3/12/2016

De víctima a lideresa


Martiza Buitrago García es una activista y defensora de derechos humanos, desplazada forzadamente de Landázuri (Santander)


Enfrentarse a un nuevo territorio fue lo más difícil para Maritza Buitrago, una campesina santandereana, que creció en la vereda Bueno Aires, de Landázuri, rodeada de naturaleza.
Se crió corriendo en las quebradas, sacando pescaditos de sus aguas, saltando entre las piedras, trepándose a los árboles y aunque ya no era una niña cuando fue obligada a desplazarse extraña profundamente a los árboles.
La finca de su padre era maderable. Allí crecieron imponentes ante ella los abarcos: unos árboles de gran tamaño, de hojas pequeñas y delicadas. “Yo tenía una relación con unos árboles que se llaman abarcos. No sé porque logré una conexión con esos árboles –dice Maritza- y yo siempre que andaba con mi depre, esos árboles siempre fueron para mí como mi escape y a pesar del tiempo que llevo acá aún los extraño”.

Maritza recuerda que cuando estaba embarazada de su hija, y su familia no sabía, se sentó sobre unas piedras enormes debajo de los árboles y observó como el viento movía sus hojas: las bajaba, las subía… Ese movimiento rítmico le generó paz.

Hoy en día cuando está muy estresada busca la naturaleza, pues Bogotá no le permite relajarse como lo hacía en su tierra descansando en silencio mientras contemplaba los árboles.
Dejar sus esbeltos árboles, las gallinas, las yeguas y los perros fue como dejar atrás una parte de su vida. Sus animalitos terminaron abandonados y sus perros fueron envenenados. (No siempre éstos son incluidos cuando se hace balance de los daños de las personas desplazadas).
“Casi que todas salimos y pasamos por lo mismo: dejar una cantidad de animales a la deriva. Aún me afecta todo eso y que mi papá y mi hermano ya no estén”.
A su padre lo asesinaron por su resistencia a los cultivos declarados ilícitos y sus discusiones con paramilitares; a su hermano, de 31 años, por saber quién asesinó a su padre y que los asesinos pensaran que podría vengarlo.
La administración municipal de aquella época, en Landázuri, era amiga de la familia y, por eso, les recomendaron a Maritza y sus hermanas que se alejaran antes de que acabaran con todos.
Llegó a Bogotá en el año 2005 y uno de los retos más grandes que enfrentó fue llegar a esta ciudad desconocida con una hija pequeña y encontrar una casa dónde vivir.
Muchas mujeres desplazadas enfrentan la dificultad de conseguir un lugar en arriendo para ellas y sus hijos, en algunos casos hasta cinco hijos, sin fiadores, lo cual hace casi imposible la búsqueda.
Esto sumado a la búsqueda de empleo cuyas vacantes se reducen a oficios como ayudantes de cocina o meseras en restaurantes, trabajos tradicionalmente destinados para las mujeres. 
Atención psicosocial
Maritza, al igual que otras mujeres, ha recibido atención psicosocial con organizaciones no gubernamentales. Además su hija fue atendida por una Empresa Prestadora de Salud (EPS).
El día que asesinaron al padre de Maritza, su niña estaba en la casa; escuchó los disparos y vio a su abuelito empapado en sangre. Después de la muerte del abuelo lloraba y repetía que Dios era malo porque se lo llevó. En el 2013, Maritza y sus hermanas hicieron un acto simbólico: tomaron los restos de su padre y hermano y armaron los esqueletos junto a sus hijos.
En el año 2012 Maritza fue elegida como delegada -por la Mesa del seguimiento al Auto 092 de 2008, pronunciamiento de la Corte Constitucional sobre los derechos de las mujeres desplazadas- ante la Mesa Nacional provisional de víctimas cuando les consultaron a las víctimas acerca del Programa de Atención Psicosocial y Salud Integral a las Víctimas (Papsivi).
En esa oportunidad, las víctimas propusieron que gestores comunitarios formaran parte de los equipos de atención. Dentro del Papsivi, Maritza trabajó como gestora psicosocial.
