3/12/2016

Sobrevivir, como última resistencia


   QUINTO PODER
Por: Argentina Casanova*

Con profundo respeto para las sobrevivientes de feminicidio.

En el movimiento de defensa de los Derechos Humanos y las autodefensas feministas se habla de resistencia, y nadie sabe más de resistir que las mujeres; especialmente las sobrevivientes a las tentativas de feminicidio que con su vida constituyen ante la autoridad la única prueba para no darles justicia, y castigar a los agresores feminicidas.

La violencia contra las mujeres se ha agudizado paulatinamente en medio de la crisis de violencia que se vive en el país, al punto que previo a este 8 de marzo, los diarios se han llenado de notas de mujeres asesinadas, pero de los que se da cuenta como “cuerpos que aparecen”, “apareció muerta”, o contextos de información que hacen entender que “ellas se lo buscaron”.

Del contexto de violencia que viven las mujeres se dice que tiene como desenlace el feminicidio, pero en algunos casos va más allá y se perpetúa contra la familia sobreviviente, con el abordaje de la información, pero también con el tratamiento que se le da al cuerpo y finalmente a la víctima al no garantizarle justicia.

Pero algo que constituye aún más sorprendentemente y fuera de todo pronóstico la continuación de la violencia más allá del feminicidio, son aquellos casos en los que los agresores hicieron un intento por matar a la mujer, el cual no alcanzó su objetivo y los obligó a utilizar un segundo método, es decir un segundo intento. Quizá hay casos de tres intentos o cuatro.

Aquellos casos en los que intentaron asesinar a una mujer con el uso de un cuchillo y al no lograrlo utilizan uno más, o le dieron algún golpe en la cabeza y rostro con algún objeto contundente. Pero no lo lograron, y fueron por un objeto más para alcanzar su fin.

Esto, aunque parezca extremo, constituye la característica fundamental de las tentativas de feminicidio que son identificables fácilmente para quienes miran desde un enfoque de las desigualdades causadas por la construcción de género, pero no así para muchas y muchos operadores de justicia que califican el hecho como lesiones y no como tentativas de feminicidio.

Para los operadores de justicia, la resistencia, la capacidad de resiliencia, la valentía de esforzarse por sobrevivir de las mujeres aun con cortaduras en el cuello, rostro y otras partes del cuerpo, no son suficientes porque al final la condición de sobrevivientes les da el indicador de que el agresor “no quiso” acabar con su vida porque “de quererlo lo hubiera logrado”.

Aberrante desde cualquier punto de vista, y es la razón por la cual han sido liberados o se ha dejado sin justicia a las sobrevivientes de tentativas de feminicidio.

Casos abundan a lo largo de todo el país, muchas veces reciben menos atención que aquellas cuyos cuerpos fueron abandonados en la carretera y expuestos de manera aleccionadora para las otras mujeres.

Casos en los que la autoridad determinó que “no la mató porque no quiso, pues tenía conocimiento del uso del cuchillo”, como ocurrió en un caso en Yucatán, representan la continuación de la violencia contra las mujeres más allá de toda lógica, perpetrada y ayudada por la autoridad, el Estado mismo a través de sus operadores de justicia.

No sólo es lo que se deja de calificar, es también lo que se les deja de brindar y de reconocer a las sobrevivientes de feminicidio, el impacto, conocer el daño que tiene en su psique el efecto de las lesiones y el momento de la agresión que quedará grabado para el resto de sus vidas. Aunque eso no importe a la autoridad.

Lo más grave de los casos de tentativas no calificadas como tales es la impunidad que prevalece y el mensaje que se envía a la sociedad: puedes acuchillar a una mujer, desfigurarle el rostro, infringirle heridas degradantes e infamantes, puedes mantenerla bajo un estado de permanente violencia con la ayuda y complicidad de la autoridad negándole el acceso a la justicia, pueden romper y quebrar algo en forma definitiva, y al final salen librados con la ayuda de la “autoridad” sólo porque la vida misma que intentaron acabar fue más fuerte y resistió.

Nadie nunca podrá entender sino ellas, lo que fueron esos  momentos. Nadie nunca podrá saber lo que pensaban y lo que las hizo resistir, resistir y resistir, tener la esperanza y el anhelo de permanecer vivas mientras los médicos, los policías, las personas que las veían pensaban que ellas morirían porque así lo veían.

Algo que no pudo conseguirse fue quitarles la vida, pero es un acto que se cometió y no una sino varias veces con intentos y con diversos usos de armas, es decir lo intentaron varias veces, hubo varias tentativas, pero ellas en su resiliencia, su resistencia –a juicio de la autoridad– otorga el único argumento para no darles justicia.

Estar vivas es pues, la única prueba a favor de su agresor feminicida.

*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.

CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | México, DF.- 

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