1/31/2013

Feminicidio y barbarie contemporánea


Fabrizio Lorusso y Marilú Oliva
Fabrizio Lorusso y Marilú Oliva
Publicado: 27/01/2013 11:34

Cada año en Italia hay más de cien mujeres asesinadas y el delito es cometido, en la mayoría de los casos, por un hombre que tiene o tuvo una relación afectiva o de amistad con la mujer. El feminicidio no es una simple acción, un gesto, una palabra que hay que censurar

socialmente o comprobar jurídicamente: es primariamente una cultura, una forma de pensar y de interpretar la realidad, que se refiere a distintos niveles.Todo está conectado: los códigos publicitarios, la mentalidad común, las actitudes de los adultos, los sueños de algunos chicos, y hasta los juegos de los niños. Y también los libros, los mensajes y, sobre todo, la televisión. En el transcurso de 2011, una investigación de la organización italiana Casa delle Donne (Casa de las Mujeres) registró 120 casos de feminicidio y esta cifra no es exacta, porque los datos recolectados se basan exclusivamente en los medios informativos. Se trata de asesinatos de mujeres perpetrados por maridos, parejas (o exmaridos y exparejas), concubinos, padres, hermanos, conocidos, amigos, o por extraños o clientes, como en el caso de crímenes contra sexoservidoras.
En este 2013, Italia se despierta aún en crisis, sumergida en un estancamiento económico difícil que ya se llama recesión, producto de años de inercias, de imaginarias “vacas gordas” hoy desaparecidas. Finalmente, sigue sujeta a los ajustes estructurales que pretendieron curarla. A la crisis económica se suma una crisis social y de valores: sopla un viento de misoginia y un moralismo regresivo propiciados por los medios, cómplices de una cultura machista y patriarcal que no ha sido erradicada ni combatida con ahínco.

Después de un lustro de gobiernos derechistas y tecnócratas y casi veinte años de dominación “cultural”, sin hegemonía verdadera, por parte de las huestes televisivas y periodísticas del Cavaliere Silvio Berlusconi, exjefe de gobierno e impulsor nacional del bunga-bunga, Italia se mira a sí misma y se descubre cada vez más misógina. Detecta, en su propio cuerpo, un fenómeno enfermizo que de México a Estados Unidos, de Ciudad Juárez a Europa y el mundo, se ha conocido tristemente como feminicidio. Algo que parecía, hace unos años, un horror lejano, fruto del machismo latinoamericano o del rezago de algunas áreas del globo, o bien, como incluso se decía hace una década en Chihuahua, resultado de la violencia de unos cuantos serial killers de película gringa o del crimen organizado.

Confusiones, menosprecio y ocultaciones eran, y a veces todavía son, moneda común para tratar el tema, para solapar las graves responsabilidades políticas, las connivencias y los engaños mediáticos que durante años banalizaron sentidos y consecuencias de una grave llaga social, cultural, económica y humana. Un cáncer que se nutre de delitos y aberraciones fundadas en la discriminación de género. Crimines de Estado y de jueces, de comunidades enteras, pasivas y silentes, de patrones, de maridos, parientes, de malos hábitos, de costumbres y, en fin, de “hombres que odian a las mujeres” y que, cada vez con mayor frecuencia, las matan.

La globalización del horror

México está dolido pero fue despertando. Acuñó y exportó la palabra que define ese odio, que rompe el silencio y, aun cuando la violencia no ha cesado ni en Juárez ni en otras ciudades, la lucha de sus mujeres es un baluarte global. Por fin, la tipificación jurídica y la concienciación sociocultural sobre el feminicidio se están haciendo realidad. La mentalidad general poco a poco va cambiando, así como lo hacen las culturas, la educación y la sensibilidad jurídica y popular. El cambio es lento, pero seguro, si es que se mantiene viva la memoria de todos los aciertos y los desaciertos, de las mujeres en lucha y de las que nos dejaron en el camino.

