3/21/2020

Marchas femeninas y revolución cultural (masculina)



Claro está que la marcha de las mujeres el domingo 8 de marzo contra la violencia (machista) sigue siendo el tópico reciente más comentado. Algunos dirán que es el coronavirus, y podrán tener razón, salvo que se trata de dos universos diferentes. Este último es un problema de salud que se hace mundial y sobre el cual habrá que seguir puntualmente el consejo de los expertos. El otro, el de la violencia machista contra las mujeres, tampoco es una cuestión exclusiva de nuestro país, ni mucho menos, pero las condiciones del fenómeno seguramente varían inmensamente de una nación a otra, de un continente a otro, incluso de una región a otra. Es decir, se trata de una cuestión eminentemente social y cultural en la que existen innumerables diferencias y matices, y esto también se ha hecho evidente en la variedad de comentarios que han suscitado ambos fenómenos.
En la cuestión eminentemente social y cultural que es la de la violencia entre géneros (mayormente entre un género sobre otro, ya muy definidos), la mayor dificultad parece encontrarse en la precisión de sus límites y características, y, por supuesto, en la de sus remedios, que queda todavía en el aire, según fue fácil percibir en los comentarios que siguieron a las excepcionales expresiones femeninas del 8 y 9 de marzo.
Es que, claro está, la violencia machista que señalaron las manifestantes puede tener mil y una características, imposibles de definir a priori, sino hasta que se manifiesta como tal por las mujeres agredidas, y se acepta y caracteriza por las autoridades encargadas de seguir estas cuestiones, que tendrán muchas veces una tarea harto complicada y sutil, si ponemos a un lado los casos de evidente violencia indiscutida. Pero decía, la dificultad está en casos en que la violencia no es evidente o está disfrazada o sometida a sutilezas que no siempre es fácil exhibir o mostrar.
Pensando el conjunto anterior, llegué a la conclusión de que en realidad la demanda femenina tiene como contenido esencial el reclamo de una verdadera revolución cultural, puesto que exige la modificación de conductas, reacciones y hábitos, y modos de comportamiento masculino que seguramente están arraigados por largo tiempo de práctica consciente o inconsciente en muchos varones de la sociedad mexicana, de lo que resulta que se demanda un cambio profundo de conductas y maneras, una rectificación también consciente o inconsciente de modos de comportamiento extraordinariamente arraigados, y que muchas veces se expresan (me atrevo a decir que la mayoría de las veces) de manera inconsciente o, dicho de otro modo, por automatismos del proceder a los cuales todos estamos sujetos, mujeres y hombres. Automatismos que, para bien o para mal, constituyen nuestra personalidad, nuestro carácter, nuestra forma de ser y nuestro modo de estar en el mundo.
En síntesis, llegué a la conclusión de que la demanda de las mujeres implicaba por necesidad una muy profunda revolución cultural o, dicho de otra manera, una revisión lo más objetiva y sensata que pudiera darse de muchos de nuestros valores y puntos de referencia en la propia conducta. Y que esta revisión objetiva y sensata, pero con la mayor profundidad y honestidad que fuera posible, resultaba necesaria a escala de los individuos y, por supuesto, también a escala colectiva o social. Muchos dirán que exagero, pero no tanto si queremos responder a la calidad de la movilización femenina con un nivel de calidad equivalente o aproximado. Así se han puesto las cosas o así nos lo han puesto las queridas mujeres de esta sociedad nuestra que, por supuesto, deberán ayudar y cooperar en tamaña tarea de transformación que nos han puesto (o impuesto), y que seguramente merecemos ampliamente. Pero, ojo, se trata no sólo de la tarea de un lado de la sociedad (la nuestra), sino de una tarea que para que rinda verdaderamente frutos y sea realizable implica la cooperación y el esfuerzo mancomunado de hombres y mujeres. Sin esta cooperación y ayuda, y auxilio, sin esta partida doble en el esfuerzo mucho me temo que pueda ser infructuoso el enorme (y bello) espectáculo del que fuimos autores y actores privilegiados los integrantes de esta nación.
No se trata naturalmente de que cada uno de nosotros recurra al extremo de un siquiatra o de un especialista en estas cuestiones, aun cuando no excluyo que también sea necesaria una ayuda especializada. Pero no se trata de llegar a estos extremos, sino de tomar plena consciencia de la seriedad e importancia del momento. Y de actuar en consecuencia.
¿Ven ya mis posibles lectores la complejidad de uno de los problemas que se ha hecho patente entre nosotros en los últimos días?
El otro, el del coronavirus, cuando menos a escala individual parece mucho más sencillo, aun cuando al nivel planetario o social multiplicado pueda tener, y seguramente los tiene, problemas extraordinariamente peliagudos. No quiero ni quise hablar como experto en ninguno de los momentos de este escrito, redactado espontáneamente y que ojalá pueda tener algún eco o respuesta. En síntesis, que pueda arrojar alguna luz.

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