5/10/2011

Marchas por la paz, la dignidad y la justicia



Magdalena Gómez

Si algo confirma la iniciativa encabezada por Javier Sicilia es que colocó en clave social su inmenso dolor para solidarizarse con las tantas otras y otros y así convocar a la heterogénea ciudadanía que somos en torno a la voluntad de poner límite a la criminalidad desatada por la estrategia calderonista del llamado combate a la delincuencia organizada, que afecta por igual a los más diversos sectores sociales. Otro rasgo relevante es que se trató de marchas y/o mítines con vastas expresiones en el país y presencia muy significativa fuera del mismo. Por otra parte, que el origen de la iniciativa sea liderado desde las entidades federativas también le da un signo distintivo, así como el deslinde expreso frente a toda intervención partidaria.

Se ha señalado que esta marcha ha sido precedida de otras con el mismo eje y, sin embargo, de inicio, se observan diferencias notables. La más destacada es que se propone tejer un pacto desde la sociedad y, si bien demanda al Estado respuestas, no parece ser la puerta de entrada sino la ruta natural de este proceso.

El fantasma de la concertación apresurada se hará presente, sin duda, y para eludirlo habrá que analizar los resultados de iniciativas previas con arranque legítimo, como la de Alejandro Martí, que sentenció ante los poderes del Estado su célebre si no pueden renuncien , no pudieron –y no quisieron– y siguen allí, pese a que los plazos de los planes se cumplieron sobradamente y los resultados de los mismos brillan por su ausencia.

En este sentido, y abriendo un paréntesis, me sorprendió el llamado de Javier Sicilia antes de leer su discurso en el Zócalo el pasado domingo, sobre la petición de la renuncia del secretario de Seguridad Pública del ámbito federal como una suerte de evidencia que el ocupante de Los Pinos debería dar si es que estaba escuchando. Y no es porque sea defendible en lo más mínimo el referido funcionario, pero colocar esa petición en un entramado de impunidad tan complejo que involucra la participación del Ejército, la Marina, algunas instancias policiacas estatales, así como las fuertes pugnas internas entre todos ellos, resultó, por decir lo menos, un tanto arriesgado y se convirtió en la nota frente a su discurso en defensa de la nación y de todas y todos, cargado de razones estructurales sobre la crisis y de preguntas duras a las malas cuentas de los poderes del Estado y los partidos, entre ellas una contundente ¿Por qué se permitió al Presidente de la República y por qué decidió éste lanzar al Ejército a las calles en una guerra absurda que nos ha costado 40 mil víctimas y millones de mexicanos abandonados al miedo y a la incertidumbre?

Regresando al recuento del proceso que abrieron estas marchas, es ejemplar la respuesta del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) al sumarse activamente a la solidaridad con la sociedad agraviada por la violencia y la impunidad. El EZLN sale de sus comunidades después de cinco años, para dar solidaridad sin demandarla para sí. La comandancia indígena zapatista en pleno dio una lección de dignidad, y deslizó conceptos sobre el estado de derecho e incluso militares cuando señala que mal hace un mando que piensa que corregir un error es rendirse. El comandante David afirmó que “los gobiernos y sus políticos dicen que criticar o no estar de acuerdo con lo que están haciendo es estar de acuerdo y favorecer a los criminales… que la única estrategia buena es la que ensangrienta las calles y los campos de México, y destruye familias, comunidades, al país entero. Pero quien argumenta que tiene de su lado la ley y la fuerza sólo lo hace para imponer su razón individual apoyándose en esas fuerzas y esas leyes. Y no es la razón propia, de individuo o de grupo, la que debe imponerse, sino la razón colectiva de toda la sociedad. Y la razón de una sociedad se construye con legitimidad, con argumentos, con razonamientos, con capacidad de convocatoria, con acuerdos”. Y concluyó con una reflexión que muestra su sabiduría indígena: “Tener miedo de la palabra de la gente y ver en cada crítica, duda, cuestionamiento o reclamo un intento de derrocamiento, es algo propio de dictadores y tiranos. Porque el saber escuchar con humildad y atención lo que dice la gente es virtud de un buen gobierno.

Porque el saber escuchar y atender lo que la gente calla es la virtud de gente sabia y honesta. (La Jornada, 8 de mayo de 2011). Y es precisamente en Ciudad Juárez donde este movimiento que reunió a otros ha marcado su próxima parada para firmar un pacto social que plantea la dimensión amplia de la impunidad pues, si bien se demandan esclarecer crímenes emblemáticos, plantea además la crítica estructural al modelo económico, a las desviaciones políticas y urge a un inmediato cambio de estrategia, sin lo cual cuestiona el sentido de las elecciones de 2012. En suma, coloca un desafío para enfrentar la crisis en clave ciudadana.

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