12/18/2019

Implosión



El caldero de las emociones actuales, al principio apenas contenidas, ha caído en ebullición. Se pide, con graves voces, que también exigen, su natural desfogue. Durante ya varios años de tanteos justicieros, el viejo liderazgo del país ha sido puesto, en repetidas ocasiones, ante el grosero espejo de sus propias tropelías. El corajudo talante de buena parte de la ciudadanía apunta, con precisión, hacia los nombres y las circunstancias de sus bellacos preferidos. Estos personajes, a su vez, acuden, en reiterativo tropel, atosigando recuerdos malhadados: Salinas, Fox, Calderón o Peña Nieto quedan así atrapados en furiosa rebatiña de reproches. Y ahí, en ese horizonte de enojos, reclamos y deseos de castigos, han quedado atorados sin encontrar reposo o, al menos, alguna salida, aunque sea temporal. Estos personajes, otrora estelares, van y vienen en un continuo peregrinar sin destino productivo. Sin embargo, es necesario escombrar algún lugar que por derecho les corresponda, dados sus propios abusos, desusos, crímenes o ilegalidades. Tal parece que no pueden tampoco pasar al olvido que les permita llevar sus vidas, aunque sea de forma vegetativa. Para varios, un oscuro hueco bien podría ser adecuado a su escaso valor y controvertida trayectoria.
Todos ellos fueron protagonistas en un periodo por demás atrabiliario y decadente, si no es que tramposo, dañino, incluso perverso. En su paso por los escenarios públicos prometieron cuanto les pasó frente a su cínico deseo de trascender. No cumplieron ni de cerca y, para el infortunio de miles, quizá millones, quedaron anclados en sus desbocadas pasiones pero, sobre todo, en sus reducidas capacidades. Se rodearon de intereses –grandes o mayúsculos– y ahí retozaron a sus anchas. La sociedad sólo los miraba a lo lejos, de refilón y aceptaba, a veces hasta con mansedumbre, el compungido lugar que se les destinaba. El pueblo (o ciudadanía si se quiere así nombrarlo) fue apuntado en nichos poco amigables con su dignidad. El bienestar colectivo o individual no les interesaba, sino la cómoda y fastuosa tranquilidad del gobernante o patrón.
En muy estrechas y contadas ocasiones se permitió, a hombres y mujeres, ensayar un proyecto propio. El modelo de conducción implantado integró componentes impuestos desde los centros de poder y dedicado a concentrar riqueza y toda clase de oportunidades en unos cuantos privilegiados en exceso. Para una escasa capa de apoyadores que, hasta con gusto, resultaron sus incondicionales, se reservaron limitadas dotaciones de bienes y prestigios que pudieran despertarles ulteriores ambiciones, aunque casi siempre fueron menores o irrealizables.
El modelo concentrador entró en México y en otras varias partes del inquieto mundo en prolongada pero terminal crisis. El descontento que marca el presente es, ahora, irrefrenable regla conductual. En medio de esta encrucijada que no puede desprenderse del pasado, la propuesta de ensayar un cambio real, a fondo, fue apoyada, por la rebelde y masiva voluntad popular. Ahora es ya una innovadora aventura por propio derecho. Las dolencias y reparos van apareciendo de manera cotidiana y hasta presentan belicosas facturas. De pronto y por imperiosa necesidad, aparecen numerosas grietas que se fueron escarbando, con el paso de los tiempos del inequitativo reparto de los bienes. No faltan, entonces, los aprovechados, los apañadores de cualquier bien, por poquitero que pudiera ser y encontrarse a mano. Mucho menos si, a lo que se aspira con fruición indetenible, se le adjuntan riquezas y poder desmedido. El sistema completo de convivencia fue infectado por la corrupción y la violencia con los terribles costos añadidos.
La súbita aparición de un labrado y vetusto villano (Genaro García Luna) inflamó el vecindario nacional, ya muy cargado de dolencias y corajes. El desprestigio que este personaje arrastra ha contaminado nefastos límites humanos y funcionales. El discurso seudolibertario, plagado de soflamas justicieras, ensayado por el panismo calderonista o foxista, simplemente se desfondó. La incisiva crítica al modelo en crisis, que ha ensamblado la izquierda se aposentó también en el gobierno. Los arrestos transformadores que esparce han encontrado, de sopetón, un aliado insuperable. La profunda deshonestidad del que fue el guardián de la seguridad nacional a la que añadió la interesada complicidad con los criminales ha galvanizado el malestar. La indignación es generalizada, se esparce con rapidez y busca fijar culpabilidades. Fox y Calderón son los referentes precisos del desprestigio y la ira popular. El señor Peña Nieto ha quedado, en este vendaval de iracundia, tocado de manera central por las denuncias de relevantes testigos. Todos ellos no pueden evadir sus irresponsables y hasta criminales conductas como gobernantes. Tienen que ser puestos en la picota de la justicia colectiva. El caldero no debe implosionar sino, como se dijo al principio, encontrar su desfogue.

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