2/04/2011

CINE CINE CINE

Ella baila sola
Leonardo García Tsao
Foto
Katie Jarvis en un fotograma del filme

Tal es el dominio del producto hollywoodense en nuestra cartelera que cuando un distribuidor logra colar algo diferente, lo hace de manera casi clandestina, como si le causara vergüenza. Ése es el caso de Fish Tank, segundo largometraje de la escocesa Andrea Arnold, que se exhibe ahora en contadas salas con nulo apoyo publicitario.

Estrenada en el festival de Cannes de 2009 –en el que obtuvo un premio del jurado– Fish Tank pertenece a la gran tradición de realismo social que ha caracterizado a buena parte del cine británico. Hay una evidente herencia del llamado free cinema, así como de Ken Loach, pero también una influencia de los hermanos Dardenne en la mirada compasiva pero no sentimental hacia personajes marginados. Al igual que Rosetta (1999), la protagonista Mia (Katie Jarvis) es una adolescente rebelde y agresiva. A diferencia de aquella, no chambea ni estudia, sino pasa su tiempo en permanente conflicto con quienes la rodean, sobre todo su madre soltera (Kierston Wareing), cuya atención se centra en el alcohol y el acostón en turno. Hasta su relación con su hermana menor, la malhablada Tyler (Rebecca Griffiths), es hostil.

La única salida para la chica es el baile y la bebida. Mia se aísla en un departamento desocupado para ensayar pasos de hip-hop. (No es esta una historia de superación personal, al modo Billy Elliot, o peor, Flashdance). Fuera de eso parece, estar condenada a repetir el patrón materno de una vida cerrada y sin posibilidades. Como un pez atrapado en el acuario epónimo, la adolescente topa con pared en todas sus interacciones sociales. El único trato amable se lo brinda Connor (Michael Fassbender), el nuevo galán joven de la madre, quien resulta ser un tipo simpático dispuesto a establecer una relación familiar con Mia y Tyler. La primera responde a ese inusual trato cariñoso, pero la cada vez mayor cercanía entre ambos hace prever que dicho cariño va a tomar un camino escabroso.

Con ejemplar mesura, Arnold les hace justicia a sus personajes y no los mete al charco de la truculencia melodramática. Mia se vuelve una figura conmovedora a pesar de no poseer muchas cualidades dignas de suscitar nuestra simpatía. Podría ser una víctima, pero escoge no serlo gracias a una fuerza interna que se ilustra en la forma como camina o corre con determinación, mientras la cámara intenta seguirla (en este caso está justificado que Arnold ejerza el tic de mostrar, con cámara en mano, la nuca y espalda de la protagonista).

Fiel a la corriente bautizada despectivamente como drama de cocina sucia, la directora hace verosímil un desolador entorno de clase obrera, formado por monolíticos edificios multifamiliares, paisajes industriales y lotes baldíos; al tiempo que un reparto verídico recuerda la habitual solvencia de la actuación británica. (No sorprende que Jarvis no sea una actriz profesional. Su naturalidad se antoja exclusiva de alguien educado en la calle.)

A su vez, Arnold encuentra momentos de lirismo entre la sordidez –al igual que su paisana Lynne Ramsay, cuyos memorables Ratcatcher (1999) y Morvern Callar (2001) permanecen inéditos en México–. Si bien la existencia de Mia es todo menos poética, hay elementos visuales que permiten asomar la reprimida ternura del personaje. Tal vez la imagen del viejo caballo blanco que ella intenta liberar sea demasiado obvia como emblema. Pero la película se gana su final esperanzador con detalles sencillos. Un improvisado baile en la excepcional compañía de su madre basta para sugerir un cambio posible.

Ojalá Fish Tank permanezca en cartelera un poco más, al menos para servir de opción al espectador no necesariamente interesado en ver El oso Yogi en 3D.

Fish Tank. D y G: Andrea Arnold/ F. en C: Robbie Ryan/ M: Canciones varias/ Ed: Nicolas Chaudeurge/ Con: Katie Jarvis, Michael Fassbender, Kierston Wareing, Rebecca Griffiths, Harry Treadaway/ P: BBC Films, UK Film Council, Limelight. Reino Unido, 2009.

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