3/15/2020

De escuchar la buena fe con buena fe

No sólo de pan...
Yuriria Iturriaga


No toda la buena fe es desdeñable, no toda es bandera de cortos de entendimiento pero buenos sentimientos, ni de ignorantes pródigos en buenas intenciones. ¿La prueba? Su contrario: la mala fe. Ésta sí, enarbolada por gente inteligente pero malévola, capaz de hacer mucho daño con plena intencionalidad arrastrando multitudes enardecidas de odio. Porque la mala fe proporciona combustible a entrañas ardientes de deseos frustrados, uniendo individuos disímiles hacia un mismo fin: dañar. Dañar lo que esté de moda dañar, máxime si es representativo de un espectro enemigo, como sería una clase social opuesta a la que se cree o se desea pertenecer.
No es pues de extrañarse, que el hombre público con mayores responsabilidades hacia su sociedad, tenga la mirada más preventiva y avizora que la escucha abierta. Pero, siendo de sabios escuchar al más pequeño de los pequeños o a los de menos voz entre los sin voz, y no sólo escuchar demandas inmediatas ante carencias seculares, sino escuchar sus necesidades históricas y previsiones ante el tiempo futuro, a fin de preservar los cimientos de una vida satisfactoria en todos los campos, acorde a la propia cultura y fondo sobre el que se construye cada individuo social, la escucha del Presidente de la República debe evitar la ruptura sin remedio de la memoria productora de los campesinos mexicanos, impedir que se pierdan para siempre en la lógica capitalista, que convierte incluso las tradiciones en mercancías y no sólo vacía de sentido el trabajo, sino empobrece los suelos y envilece la calidad sensorial de las cocinas.
¿De qué sirve ahondar la competitividad entre productores del campo, si no es concentrar la tierra en pocas manos, dejando en rango de leyenda, si bien le va, la práctica del tequio? Habemos muchísimos estudiosos del tema del campo desde sus distintos ángulos y de buena fe y, para nosotros, ya no es cuestión de pedir, sino de exigir ser escuchados y con buena fe (que el Presidente sí tiene). Porque una cosa es afianzar la economía de libre mercado con el T-MEC y otra es conceder TODO el espacio productor de alimentos en territorio mexicano a los intereses del capital (mexicano o no) representado por los monocultivos, los fertilizantes e insecticidas, el riego parcialmente distribuido, el mejoramiento de semillas procedentes de tecnologías impredeciblemente peligrosas para la sustentabilidad humana y planetaria, sin contar con la descomposición de los lazos comunitarios.
Si en el discurso oficial se acepta la sabiduría ancestral de los pueblos originarios y se afirma respetar sus culturas, ¿por qué no se traduce en la política agraria? Urge programar la recuperación de los suelos para cultivar las milpas, tan variadas como ecosistemas tenemos, urge que los cuadros salidos de escuelas de agronomía reciban una formación exhaustiva y respetuosa en las técnicas ancestrales, antes de que mueran los últimos que hoy las dominan. Urge escuchar sin prejuicios del siglo XXI a quienes protegieron lo que nos queda de sano. Porque quienes obligaron a devastar bosques y selvas para la siembra de sobrevivencia, fueron los mismos que hoy programan monocultivos capitalistas de frutales y maderables. Programa que lleva a los milperos a tirar más selva a cambio de las monedas de un Judas oculto.

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