3/21/2020

Nos crecieron alas



Desde hace años suelo escuchar, al inicio de marzo, que se avecinan tiempos de renovada esperanza. La primavera se anuncia con un delicado y tenue fulgor púrpura, que poco a poco se apodera del cielo y que se tiñe de violeta anunciando que la energía se transforma. El 8M de 2020, no cabe duda, es histórico, cerró un ciclo y dio la bienvenida a la Generación Igualdad.
¿Qué hace diferente el florecimiento de las jacarandas en esta década recién iniciada? La sinergia de las mujeres, unida en una sola voz, sin distingo de ideología, aspiraciones, ni condición. Niñas, adolescentes, adultas en estrecha alianza porque nos alcanzó el hartazgo.
A las mujeres nos ligan múltiples factores y una sola fuerza compartida. Durante años nos persiguió el silencio, la rabia, el enojo y un dolor callado. Dolor que ha traspasado la piel hasta llegar a los huesos y que debe ser exterminado cual tumor que amenaza con metástasis.
Durante esta etapa nos mantuvimos en silencio y con miedo. El temor a ser nosotras mismas nos paralizó, no por elección, sino por imposición. Como implantación de un sistema patriarcal que, pese a las dudas, existe y ha dejado sentir sus abusos durante generaciones con la consiguiente pérdida de la dignidad como valor esencial de las personas.
La discriminación y la desigualdad no tardaron en aparecer, no obstante las voces de otras mujeres que, desde diversas latitudes y épocas, han luchado por el reconocimiento y ejercicio pleno de nuestros derechos, que desafortunadamente hemos recibimos a cuentagotas.
Con el florecimiento de las jacarandas, un río caudaloso de agua púrpura brama al unísono: ¡Nos quitaron tanto que acabaron quitándonos el miedo! Es cierto, los años de afrenta nos han obligado a exigir, pintar muros, destruir todo. Las palabras en un tiempo tímidas, en otras suplicantes y en la mayoría reclamantes no fueron escuchadas.
Por eso marchamos, para que resuene nuestro aliento, para que se oiga a las que ya no están. Avanzamos en un contingente compacto, impenetrable, resistente. No estábamos solas. ¡Nos sembraron miedo y nos crecieron alas! A las mujeres nos hermana la esperanza de un mundo mejor.
No podemos permanecer indiferentes ante la evidente violencia que relatan las estadísticas. Cientos de cruces rosas recorriendo el corazón de la Ciudad de México dan testimonio de la violencia feminicida y de la decadencia que como sociedad experimentamos. Las fuentes de nuestro recorrido se tiñeron de sangre para hacer visibles a las víctimas indirectas que perdieron una hija, una hermana, una madre o amiga. Mujeres que perecieron en manos de feminicidas. Mujeres reales con sueños truncados que no merecen el olvido.
¡Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente!
Imposible contener las lágrimas, inevitable multiplicar abrazos fraternos y solidarios que permitían ver nuestro rostro reflejado en la cara de la de junto, de la de enfrente, de la de atrás y de las que fueron silenciadas. Sororidad le llamamos.
La ausencia de nuestras hermanas nos recuerda que el enemigo está en casa, en la calle o en el transporte público o privado. Que existe un riesgo potencial cuando te encuentras sola. No importa la hora ni lo que lleves puesto, te matan, te violan, te golpean por simple el hecho de nacer mujer.
Escuchar a los deudos, percibir en sus rostros la congoja y la impotencia, conocer su lucha sin fin en espera de una justicia que no llega, nos obliga a replantearnos la responsabilidad social que en lo individual nos corresponde. Especialmente a las autoridades nos constriñe a cumplir con una administración e impartición de justicia pronta y efectiva. Sin velo en los ojos. Prescindiendo de reproducir la violencia estructural que menoscaba dignidades y que amplía con desmesura las fisuras que nos alejan de la igualdad. Es tiempo de cambio. Transitar hacia nuevos patrones de conducta de la sociedad mexicana libres de estereotipos y roles de género. Avanzar hacia el actuar efectivo de las personas que investigan y de las que juzgamos.
Nuestra voz ya no es la misma, resuena fuerte, reverbera el eco. ¡Querían detenernos, nos hicieron imparables! En cada estallido colectivo se dejó constancia de nuestro hastío. ¡Fuimos todas! Retumbaba un coro que estremecía conciencias.
¡Juntas somos más fuertes! Quedó demostrado. Las mujeres ya no somos las mismas. Exigimos derechos, reclamamos igualdad efectiva de oportunidades, demandamos una vida libre de violencia. Es cierto ¡si tocan a una, respondemos todas!, porque unidas no estamos solas y porque no hay poder más grande que tendernos puentes y lanzarnos redes. ¡Mujer, esta es tu lucha!
Nos crecieron alas y volamos libres.

*Magistrada federal y académica universitaria

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