2/01/2011

CINE CINE CINE


El listón blanco

Teresa del Conde

La película, aparentemente filmada en duotono es una belleza distante, puede admirarse en la Cineteca, después de breve temporada en un solo cine, proyectada a las 11 de la mañana. Se presentó en la más reciente muestra internacional.

El autor, Michael Haneke, es un cineasta alemán de culto. Aunque no se conozca el idioma, es tan grato de escuchar, como si fuera música.

Se entretejen historias en las que los niños y adolescentes tempranos son protagónicos, todos están vinculados, en parte porque varios pertenecen a un coro, pero principalmente debido a que el maestro de la villa, donde tiene lugar la acción, es el único profesor de la única escuela. Él es el narrador de la historia, sólo que la narra cuando es ya anciano, como lo delata el sonido de su voz en off, en contraste a la que es propia del personaje de 30 años que encarna. Su memoria, algo entrecortada, da cuenta de algo que sucedió hace mucho tiempo, el año previo al estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914.

Como no aparece un solo automóvil, sólo carromatos tirados por caballos, y además la iluminación es predominantemente con base en lámparas de aceite o candelas, el espectador puede creer que lo que acontece sucedió lustros antes del tiempo fílmico, suposición mantenida hasta el momento en que se anuncia el asesinato del príncipe heredero del imperio austro-húngaro y de su esposa en Sarajevo. Por tanto, las acciones tienen lugar hacia 1913. La única modernidad es la bicicleta y es relativa en cuanto a que hay contadas bicicletas (o sólo una) como posible medio de comunicación vehicular entre sitios distantes por decenas de kilómetros. La bicicleta es un símbolo.

La trama propone una serie de accidentes, comenzando al inicio con la muerte al parecer accidental de una campesina, que no se elucida por temor. En realidad, los accidentes o incidentes no van a alcanzar solución definitiva. Puede creerse que el médico (también accidentado al principio) que aparentemente cumple con sus deberes, es responsable, pero también se refuerza la idea, muy freudiana, de que algunos niños o jovencitos están involucrados con lo que va aconteciendo, entre otras cosas, un incendio y la vejación a dos chiquillos, uno de alcurnia, hijo de hacendado, y el otro en el extremo opuesto, además con síndrome de Down. Los sueños (el de una muchachita) tienen incursión definitiva y definitoria, eso aparte del vislumbre de la sexualidad preadolescente y sometida de una chica acosada por su progenitor.

Una escena aborda la forma en que era concebida la masturbación juvenil, seguida de un barbárico castigo. El melancólico niño castigado es un insuperable actor.

Los personajes adultos están unidos entre sí por el maltrato moral que infligen, entre todos destaca el pastor, obsesivo observante de un pietismo ascético, más severo que el calvinismo. Otro protagonista, ejemplarmente cruel, es el administrador de la hacienda.

Las caracterizaciones son a tal grado convincentes que el espectador genera repugnancia por los actores, olvida la dimensión de que lo que está viendo es representación y sucede que literalmente se mete dentro de la pantalla como si fuera un testigo. La excepción masculina al fenómeno auscultador (anticipo de la Gestapo) es el propio profesor, capaz de amar, que suscita simpatía desde su aparición, debido a que su idiosincrasia corresponde a una otredad, ajena a la índole de la comunidad en la que se desempeña. La autoridad incuestionable, comenzando por el hacendado, que es aclamado más como Dios que como señor del feudo, une a los personajes poseedores de algún género de mando, así sea intrafamiliar. Los campesinos no tienen más opción que someterse al riesgo de ser expulsados y morir de hambre ¡hay del que pretenda rebelarse!, de hacerlo es reprobado por su propia gente, todos guardan condición de siervos de la gleba.

Hay momentos en los que reina la tiniebla dentro y fuera de la pantalla y como veedor, el espectador siente que así debe ser, es la misma tiniebla que rodea a los personajes.

Estos momentos contrastan con el rito campesino de recolección. Única escena pretendidamente desfogada a la que se tiene acceso. Es directa alusión a las saturnales.

Llega a sentirse que la trama alude a una de las causales que lustros después explican la aquiescencia germánica ante el nazismo. Pero más que eso, lo que explora el autor en los lados más oscuros es la perversa religiosidad (por equivocada en su acepción), la hipocresía, el masoquismo femenino, el clasismo, la recepción incuestionada por niños y mujeres de la prepotencia masculina.

El trabajo de cámara es a tal grado fino, que el disfrute estético predomina hasta en los menores detalles. Al frente está la lección de historia.

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