5/11/2011

Calderón: última llamada


Ricardo Rocha

De verdad celebro lo dicho por el presidente Calderón. La invitación a los organizadores de la Marcha por la Paz para un diálogo constructivo es, sin duda alguna, una buena señal. Pero, cuidado, implica también un compromiso muy serio que Calderón ha de respetar a cabalidad. Porque muy formalmente señaló que “Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo en algunos de los puntos que expresan, pero desde luego eso no excluye la posibilidad y la responsabilidad de dialogar, de escucharnos, de entendernos y definir lo que sea mejor para el país”.

Ojo: esa última frase es clave y a la vez esperanzadora. Pero el presidente está obligado a honrar su palabra y no sólo mostrarse sino estar verdaderamente dispuesto a dialogar en serio. Y eso significa, sobre todo, escuchar al otro. El país ya no está para más actos mediáticos en que participantes a modo asienten comedidos al monólogo presidencial. La infame y creciente espiral de violencia impone la necesidad urgente de un debate serio para detener o al menos disminuir tanta muerte y tanta sangre.

Calderón está en todo su derecho de pedir “que se conozcan las razones del gobierno y se conozcan también las acciones que hemos puesto en marcha para combatir este grave problema de inseguridad”. Ya lo explicará y seguramente será escuchado con respeto. Sin embargo, está igualmente obligado a escuchar y debatir con altura todas aquellas demandas y propuestas expresadas en estos meses y años y que él ha desechado sistemáticamente: el regreso del Ejército a sus cuarteles; más inteligencia y menos violencia; el seguimiento de la ruta del dinero y las redes financieras del narco; y sobre todo el debate tan largamente pospuesto sobre la despenalización del consumo de drogas.

Ya no más de que la única vía es la mía; ni que la verdad absoluta soy yo; o que háganle como quieran pero no voy a moverme un milímetro. Calderón ha de ir a ese diálogo desprovisto de prejuicios que un día sí y otro también le promueven sus halcones: que vamos ganando, aunque no lo parezca; que los cárteles están siendo debilitados; que la presencia de los soldados en ciudades y pueblos disminuye la violencia; que la policía federal es infalible; que la PGR, el Ejército, la Marina y la SSP trabajan coordinadamente.

El sabe que eso no es cierto: que la violencia se dispara cada día y la guerra se está perdiendo; que los cárteles son ahora más fuertes y más sanguinarios; que está probado estadísticamente que la presencia del Ejército en las calles ha exponenciado la violencia en lugar de atenuarla; que las fuerzas armadas y todos los órganos policiacos y de justicia están penetrados por el narcotráfico; que por ello debió haber empezado por limpiar la casa.

Pero, sobre todo, Felipe Calderón tiene que entender que el cuestionar su método no significa de ningún modo sugerir siquiera que su gobierno no combata al crimen organizado. Menos aun estar del lado de los malos y en contra de él. Lo que se le ha dicho una y otra vez y que la marcha sintetizó es que su estrategia está equivocada y está significando un dolorosísimo e impagable costo para todos los mexicanos. Eso es lo que Calderón tiene que comprender de una vez por todas. Como mandatario, atender el mandato de una sociedad exhausta, agraviada y ensangrentada. Que él todavía está a tiempo de enmendar el camino en esta etapa última de su gobierno. Que no sienta la rectificación como una derrota, sino como un acto de grandeza.

Ojalá escuche atento la voz de Javier Sicilia quien ayer me dijo entre otras cosas: “lo que yo oí en esa caravana pudieron oírlo ustedes en el zócalo con los testimonios de esa gente; mucho dolor y al mismo tiempo una gran solidaridad, un inmenso amor; un México que se levantó para decirle a los señores de la muerte y al gobierno, que aunque nos están haciendo todo esto estamos de pie en el México que queremos, el México fraterno; el que con la marcha nos dio una lección de democracia en medio del dolor”.

Dijo Calderón antier: “…yo también quiero un México sin violencia…” A ver si es cierto.

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Alejandro Gertz Manero
Apoyemos a Sicilia

El movimiento que ha encabezado el poeta Javier Sicilia puede ser la última oportunidad en muchos años para la población de nuestro país que desee salir del torbellino de destrucción y muerte en el que estamos.

