5/10/2011

El momento de la ciudadanía


Alberto Aziz Nassif

La Marcha por la Paz, que partió de Cuernavaca y arribó al Zócalo de la ciudad de México el pasado 8 de mayo, es la expresión de un México roto. Cuando quedan los pedazos y el dolor que desgarra por la muerte, cuando los agravios se acumulan y la exigencia de justicia, de paz y dignidad se vuelve el motor de los ciudadanos, entonces es posible vislumbrar una pequeña luz al final del túnel. Este movimiento ciudadano viene del profundo dolor de la muerte de hombres, mujeres, jóvenes, migrantes, que han quedado olvidados o se
pultados en fosas clandestinas. Nace de la rabia y los agravios por los miles y miles de ciudadanos que han sido asesinados impunemente en estos años.

El largo trayecto del domingo no fue sólo una marcha, eran miles de ciudadanos de muchas partes del país que acudieron al llamado por una paz destruida, por una justicia que no ha llegado y por dignidad extraviada. Después de 40 mil muertos, de que muchos especialistas han recomendado un cambio en la estrategia, después de tantas víctimas, se ha empezado a construir una voz colectiva y ciudadana que dice “ya basta”, “ni una muerte más”, “no más sangre”, “estamos hasta la madre” y queremos un cambio. Hay en esta marcha, en sus antecedentes y en lo que sigue quizá el inicio de un largo trayecto de recomposic
ión, que a diferencia de otros momentos ahora existe un consenso amplio, el movimiento tiene una gran legitimidad, los liderazgos son auténticamente ciudadanos y con enorme fortaleza moral. El líder emblemático de este despliegue de ciudadanos, Javier Sicilia, ha empleado la palabra, la poesía y sus referentes son universales. No hay manipulación, no intereses partidistas y eso genera confianza y oxigena el espacio público.

Se ha empezado a crear un nuevo espacio, la sociedad organizada y en proceso de organización se ha empezado a empoderar, y sus alcances llegarán tan lejos como los mismos ciudadanos estén dispuestos a pelear por un proyecto diferente de país. Hay varios supuestos que rebasan al actual gobierno e involucran al conjunto de la clase política. Existe un fracaso en la conducción del país que nos ha llevado a una crisis, a una emergencia nacional. Dice Sicilia: “estamos aquí para decirnos y decirles que este dolor del alma en los cuerpos no lo convertiremos en odio ni en más violencia, sino en una palanca que nos ayude a restaurar
el amor, la paz, la justicia, la dignidad y la balbuceada democracia que estamos perdiendo”. En pocas semanas se ha logrado construir no sólo una protesta y un grito de repudio, sino un proyecto y pronto se firmará un pacto social en Ciudad Juárez. Existe ya una agenda, demandas y tiempos, que llevan al inicio de otra etapa, de un movimiento social amplio, plural y ciudadano, que afirma con fuerza en palabras de Sicilia: “no aceptaremos más una elección si antes los partidos políticos no limpian sus filas de estos que, enmascarados en la legalidad, están coludidos con el crimen y tienen al Estado maniatado y cooptado”. La primera demanda es la renuncia del secretario de Seguridad, Genaro García Luna.

Sin pacto no hay proyecto. Lo primero será conformar un gran acuerdo nacional para exigir una agenda que se inicia por un alto a la impunidad, por la resolución de los asesinatos, desapariciones y secuestros, por la memoria de las víctimas que permanecen en la impunidad. Se demanda un cambio en la estrategia militarista de la “guerra”, para ir hacia una estrategia de seguridad ciudadana. Se necesitan reformas de justicia, derechos humanos y cambios políticos que están atorados en el Congreso. Urge una mejor democracia representativa, porque la que tenemos es un desastre; se necesita democracia participativa y nuevas reglas para democratizar los medios de comunicación. Se demanda concluir la reforma que aprobó el Senado (consulta popular, iniciat
iva legislativa, candidaturas independientes, reelección de legisladores y alcaldes), para lo cual se necesita un periodo extraordinario. Como sociedad no podemos llegar al 2012 en las mismas condiciones porque sin cambios equivaldría a preguntarnos, como afirma Sicilia: “¿por qué cártel y por qué poder fáctico tendremos que votar?”.

Después de estos terribles años podemos reconocer que tenemos un país roto, que ha sido desgarrado por el crimen y la impunidad gubernamental, y que el sistema político está en el suelo de la credibilidad. El movimiento por la paz, con justicia y dignidad, es una esperanza de que el tiempo de los ciudadanos, que llega puntual al final del sexenio, ahora tenga la fuerza de una sociedad más organizada, la fuerza necesaria para empezar a cambiar el caos, dejar atrás la ineptitud de los políticos y reconstruir las piezas. Es el momento de la ciudadanía…

Investigador del CIESAS

José Antonio Crespo

¿De verdad no hay alternativas?

