet y sus redes sociales, regímenes en todo el mundo han reaccionado introduciendo medidas para limitar las reacciones de la sociedad civil. La periodista cita a Thomas Carothers, del Carnegie Endowment for International Peace: “Asistimos al mayor esfuerzo conjunto de gobiernos desde los años 80. Las leyes restrictivas forman parte de un fenómeno profundo que marca el fin de la apertura de los 90 y el estancamiento democrático”.
Es decir, no se trata sólo del Ejército, sino del régimen en un sentido amplio (es decir, el tetrapartito y otros partidos y organizaciones beneficiarias del estatus quo) que se protege ante sus ciudadanos. Las fuerzas armadas, no obstante, juegan un papel clave en esta operación.
¿Será que un Ejército más poderoso e injerencista podría, por lo menos, traer la paz al país? O sea, orden sin libertades, pero orden.
Hay que ver lo que han hecho. ¿Cuál es su interés por encubrir a toda costa las redes de complicidades que permiten que Iguala sea una capital de la industria de la heroína, un negocio de miles de millones de dólares?
En nuestro documental #MirarMorir mostramos también la forma en que el Pentágono de la Amapola está estratégicamente custodiado por diez de las doce bases militares y navales que hay en Guerrero. Y los cultivos y el tráfico siguen creciendo. No le han puesto un alto.
Es bastante elocuente que en su propia argumentación, el Ejército se describe a sí mismo en pésimos términos. El propio general Cienfuegos ha ido a la televisión a decir que, en la noche de Iguala, sus tropas no tenían por qué intervenir, que no se enteraron de nada, que un humilde policía municipal llamado Felipe Flores engañó a sus comandantes. ¡Guau!
Ahora van a controlar las cámaras del C4 en Acapulco, como lo hacían en Iguala en esa noche fatal.
Si uno pone en duda la versión del Ejército, verá que mediante omisiones, mentiras, ocultamiento y destrucción de evidencias, y obstaculización de las investigaciones, la institución es cómplice de esos crímenes.
Creer su versión, sin embargo, no deja mucho mejor parado al Ejército: confundido, incapacitado, distraído, engañado por cualquiera: este Ejército tendría entonces que responder por sus limitaciones, su torpeza y su insensatez.
¿Así quieren salvar a Acapulco?
¿Y a México?
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Nuestra película documental #MirarMorir. El Ejército en la noche de Iguala” sigue en cartelera. Checa www.facebook.com/mirarmorir para ver cines y horarios.
Y entra a www.cuadernosdobleraya.com para ver los videos y fotos de “Los 12 mexicanos más pobres. El lado B de la lista de millonarios”. El libro ya está a la venta.
Ambos son proyectos de Ojos de Perro vs la Impunidad y Cuadernos Doble Raya. El segundo con el gran apoyo de Oxfam México.

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