3/03/2013

Venganza y justicia


Arnaldo Córdova
Era tan tremendo en su poderío político el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación que el sistema político mexicano, durante décadas enteras, no podía concebirse sin él. Sus dirigentes eran parte esencial de la cúpula gobernante, negociaban dentro de ella, administraban sectores completos de poder como si fueran propios, trataban con las otras fuerzas políticas ostentando su poder, imponían nombramientos y designaciones donde ellos dominaban, formaron en sus filas un indispensable personal que manipulaba toda clase de elecciones y, en fin, gozaban de una riqueza descomunal proveniente de las cuotas de los educadores sindicalizados.

Carlos Jonguitud Barrios, creación de Luis Echeverría, se hizo del poder sindical y fue el edificador del poderío político del SNTE con métodos gansteriles y delictivos tolerados por el Estado. Fue durante su largo reinado en los setenta y los ochenta que el sindicato se convirtió en una pieza fundamental del sistema político mexicano. Su defenestración por obra de Salinas de Gortari y el encumbramiento de Elba Esther Gordillo no sólo no cambiaron a la organización sindical, sino que reforzó, cada vez más y más, el carácter corporativo y gansteril del SNTE y sus funciones político electorales. Ese sindicato llegó a cobrar una autonomía tal de poder que permitió a sus dirigentes una existencia política casi al margen del Estado, sin perder sus cotos de dominio dentro del mismo.

De entraña priísta durante toda su existencia, el SNTE no perdió su poderío cuando el PRI fue echado de la Presidencia. No perdió su poder ni siquiera cuando Elba Esther Gordillo se peleó con la dirigencia de ese partido y la expulsaron del mismo. Su preponderancia en el movimiento de masas oficialista le alcanzó para capear la tormenta y acomodarse en la situación creada por la ascensión a la Presidencia de los panistas. Mucho se habló de la capacidad de adaptación de la Gordillo, pero la verdad fue que el SNTE, aun fuera del PRI, seguía siendo una maquinaria formidable de poder.

Eso, a la larga, sería su perdición. Gobernar con el sindicato, sobre todo en el área educativa, no podía por menos de constituir un estorbo y una carga para cualquier acción de gobierno. Jonguitud actuaba como parte del sistema y para el sistema; sus actos, de acuerdo con las circunstancias, siempre le reportaban alguna ganancia o alguna posición de poder, pero siempre procuró tener el beneplácito de sus superiores jerárquicos en el Estado. Nadie entendió por qué Salinas lo echó del SNTE para poner en su lugar a una hechura del propio Jonguitud. La verdad es que el profesor había adquirido un poderío que resultaba intolerable para el presidente en turno y se fue.

Quien mejor aprendió la lección fue Elba Esther Gordillo. Ella empezó a tejer su dominio conformando toda clase de alianzas con todo el que se pudiera o se dejara. Se hizo de amigos y de cómplices donde su predecesor ni siquiera se soñaba (por ejemplo, entre ciertos círcu­los de intelectuales, a algunos de los cuales llegó a cooptar). Al mismo tiempo, fortaleció y consolidó todo lo que pudo y sin perder una sola ocasión su poder dentro del mismo sindicato. Utilizó, de modo más amplio y sistemático que Jonguitud, las comisiones sindicales para formar un auténtico ejército de militantes políticos dispuestos siempre a secundar a la lideresa y jugando en los comicios un papel que se hizo temible para todos.

Gordillo nunca guardó fidelidades a nadie (a diferencia también de Jonguitud) y frente a todos puso su poder en subasta. La autonomía política que consiguió, inopinadamente, con su ruptura con el PRI y el cambio en la Presidencia de la República, la empleó para negociar intensamente con toda clase de actores políticos. Jamás se comprometió con un credo que fuera ajeno a sus muy personales intereses, pero tampoco distinguió a ninguno para establecer pactos secretos, como a ella gustaban. Chantajeó a todo mundo y nunca le tembló la mano para cobrarse viejas o nuevas deudas.

La formación del Partido Nueva Alianza fue una muestra de chantaje que ella no inventó. Era muy propia de Fidel Velázquez, el cual, ante cualquier peligro siempre amenazaba con formar el Partido Obrero por fuera del PRI. Ese partidito le dio nuevos ingresos respecto a los muchos que ya tenía, pero nunca lo consideró como una bandera a la cual debía permanecer fiel. Tal vez sintiendo la lumbre en los aparejos, su yerno se encargó de traicionar al Panal cuando hizo su abierto llamamiento a que se votara por Enrique Peña Nieto pese a tener su propio candidato. Entre granujas y villanos no es posible encontrar lealtad.

Pese a ese gesto traicionero y sucio, Gordillo y los suyos sabían que Peña Nieto los tenía en la mira. Ya el hecho de haber nombrado como secretario de Educación a Chuayffet, individuo con el que la profesora había tenido graves encontronazos, debió haberles parecido que les estaban enseñando la soga con la que serían ahorcados. El planteamiento de la reforma educativa, con su pronunciamiento esencial en torno a la evaluación del trabajo docente y a la permanencia en el trabajo ligada a dicha evaluación fue visto, por propios y extraños, como una amenaza directa al poder político sindical.

Hacerle la corte al que anda afuera no le sirvió a Gordillo de nada. Su imagen pública se había vuelto impresentable. Su rapacidad, sus derroches y sus lujos costosísimos y de malísimo gusto estaban a la vista de todos. Es verdad que había hecho infinidad de pactos con todo el que se le ocurriera, pero esos arreglos no la beneficiaban ya. Su aislamiento por inanición política era bien sabido. Ella debía suponer que sus gastos excesivos para su sueldo (en alguna ocasión declaró que ganaba un millón cien mil pesos anuales) era el anzuelo en el que la iban a hacer morder; pero su astucia política no llegaba tan lejos y, al fin, el golpe cayó seco sobre ella y su imperio.

Una vez descargado el golpe (incluso cuando el Consejo Nacional del sindicato estaba a punto de reunirse, como para que sus integrantes pudiesen discutir el asunto), la pregunta que todos se hacen es: ¿por qué hasta ahora?; si desde hace tanto tiempo se sabía de los dispendios de la dirigente y de sus gastos excesivos, sin que nadie se atreviera a preguntarle de dónde salía el dinero, ¿por qué no se actuó contra sus malversaciones de fondos sindicales, causa de la aprehensión? ¿Era tan poderosa que no había modo de ponerle coto con la ley en la mano? ¿Había compromisos con ella que impedían proceder en contra suya?

Otra cuestión en la mente de todo el mundo es: ¿fue, éste, un acto de justicia para resarcir un daño que se había hecho a la sociedad, al Estado y al mismo sindicato o fue, más bien, un acto de venganza en contra de un poder político que no se circunscribía solamente al ámbito sindical? Si de verdad fue lo primero, otra pregunta suplementaria es: ¿cuándo se procederá contra otros de los abundantes violadores de la ley que pululan en nuestro medio político? El caso más semejante al de Gordillo es el de Romero Deschamps, líder petrolero que hace lujo de derroche al regalar a su hijo un auto Ferrari que cuesta 2 millones de dólares. ¿Se hará?, ¿cuándo?

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