8/11/2011

El protectorado





John Saxe-Fernández
Aunque es claro que al adoptar el TLCAN (una capitulación económico/comercial y de inversión impulsada por transas oligárquicas con Wall Street), Estados Unidos enclaustraba a México, con injerencias policial-militares de alto costo para la población y la soberanía, el desplome capitalista, cuyo fuerte oleaje llega hoy al mundo desde un hegemón que se agrieta bajo la militarización de su política doméstica e internacional y la gravitación del capital especulativo, acarrea graves riesgos para la paz mundial y para un México que, sometido por Calderón al diseño de guerra irregular del Departamento de Defensa de Estados Unidos (DdD) que opera bajo la rúbrica de guerra al narcotráfico, como era previsible ve aumentar la presencia del aparato de seguridad imperial, al tiempo que se debilita su jurisdicción territorial, en especial en los estados norteños, tan cerca de Estados Unidos. (ver De Afganistán a México, La Jornada/27/7/11).

El New York Times del 6 de agosto publicó un reportaje de Ginger Thompson sobre la decisión de Estados Unidos de ampliar su papel (sic) en la guerra al narco en México, ¿alentados porque con solo un voto en contra, la Comisión de Defensa del Senado mexicano cometió el error histórico de aprobar, en lo general, el uso de los militares en tareas de seguridad pública? El NYT cubre asuntos de máxima sensibilidad, como que (textual): Funcionarios en ambos lados de la frontera dicen que se han diseñado nuevos métodos para dar la vuelta a las leyes mexicanas que prohiben que fuerzas militares y policiales extranjeras operen en territorio mexicano...

Quien ocupa Los Pinos, que según el diario pactó con Obama esta ampliación, es algo más que entreguista. Es un más, grave en lo jurídico y constitucional. Además se nos detalla que para dar la vuelta a nuestras leyes, se recurre al ingreso al país (como en Afganistán) de mercenarios que operan como contratistas desde firmas de seguridad de Estados Unidos, de horrenda fama mundial por atrocidades contra la población. ¿Desde cuándo operan aquí?

Otra dimensión, igualmente seria de las equívocas decisiones de Calderón en materia de seguridad, es haber admitido en México (especialmente en una base en el norte) no sólo la presencia militar del Comando Norte y de organismos de seguridad de EU, sino también el presupuesto de la Iniciativa Mérida (IM), gestando clientelas y dependencia en el área militar y de seguridad: quien paga, manda. Y ahora se nos informa que, además de los mil 400 millones de dólares de la IM, la asistencia de seguridad a México desde la nómina del DdD es de ¡decenas de millones de dólares!

Una analista de la Brookings afirma que en México es de esperar que se cuestione la IM y se pregunte cómo se usa y gastan esos dineros. Y no sólo aquí. El cabildo militar y de la industria de la seguridad, es ducho en persuadir a senadores y diputados de los comités de Defensa, Inteligencia y Relaciones Exteriores, de allá. Y ¿de aquí también?.

Mientras Obama transgrede las Convenciones de Ginebra, realiza ejecuciones extrajudiciales y despliega fuerzas especiales en 120 países bajo su único mando adiestradas en operaciones clandestinas, al solicitar el ingreso a territorio nacional de esas fuerzas y de contratistas, se hace patente el desapego constitucional y el endoso calderonista al Homeland Security en México, homologándonos además en materia de allanamientos, arraigos, espionaje electrónico, telefónico, etcétera, y de militarización de la seguridad pública, delegando de facto al Comando Norte la función de defensa nacional mexicana.

Si Fox llevó a Pemex a un punto de venta; abrió los campos petroleros a firmas extranjeras y avaló con la ASPAN, la ampliación del perímetro de seguridad de Estados Unidos, ahora el boleto, además de dejar a Pemex como cascarón con la reforma energética de 2008, es legalizar y dar permanencia al estado de guerra, instaurar un régimen policial-militar y consumar, con el PRI, la transición de nación soberana a protectorado bajo la Homeland Security.


