4/09/2015

Las luchas por la vida


México hoy (3 de 3)

¡Que muera la muerte que el capitalismo impone! 
¡Que viva la vida que la resistencia crea!
Subcomandante Insurgente Moisés
En la primer entrega señalamos que el capitalismo criminal se caracteriza porque las corporaciones criminales adquieren una importancia relevante en el funcionamiento del sistema. En la segunda entrega dijimos que si las corporaciones criminales son la materialización económico-financiera del capitalismo criminal, en lo jurídico-político es el Estado criminal el que lo encarna. De este modo, caracterizamos a un Estado que borra las fronteras entre lo institucional y lo delictivo, que criminaliza la protesta social y que busca controlar a la sociedad por medio del miedo y del terror.
Ahora bien, frente al capitalismo criminal y su Estado criminal, las luchas de los pueblos, comunidades y colectivos que reivindican la vida han cobrado enorme importancia. Es sobre este tema que profundizaremos en las siguientes líneas.
En el pasado, grupos conservadores usaron la expresión «en defensa de la vida» para oponerse a la legalización del aborto o a las relaciones entre personas del mismo sexo. Un uso «moralino», patriarcal y heteronormativo se escondía tras este argumento. En este trabajo, no son de nuestro interés estas «luchas» por preservar el statu quo. Por el contrario, nos ocupamos de las luchas que reivindican la vida como una forma de denuncia y oposición a la muerte que impone la reproducción del capital.
Es quizá el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y Contra el Neoliberalismo [2] –convocado por el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en 1996– el momento en que la defensa de la vida tomó una connotación subversiva y anticapitalista. En el discurso de bienvenida, el Comandante David, a nombre del Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN, señaló que el capitalismo es un «sistema de muerte y no de vida, porque es de opresión y explotación», y añadió que el neoliberalismo «es un proyecto de destrucción y muerte para los pobres del mundo, porque con este proyecto tratarán de acabar de destruir y saquear la riqueza de los nuestros».
Desde entonces y hasta la fecha, la defensa de la vida se ha vuelto una bandera de diferentes organizaciones sociales en México, pero también en otros lugares del planeta. Son de muchos tipos y se organizan de diversas formas, pero entre sus resistencias hay dos que las definen: 1) los movimientos socioambientales que luchan contra el despojo territorial y los mega proyectos, en una defensa a los derechos de la madre tierra; y 2) los movimientos de víctimas, organizaciones de personas que han enfrentado el asesinato o la desaparición de algún familiar o ser querido. Una de las características más emblemáticas de la lucha por la vida es que reivindica la vida de la humanidad entera y del planeta; a los seres humanos y a su entorno, es decir, reclama la vida en el sentido más amplio del término, no sólo como organismos vivientes, sino como culturas vivas (el mundo donde quepan muchos mundos).
Los movimientos socioambientales son la respuesta de los pueblos y comunidades al despojo de tierras y territorios que luego serán concesionados a las corporaciones criminales para explotar minas, construir complejos habitacionales o turísticos, o comercializar maderas preciosas, entre otros muchos recursos naturales. Generalmente, los movimientos socioambientales están conformados por pueblos, tribus o naciones indígenas que han resistido más de 500 años de explotación y dominación. Entre sus filas también hay comunidades y pueblos campesinos. En todos los casos la fuerte tradición comunitaria prioriza el «nosotros» por encima del «yo». Se distinguen además por tener una cosmovisión en la que el «desarrollo» no depende de la destrucción de la madre tierra.
Cabe precisar aquí que la categoría socioambiental es de reciente utilización y devela una preocupación tanto social como académica: la posibilidad del fin de la vida como consecuencia del cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales. Las resistencias de los pueblos indígenas y campesinos son mucho más antiguas a esta preocupación y no responden únicamente a ella; sin embargo, han sido más notorias ante la visibilidad que ha cobrado esta problemática, al grado de convertirse en el principal sujeto político de estas luchas por lo menos por todo el continente americano.