Maritza es crítica sobre la atención psicosocial porque hizo parte de los equipos; estuvo seis meses con el Papsivi y un año con Tejiendo Esperanzasi programa de la Secretaría Distrital de Salud de Bogotá para las víctimas.
Del Papsivi explica que como gestora no tuvo una participación tan activa, pero servía de puente entre la comunidad y la institución cuando organizaban reuniones y colaboraba en logística.
En el programa Tejiendo Esperanzas sí fue parte activa del proceso y sabía quiénes eran atendidos. Las personas que llegaban a los Centros Dignificarii, decidían si querían la atención en el centro o en casa.
Maritza señala que fue un buen proyecto pero se quedó corto ante la magnitud de las necesidades. Critica, constructivamente, el hecho de que trabajen con metas y la ausencia de una dimensión psiquiátrica, pues algunas personas la requieren.
Destaca otro aspecto de Tejiendo Esperanzas: tener un médico dentro del equipo pero que no puede hacer mas que detectar el problema y remitir a la persona a la EPS a que lo atienden o le den un medicamento que, a veces, no tienen por falta de recursos del Fosygaiii.
“Es difícil ofrecer atención psicosocial cuando la población no tiene comida o lugares a dónde ir. No juzgo a los profesionales, sí al sistema; usted puede brindar atención psicosocial, pero si la sacan de la casa y no tiene a dónde ir y está peor. Algunas personas de Tejiendo Esperanzas ayudaban a conseguir empleo, tienen que salirse de la profesión de ser psicólogo para que su atención haga un medio efecto en la población”, asevera.
Maritza no recibió atención psicosocial constante porque no cree necesitarla. Sin embargo, recomienda no hacer cierres de la atención psicosocial, en algunos casos, como lo contempla el Papsivi.
Su argumento es que algunas personas tienen recaídas. Las lideresas, por ejemplo, escuchan diariamente historias más crueles que las propias, confrontan a las instituciones, trabajan con funcionarios y tienen jornadas extenuantes, por eso, a ellas no deberían terminarles la atención.
“Nosotras las mujeres lideresas mantenemos nuestros cuerpos predispuestos y alterados casi el 80 por ciento del tiempo. Entonces a nosotras no se nos puede cerrar la atención, uno está bien y puede tener recaídas”.
Ella tuvo una sesión pero consideró que no requería más porque es por temporadas que se siente mal, en parte debido a la sobrecarga del trabajo y cuando piensa demasiado en los casos de su padre y hermano. Por eso, procura que no le falte actividad nunca ya que la muerte de su hermano la afectó mucho. Fue la época de su vida en la cual estuvo más flaca y durante un año no pudo dormir bien, tenía pesadillas y se preguntaba si su hermano fue torturado o no.
Activismo
La labor de Maritza no terminó al ser miembro de estos equipos psicosociales; con el paso de los años se consolidó, es ahora una reconocida activista en Bogotá.
Desde el año 2006 hace parte del proceso de visibilización del Auto O92 de 2008iv de la Corte Constitucional, que se pronunció acerca de la necesidad de adoptar medidas de protección a mujeres víctimas del desplazamiento forzado por causa del conflicto armado.
Tanto Maritza como sus compañeras del grupo distrital de promoción del Auto 092 de 2008 están conscientes de que ser lideresas es una tarea compleja. Para desarrollar esta actividad sacrifican a su familia, el trabajo, ingresos económicos y su propio bienestar, lo cual muchas veces no es valorado por los demás.
“Yo definitivamente en esto he hecho de todo. He estado vinculada laboralmente por temporadas, he intentado negociar los tiempos para seguir en el procesos, no es fácil. Cuando he considerado que he salido demasiado de los procesos, renuncio. Yo estaba con la Secretaría de Salud y renuncié, estoy hace más de un año dedicada al proceso social”, afirma.