La reacción valiente e indignada de este literato y periodista, que ha tenido toda una vida de dignidad y de compromiso con la moral social, los valores humanos y las causas ciudadanas, lo ha convertido en figura irreprochable que puede encarnar y representar a una buena parte de la población de nuestro país que se halla huérfana y victimada.

Su movimiento ciudadano también puede ser la chispa que incendie la pradera, para que por fin la sociedad civil de este país cuente con un liderazgo moral que no esté contaminado por los intereses políticos espurios o por el oportunismo manipulador que tantas veces hemos visto, y que han llevado al fracaso a todas las acciones comunitarias o políticas que en su momento tuvieron una causa, y que finalmente se fueron convirtiendo en un fraude que generó más pesimismo y un mayor desánimo en la mayoría de la población.

Javier Sicilia no inicia este camino solo, ya que se le ha unido una comunidad agraviada, que al fin encontró guía y camino para transitar y expresarse en forma libre, autónoma e independiente.

También están pudiendo encontrar lugar en este grupo, hombres y mujeres que han sufrido el horror de la muerte y la humillación en todo el país, y que sus voces no se han podido expresar, lo mismo en Cuernavaca con un padre que perdió a su hija y que ha seguido luchando, como en Chihuahua con familias masacradas, y en tantos otros casos de personas que han sido víctimas de daños irreparables y al mismo tiempo fueron perseguidas y descalificadas por un poder soberbio y engreído, que está obsesionado con una estrategia que planteó inicialmente para legitimar a un gobierno altamente cuestionado, y que ahora se ha convertido en un pantano de corrupción, errores y entreguismos que han dividido y lastimado profundamente al país, descalificando y repudiando a quien lo promovió y al sistema político en todos sus niveles, en razón de su arrogancia, cerrazón y fracaso.

A esta causa ciudadana que está naciendo, “las instituciones” la tratarán de atacar y erosionar por todos los medios, descalificando sus propuestas, acallando sus voces e infiltrando a los incondicionales del poder, y a quienes han sido comprados por éste para disfrazarse de movimientos ciudadanos y de organizaciones no gubernamentales, y que no son más que oportunistas protagónicos, beneficiarios del gobierno y de sus dineros.

Esta dinámica social y comunitaria que ha surgido en forma natural apenas está construyendo sus propuestas y sus banderas, lo cual la hace más creíble y más transparente, pues estos movimientos a través de su acción y su desarrollo van creando estrategias y programas sobre la base de los ideales que los mueven.

Sus exigencias iniciales son fundamentalmente las del cambio a una política farisaica y fracasada en materia de seguridad y de los burócratas que la dirigen; que no pueden deslindarse de su responsabilidad en el incremento de todos los delitos, de la impunidad casi absoluta y de la violencia incontenible que estamos viviendo. También piden rendición de cuentas a todos los niveles de gobierno en razón de sus actuaciones, que por arbitrarias y fallidas son tan repudiadas y cuestionadas por los sectores más críticos y conscientes de nuestra sociedad.

Si Javier Sicilia y quienes de buena fe lo acompañan tienen la perseverancia y la presencia de ánimo para no desmayar ante la fuerza del poder y de sus medios, por fin estaremos ante la aurora de un verdadero cambio y el despertar de un frente democrático nacional que pueda ir al rescate de cada uno de los mexicanos y mexicanas, de nuestra dignidad, y del derecho que todos tenemos a vivir al margen de los horrores de la muerte, de la opresión, corrupción e impunidad.

La inmensa carga que ha caído en los hombros del poeta es indispensable que sea compartida por millones de hombres y mujeres que vean más allá de sus intereses particulares y que piensen en que solamente apoyando activa y permanentemente a los demás es como se fortalece uno mismo.

La vieja tesis de que “yo pago mis impuestos y voy a las marchas, y con eso ya cumplí” es una postura miope y errónea en un momento histórico como el que vivimos, ya que todos debemos hacer mucho más, uniéndonos y trabajando a diario en lo que cada uno pueda hacer por una causa limpia, para que esta patria se salve y tengamos un futuro; y quien no lo crea y se aísle en la pasividad se estará equivocando profundamente y pagará muy caro el precio de su egoísmo y su ceguera.

La puerta democrática apenas se está abriendo, y en cada uno de nosotros se halla la responsabilidad de no permitir que la vuelvan a cerrar.

editorial2003@terra.com.mx Doctor en Derecho

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