Agustín Basave
La sucesión de Felipe Calderón

Conservar su condición es el instinto primario del poderoso. La inmensa mayoría de los gobernantes hacen todo lo posible por prolongar su poder, y por eso dedican tanto tiempo y esfuerzo a inducir su sucesión. Su éxito varía en proporción directa a su grado de ambición, sagacidad y sentido estratégico y en proporción inversa al nivel de madurez democrática de su sociedad e instituciones. Pero aun el triunfo del mandatario astuto que impone a su delfín en la precariedad democrática es efímero, porque otra pulsión empuja al sucesor a sacudirse el dominio del antecesor. Y dicho sea de paso, tan falso es que los demócratas nunca buscan extender su autoridad como que los gobernantes que no se obsesionan con él son ineficaces y por tanto indeseables: los estadistas que se limitan por razones éticas son excepciones que confirman la regla —por eso el sistema debe estar diseñado para hacer contraproducente el abuso de poder— pero su autocontención no necesariamente excluye su eficacia.

Felipe Calderón se sitúa en medio. Su origen no es el del político natural que no puede dejar de grillar ni cuando está con su familia, pero tampoco es un político accidental que delega el mando porque le fastidia gobernar.

Tengo la impresión de que ingresó a la cosa pública por la puerta del deber y no de la atracción y de que se ha vuelto maquiavélico a medida en que ha escalado los peldaños del poder. Supongo que tenía otras aspiraciones en la vida antes de que la brega partidista lo fuera empujando cada vez más hacia la realpolitik, con todo y la desconfianza, las mentiras y el autoritarismo que suele incubar. Con todo, por más escrúpulos que haya dejado en el camino, creo que a alguien que creció en una familia panista en la época en que el panismo iba de la mano de la religiosidad y de un código moral con antipriísmo incluido, y que años después acabó en negociaciones inconfesables con sus antiguos y otrora revulsivos enemigos priístas con tal de alcanzar y afianzarse en la Presidencia de la República, de vez en vez le remuerde la conciencia.

En semejantes circunstancias, ¿cuál sería la sucesión ideal para Calderón? No hay que olvidar que se trata de un presidente que, en aras de subsanar su déficit de legitimidad, decidió declarar una precipitada guerra al narcotráfico y convertirla en la prioridad de su gobierno, engañándose con la idea de que la rápida ganancia en popularidad no implicaba una lenta pérdida de control y relegando la planeación de una estrategia con menos espectacularidad y violencia y con más inteligencia y operaciones quirúrgicas contra los cárteles y sus finanzas.

Hoy, cincuenta mil muertos después, resulta lógico suponer que una de sus principales preocupaciones sea que quien lo suceda no lo persiga por los crímenes cometidos contra víctimas inocentes. Con el ominoso legado de los “daños colaterales” a cuestas, con el incremento de la pobreza y el riesgo de que su sexenio termine golpeado por otra recesión norteamericana, no puede sino desear fervientemente que quien gane la elección del 2012 sea al menos un correligionario suyo. Así, tal vez esté dispuesto a sacrificar a su favorito, porque no levanta y porque esta vez no habrá polarización que lo haga crecer, en aras de la mejor posicionada. A menos, claro, que lo que quiera sea un incondicional que decline si él se lo pide.

Felipe Calderón acostumbra ser un político realista. Aunque sabe que el miedo conduce a muchos electores a votar por el partido gobernante, y pese a que se rumora que tiene guardados expedientes contra presuntos narcogobernadores, está consciente de que la aprobación popular a su persona no es transferible mientras que la desaprobación a sus resultados sí lo es, y de que los aspirantes panistas están muy lejos del puntero priísta. No es casualidad que varias veces haya manifestado su afán de que el PAN postule a un candidato independiente y que no haya descartado categóricamente una alianza con el PRD.

¿Cuál es su plan B? ¿Podría serlo un candidato con el que matara dos pájaros de un solo tiro, uno cuyo triunfo conjurara su pesadilla de regresar la banda presidencial al PRI y lo reivindicara ante la historia como el hombre que permitió la alternancia a la izquierda? Después de todo, si nadie le garantiza plenamente protección, ya no digamos poder, ¿no le convendría más ir al monte de piedad fáustico a recuperar su alma?

Twitter: @abasave
Director de Posgrado de la Universidad Iberoamericana

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