Ante el creciente descontento por la narco-violencia, Felipe Calderón simplifica su argumentación: o se apoya su estrategia o se le entrega la plaza a los criminales. ¿De verdad no hay opciones? Calderón jamás reconocerá su error, pese al nuevo diálogo al que convoca. Su razonamiento es demasiado limitado. Y es que a los diez días de su gobierno, con gran irresponsabilidad, dio marcha a un plan demasiado simple para un problema demasiado complejo, que lo rebasó. Vuelve a decir que esta guerra finalmente se ganará, pero aún no sabemos los criterios de triunfo.

Ganaremos, según él, “porque tenemos la razón, la ley y la fuerza”. ¿En serio? Pero si ya ningún bando respeta la ley. Pensar en alternativas sustitutivas o complementarias no es proponer una claudicación, como él insiste. Muchos están incluso de acuerdo con la estrategia de Calderón, pero no con la forma en que fue aplicada; no consultó expertos nacionales o internacionales, no consensuó con los distintos niveles de gobierno ni con el Congreso, ni los líderes de los partidos; no planteó las reformas requeridas en ciertas instituciones, y ahora se queja de que las deficiencias son aprovechadas por los capos, lo cual debilita aún más esas instituciones. Era evidente. Es como haberse lanzado a una guerra convencional y ya en medio de ella preguntar si había parque suficiente, si la pólvora estaba seca, si se engrasaron los cañones, si la tropa fue debidamente entrenada, y que la respuesta a muchas de esas preguntas fuese un rotundo “no”. Calderón no acepta que hay una relación causal entre su estrategia y la espiral de violencia, pero al principio la aceptaba como un costo necesario e inevitable para ganar la partida.

Algunos especialistas señalan que, dado que nuestros recursos son escasos, convenía concentrarse en los delitos más gravosos para la sociedad, como el secuestro y la extorsión, pues la dispersión de fuerzas y la multiplicación de objetivos debilita el esfuerzo. La legalización de la mariguana para fines terapéuticos, como en Estados Unidos, no resolvería el problema, pero bastante ayudaría (por la cantidad de dinero involucrada en ese comercio). Y coincido con quienes han propuesto transformar el Ejército en una especie de Guardia Nacional, especializada en combatir la subversión armada interna (con técnicas adecuadas y respeto a los derechos humanos). El Ejército está entrenado para guerras convencionales (y por eso dicen que cuando sacan las armas, es para usarlas), pero en el siglo XXI no se vislumbra ninguna guerra convencional, ni con Estados Unidos ni con Guatemala. ¿Por qué no mejor crear una fuerza especializada en atender los problemas del siglo XXI y no los del XIX?

También se ha dicho que mientras no se corten las raíces del problema, las ramas volverán a crecer una y otra vez. Y resulta que la raíz no sólo es la prohibición de las drogas, sino la corrupción generalizada en diversos ámbitos del país. Recién dijo Felipe: “Para acabar con (la violencia), tenemos que combatir sus causas y a quienes la provocan”. Se ha enfocado en lo segundo (lo que aviva más la violencia) pero no en lo primero. Una estrategia como la actual jamás podrá triunfar en un país invadido de corrupción. Una cruzada real contra ésta (incluyendo el lavado de dinero, y la limpieza de aduanas) sí hubiera rendido resultados visibles, aunque no inmediatos, y sin la violencia que ahora permea. Pero no se ha hecho porque eso implicaría ir contra la propia clase política, que es intocable. De ahí la crítica de Javier Sicilia a toda la clase política, no sólo a Calderón. Dice Felipe que en esta guerra los mexicanos de bien están en el mismo bando. No queda nada claro, pues las fronteras entre buenos y malos están desdibujadas.

Por eso vemos refriegas entre policías de distinto nivel, o policías contra militares. Ni entre ellos se reconocen del mismo lado. Por eso quienes denuncian un delito, peligran. Muchos ciudadanos han caído bajo las balas de policías y militares, no de sicarios (muchas denuncias al respecto hubo durante la marcha desde Cuernavaca al Zócalo). La marcha no cambiará el criterio de Felipe, pero debiera estimular la imaginación y el debate para ver cómo le vamos a hacer con el incendio social que nos dejó Calderón, al querer apagar una fogata con gasolina. Justo al terminar Sicilia su discurso el domingo, las campanas de Catedral empezaron a repicar. Entonces recordé a Heminway: ¿Por quién doblan las campanas? No sólo por los 40 mil muertos de esta guerra, sino por todos nosotros, víctimas potenciales.

cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE

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