Prácticas religiosas, severas tradiciones, denigrantes condiciones socioeconómicas o simple crueldad de género, son algunos de los factores que determinan la inseguridad para las mujeres en un país. Considerando también la violencia en su contra, sus niveles de pobreza o la carencia de un sistema de salud, la Thomas Reuters Foundation y su organización TrustLaw Woman, en el ranking 2011 difundido en la página pijamasurf.com, señalan los países más peligrosos para la integridad de las mujeres: Somalia, India, Pakistán, Congo, Afganistán.

México e Italia no están entre los “peores”, pero hay poco de qué regocijarse, ya que en escalas y profundidades diferentes, también en ellos y en muchos países más se reproducen los distintos tipos de violencia, pues hay situaciones, culturas y prácticas discriminatorias semejantes.

¿Qué queda de las ejecuciones? Es interesante observar cómo se habla de ellas en Italia. Se privilegia la modalidad sensacionalista, haciendo énfasis en el victimario también en un nivel iconográfico, por lo cual las víctimas muchas veces no aparecen siquiera en las fotografías o, de cualquier modo, no reciben –a nivel de imagen– tanta visibilidad como la que tiene el asesino. Con frecuencia, la cantidad de espacio que se les da es directamente proporcional a su belleza. Es curioso también destacar en qué contextos o lugares son tratadas y el tipo de reacciones que provocan.

Recordamos el caso reciente de María Anastasi, quien se encontraba en el noveno mes de embarazo y estaba consciente de la relación extraconyugal de su esposo: quizás los procesos demuestren si su marido le rompió la cabeza o la quemó, como afirman los fiscales del caso. Sea como sea, en aquellos días se leían algunos comentarios espeluznantes en los blogs –escritos incluso por mujeres– como éstos: “Así aprendió la lección, ¿cómo vivió a lado de la amante del marido?” O también: “¿Cómo pudo María aceptar una situación de ese tipo?” (blog de la revista Donna moderna). Los reflectores se encienden sobre las presuntas faltas de la mártir, más que sobre las concretas responsabilidades de los criminales. En este sentido, los acontecimientos están relacionados.

Nuevos medios, viejos vicios

Persisten las oleadas de misoginia, velada o explícita, y los anatemas reaccionarios en los blogs y hasta en medios impresos nacionales “serios”. Hace falta señalarlos, entenderlos y criticarlos en los dos lados del océano, ya que la lucha es global y local a la vez, y también es de mentalidades y palabras, de culturas, educación y reflexión, pues rebasa las leyes, las instituciones y las intenciones políticas cambiantes.
Más allá de las condenas casi universales, escasea la solidaridad por parte de muchos destinatarios de la noticia. Los feminicidas se sienten justificados por la condescendencia afable que impregna –en los ojos de madres, hermanas, espectadoras– sus gestos. “Es un buen chico”: eso afirma, a veces, el comentario materno para glosar el gesto feroz del hijo. Y es un triste eco de otros coros que exaltan la docilidad femenil, la maleabilidad, un presunto pudor empapado de prohibicionismo y moraleja también católica, un papel que es definido por modelos patriarcales y castigos ejemplares (“si fue violada, es porque se lo buscó”).

En contraste con los grupos que se interesan en el tema de la disparidad entre géneros, hay una masa informe de personas, incluso de mujeres, que niegan las evidencias y sólo refuerzan lugares comunes y estereotipos: “Pero, ¿cómo no ven que conquistaron la paridad? Antes, las mujeres no podían ser doctoras, ahora sí. ¿No lograron bastante igualdad?” El asunto parece casi un tabú: si una mujer habla de ello, siente el miedo de pasar por molesta o de que la acusen de autoconmiseración. Sin embargo, el desnivel existe en todos los sectores: en los oficios gerenciales, políticos, artísticos e intelectuales.

Veamos los datos generales sobre el empleo. Como explicó el periodista italiano Paolo Bernocco en el diario La Stampa del 7 de marzo de 2012, “en Italia la diferencia en la tasa de acceso al trabajo entre hombres y mujeres es del 23.6%, es decir, el 73% de los hombres trabaja, contra el 49.4% de las mujeres”. ¿Qué decir de la diferencia entre salarios para cubrir el mismo cargo? El gobierno italiano difundió datos que confirman que una gerente mujer gana 26.4% menos que un colega hombre. Se denomina “diferencial retributivo de género” y, en general, es del 23.3%: una mujer recibe, para la misma prestación profesional, tres cuartas partes del salario de un hombre.