Esta mujer se ha convertido en una reconocida activista con esfuerzo, demostrando a cada paso que tenía la capacidad y siendo diligente. Maritza está a cargo de la secretaría técnica del grupo distrital que visibiliza el Auto 092 de 2008 de la Corte Constitucional, que insta al Estado a adoptar medidas de protección para las mujeres víctimas del desplazamiento.
El grupo distritalv está constituido por 15 organizaciones, cada organización con una delegada y una suplente. Este grupo ha sido constante en la visibilización del Auto 092, donde quiera que van hablan de éste, son mujeres desplazadas que abogan porque sus derechos sean respetados.
En el año 2012 tuvieron un proyecto con la Cooperación Técnica Alemana (GTZ) gracias al cual organizaron talleres y socializaron el fundamental contenido del Auto 092 de 2008, que aún hoy socializan.
El grupo distrital es reconocido por este trabajo de exigencia de los derechos de las mujeres y, por lo cual, varias mujeres fueron atacadas. Han sido víctimas de violencia sexual, amenazas, golpes, un intento de secuestro de una de sus hijas y atentados. Algunas tienen medidas cautelares, apoyo de la Unidad Nacional de Protección (UNP) y otras, como Maritza, no tienen medidas de protección.
Como consecuencia de esta victimización su caso fue revisado, en el año 2013, y hoy en día son sujeto de reparación colectiva, tras varios meses de recolección de pruebas y la documentación exigida. Como sujeto de reparación colectiva están solicitando, entre otras demandas, profesionalización para 100 mujeres de las organizaciones del grupo distrital.
Maritza persiste, al lado de sus compañeras, en lograr que se implementen los 13 programas para las mujeres del Auto 092, que después de siete años sigue siendo urgente.
“Algunas compañeras, lideresas y organizaciones grandes abandonaron el Auto 092 y nosotras no. Estamos más decididas a hablar del Auto 092 (…) ¿y por qué lo vamos a dejar si fue nuestro mayor logro de incidencia? Estamos ahí. Yo creo que lo importante del proceso que hemos hecho nosotras es no haber dejado morir el Auto”, asevera.
¡Martiza no se rinde! Continúa en Bogotá con su activismo a pesar del dolor que le causó la pérdida de sus familiares y la nostalgia por su tierra. Participó en varios procesos de duelo y eso le permite hablar sobre esto, conmovida, sin derrumbarse.
Cuando mira hacia atrás ve el camino recorrido: su llegada a Bogotá sin saber qué era ser desplazada, sentir que la miraban raro, recibir una carta donde le explicaban sus derechos, y leerla cuando ya no podía reclamarlos porque perdió vigencia, y también a alguien que le dijo que no tenía cara de desplazada y su respuesta: ¿Y qué cara tiene un desplazado?
A Maritza lo que más le duele, es haber salido de su territorio, pero aún así no volverá. “Es posible que nosotras recuperemos la finca en un proceso de restitución y no hacemos retorno porque continúa el peligro. Los paramilitares de Santander no todos fueron a la cárcel y hay una creencia de que porque el paramilitarismo se desmovilizó ya no existe (…) el problema es que ahora no están uniformados, se han quedado armados, en la comunidad, son personas que aparentemente se desmovilizaron y ahora son un civil más, pero que usted sabe que son personas que su corazón no cambió, que siguen ahí para entregar información, para asesinar.”, afirma Maritza.
Notas:
ii Centro de Atención Integral a las víctimas Dignificar http://www.victimasbogota.gov.co/?q=centros-dignificar
v Las mujeres del grupo distrital son madrinas de la Mesa Departamental del Tolima, del seguimiento al Auto 092, y la secretaría técnica nacional del Auto 092 está a cargo de Casa de la Mujer.
Décima entrega de la beca del Centro Carter. Desplazamiento y salud mental.
Fernanda Sánchez Jaramillo, periodista, magíster en relaciones internacionales y trabajadora comunitaria.
@vozdisidente

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