Ahora bien, la guerra que se vive actualmente en México busca entre otras cosas generar lo que Jorge Beinstein llama «sociedades-en-disolución»: poblaciones en una suerte de indefensión absoluta convertidas en no-sociedades para así poder saquear sus recursos naturales. De esta forma, los movimientos socioambientales se vuelven sujetos antagónicos clave en la lucha contra el capitalismo y el Estado criminal. Es por este motivo que mediante las guardias armadas de las corporaciones criminales, o mediante las fuerzas públicas del Estado criminal, los movimientos socioambientales se encuentran bajo constante acoso. Para imponer su cultura individualista y mercantilista, el capitalismo criminal necesita terminar de roer el tejido social y los pueblos indígenas y campesinos representan el último reducto comunitario.
Por su parte, los movimientos de víctimas en México comenzaron a florecer en el contexto de la guerra sucia. Recordamos en esta etapa al Comité Eureka, y mucho más tarde, aunque reivindicando a víctimas de la misma época, a Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio – México (HIJOS). En la década de los 90 la organización civil Las Abejas de Acteal fue víctima de un nuevo crimen de Estado y esto permitió que la exigencia de memoria, verdad y justicia reapareciera en el ideario político de los movimientos sociales. Asimismo, por esos años pero en Ciudad Juárez, Chihuahua, organizaciones de mujeres con hijas desaparecidas o asesinadas comenzaron a denunciar el fenómeno que rápidamente atrajo las miradas internacionales. Como resultado de este proceso, surgió en 2001 la organización Nuestras Hijas de Regreso a Casa.
Durante la primera década del siglo XXI, el movimiento de víctimas en México cobró nuevas fuerzas. Bajo el discurso de la «inseguridad», distintos sectores empresariales, apoyados por medios como Televisa y TV Azteca, convocaron a una movilización en 2008 para demandar seguridad al Estado mexicano. Isabel Miranda de Wallace y Alejandro Martí se convirtieron en los principales voceros de aquel proceso organizativo.
Desde sus orígenes este movimiento tuvo tintes profundamente elitistas: no sólo estaba encabezado por empresarios «víctimas de la inseguridad», sino que además demandaba al Estado «mano dura» contra el crimen organizado. Como era de esperarse, el Estado criminal adoptó provechosamente este discurso para desplegar a sus fuerzas policiacas y militares por todo el país y continuar con el proceso de despojo y represión. De cierta forma el discurso de la «inseguridad» tuvo la función de ocultar el papel criminal del Estado y reforzar su estrategia militarista y criminalizadora.
En 2011, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) logró dar un leve giro a este discurso. El problema ya no era solamente la inseguridad, sino la forma en cómo el Estado intentaba eliminarla. Bajo la consigna de justicia para las víctimas y un alto a la guerra, el MPJD logró romper el cerco mediático y contrarrestar el discurso oficialista, al mismo tiempo que contribuía a una explicación sistémica y regional del conflicto. Sin embargo, la complejidad del fenómeno, la coyuntura electoral y los errores políticos propios del Movimiento por la Paz le imposibilitaron continuar con la maduración de su comprensión y discurso frente al capitalismo criminal.
Los terribles sucesos del 26 y 27 de septiembre del 2014 en la ciudad de Iguala, Guerrero, contra los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa y la consecuente lucha que han emprendido los familiares y compañeros de los estudiantes desaparecidos representa un nuevo momento del movimiento de víctimas. Es en esta fase donde está presente una comprensión más acabada del capitalismo criminal y del Estado criminal. La expresión «Fue el Estado» así lo demuestra. Representa un acumulado histórico de saberes y resistencias. Permite mirar al Estado mexicano actual como el instrumento jurídico y criminalizador del capitalismo criminal. El adversario ya no es difuso, se llama capitalismo y utiliza al Estado para reproducirse y ampliarse.
México es hoy el país en donde el capitalismo criminal y el Estado criminal encuentran su expresión más avanzada. Ese sistema que merca con la muerte ha impuesto en nuestra nación un régimen de terror y miedo basado en asesinatos, ejecuciones extrajudiciales, desaparición forzada, desplazamiento forzado, tortura, censura y mucho más; todo con el objetivo de continuar con el despojo y la acumulación y reproducción del capital. Afortunadamente los pueblos, comunidades y organizaciones que luchan por la vida siguen construyendo desde abajo proyectos emancipadores. Estos pueblos saben bien que no basta con disputar el Estado, que es necesario construir relaciones sociales diferentes donde la vida no sea reducida a una mercancía. Saben bien que luchar contra el capitalismo es hoy más que nunca cuestión de vida o muerte.

Notas
[1] Publicado por primera vez en Subversiones
[2] Comandante David. Un mundo donde todos podamos caber. Palabras de bienvenida del EZLN al Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo en «EZLN. Crónicas Intergalácticas». Chiapas: Planeta Tierra, 1996. 

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