Eso es en el sector público. En la empresa privada es peor. Fuentes gubernamentales destacan que “en el 63.1% de las compañías que cotizan en la bolsa de valores, excluyendo bancos y seguros, no hay ni una mujer en el consejo directivo”. De 2 mil 217 consejeros totales, solamente 110 (el 5%) son mujeres. ¿Y en los bancos? El 72.2% de los consejos de administración de los 133 bancos considerados no cuenta con la presencia de mujeres.

Banalizar el crimen: otro crimen
En las últimas décadas, las estadísticas nos indican un aumento de los feminicidios en Europa, especialmente en Italia. La ONU, en distintos foros y reuniones, criticó repetidamente al Estado italiano por su escaso e ineficaz compromiso contra este tipo de violencia.

En el verano de 2011, el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer y la Relatora Especial sobre la Violencia contra las Mujeres de las Naciones Unidas emitieron unas recomendaciones contra el Estado italiano, expresando su preocupación por la alta incidencia de la violencia contra mujeres y niñas, italianas, migrantes, de etnia Rom y Sinta; el alarmante número de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas; la persistencia de tendencias socioculturales que minimizan o justifican la violencia doméstica; la ausencia de recolección de datos sobre el fenómeno; la falta de acción sistemática de grupos competentes de la sociedad civil; las posturas sexistas y prejuiciosas que los medios y los comerciales hacen de hombres y mujeres.

Mientras que se pierde tiempo en decidir sobre asuntos que en otros países ya son normales, como por ejemplo el uso del término feminicidio o su introducción en el código penal, lo cual debió haberse realizado hace tiempo, hoy en día Italia no respeta siquiera los estándares y compromisos internacionales mínimos.
El mundo de la cultura, a su vez, parece desubicado. Las iniciativas de sensibilización se multiplican, pero no son suficientes y lo que manda es el desinterés. Una superficialidad crónica lleva a los medios y a chusmas de seudoperiodistas a hablar de “delitos pasionales” o de “ataques de celos”, ocultando las causas más profundas de los feminicidios y de la cultura subyacente que los justifica. El año pasado, la misma torpeza profesional indujo al semanario Cronaca Vera a sostener que las mujeres son asesinadas por culpa del calor: “Caen en error y provocan si se quitan la ropa.” Una estupidez que hemos escuchado, ya demasiadas veces, también en México.

En agosto de 2012, Camilo Langone, periodista y bloguero del diario derechista Il Foglio, protagonizó una polémica al comentar un feminicidio de esta manera:
Para Daniele Ughetto Piampaschet [el presunto feminicida, detenido por la policía y en espera del proceso penal], quien tal vez mató a una mujer nigeriana por amor. Su oficio: puta. Espero no haya sido él, pero si, en cambio, sí fue él, espero se le dé una pena moderada porque claramente había perdido la cabeza. Una oración por Daniele y por todos nosotros los machos que en la oscuridad ya no entendemos nada. Que siempre se siga la regla siguiente: nunca pasar la noche con alguien con quien te daría pena pasar el día. Las negras son bellísimas. Después del ocaso, también los transexuales son fabulosos y así es lo mismo para otras putas, prostis y teiboleras. Pero ¿de verdad tienes ganas de despertarte con ellas por la mañana? ¿Las invitarías a comer en tu restaurante habitual? ¿O con tu mamá? La vergüenza y el control social no tienen nada bonito pero algo útil eso sí.
Esta es la cultura del feminicidio en Italia. Hay que tomarla en serio para que no pase desapercibida e induzca una reflexión de todos y todas. Es menester preguntarse qué podemos hacer para cambiar la forma de pensar común. Empezar desde arriba: de la educación, del abatimiento de los estereotipos, de la difusión de noticias y experiencias. Pero tal vez podríamos pensar en qué comportamientos evitar y cuán frágil es el límite entre la vulgaridad y la agresión. Pensemos en cómo el menosprecio generalizado hacia la mujer, su trabajo, su papel y su ser físico incitan, incluso en un nivel inconsciente, a considerar menos grave cualquier atropello contra su persona.

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