La nueva realidad
Ernesto: ¿Por qué todo tan callado?
Lita: El clima está húmedo y los viejitos podrían enfermarse. (Mira al visitante con el rabillo del ojo.) ¿Es la primera vez que viene?
Ernesto: ¡No! Estuve hace como tres años.
Lita: Se me hace que un poquito más. Yo llegué a trabajar aquí en el 97 y no recuerdo haberlo visto.
Ernesto: Hacer el viaje desde Ciudad Juárez hasta acá no es fácil. Espero que mi padre lo entienda.
Lita: No se preocupe por eso: lo comprende perfectamente.
Ernesto: ¿Se lo ha dicho? (La ve asentir.) ¿Cómo está él?
Lita: Bien, gracias a que le insistimos en que siga con su terapia. (Resignada.) Convencerlo no es nada fácil.
Ernesto: Me lo imagino. Conozco la terquedad de mi padre. La heredó mi hijo Fabián. En cambio Lucio salió con el carácter de mi esposa.
Lita: El señor Larios habla mucho de sus nietos. Dice que entre Fabián y Lucio hay once años de diferencia, ¿es cierto?
Ernesto (levemente sonrojado): Sí. ¿Qué le parece?
Lita: Bien por su esposa. Entre cada nacimiento alcanzó a reponerse de las desveladas. (En tono más íntimo.) Mi caso fue distinto. Por complacer a mi esposo, que a fuerza quería tener un varoncito, le di tres hijas seguidas. Fue agotador. Padezco sueño eterno. Mi marido se disgusta porque en el cine siempre me duermo.
Ernesto (señala hacia la derecha): Si mal no recuerdo, en este pasillo queda el cuarto de mi padre.
Lita: Pero ahora no está allí. Desde temprano se fue al huerto.
Ernesto: Usted dijo que la humedad podía hacerle daño.
Lita: El señor Larios estaba muy emocionado de pensar en que iba a verlo a usted. Durmió muy mal y amaneció muy nervioso. Sólo se calma sembrando sus hierbas de olor.
Ernesto (reprime su emoción): Porque eso le recuerda a mi madre. Ella tenía en la ventana de la cocina un montón de macetas con cilantro, perejil y no recuerdo qué más. Me encantaba verla arrancar hojas y ramas para ponérselas a sus guisados.
Lita: Mire. Allí está el señor Larios. Quiso ponerse el saco que usted le mandó para su cumpleaños. ¿No me diga que su padre no se ve guapo?
II
Ernesto inclina la regadera. Bajo los hilos de agua el señor Larios se frota las manos sucias de tierra y mira a su hijo:
Sr. Larios: Te veo delgado. ¿Qué pasa: mi nuera no te da de comer? (Saca un paliacate de su bolsillo y se enjuga cuidadosamente los dedos): A las mujeres ya no les gusta cocinar. Todo lo arreglan comprando pizzas. Aquí nos traen en los días de fiesta, pero yo no las como. Me saben a cartón.
Ernesto: Son sabrosas.
Sr. Larios (colérico): Ya te hiciste al modo de tu mujer. Espero que mis nietos no se hayan contagiado… ¿Cómo están? En la foto que me mandaste Lucio se ve altísimo. ¿Ya qué edad tiene?
Ernesto: Once años. (Con ternura.) Debes estar cansado. ¿No quieres sentarte?
Sr. Larios: Pero aquí. Si me salgo del huerto Lita es capaz de venir a cerrarlo y no quiero. Todavía me falta cambiarles su tierra a las hierbabuenas. Mira, podemos acomodarnos sobre aquellos huacales. (Se aproxima a su hijo.) ¿No traes un cigarrito?
Ernesto: No. Te hace daño.
Sr. Larios: Más daño me causa no haber visto a mis nietos durante tanto tiempo. A ver cuéntame de ellos. ¿Cómo va Lucio en la escuela?
Ernesto: Hace tres semanas dejó de asistir.
Sr. Larios: ¿Quiere quedarse burro como su abuelo? Pues no se lo permitas. Aparte de su casa, el mejor sitio en donde puede estar un niño es la escuela.
Ernesto: Eso era antes. Ahora es distinto. Por la inseguridad.
Sr. Larios (decaído): Entonces es cierto lo que he escuchado en las noticias. Eso de que los matones llegan a las escuelas y si no les dan dinero barren con medio mundo. Matan criaturas sin importarles el sufrimiento de sus padres, de sus abuelos.
Ernesto: No te preocupes. Hasta ahorita no se ha presentado ningún problema en la escuela de Lucio, pero decidimos sacarlo para no correr ningún riesgo.
Sr. Larios: ¿Y se puede saber qué hace mi nieto metido en la casa todo el santo día?
Ernesto: Emma lo pone a repasar sus libros para que cuando la situación se normalice no esté tan atrasado. (Desvía la mirada.) Tenemos que ser optimistas porque si no, ¿cómo podríamos vivir?
Sr. Larios: Y a Lucio, ¿le gusta estar en la casa?
Ernesto: El sabe que no hay de otra. Además sus amigos van a verlo y allí se la pasan jugando con sus videos.
Sr. Larios: ¿Eso es todo? (Ve que Ernesto asiente.) Pues no me parece bien. ¿En Ciudad Juárez no hay parques? Tu madre y yo, aunque estuviéramos muy cansados de trabajar, te llevábamos por lo menos una vez cada quince días. ¿Emma no puede hacerlo? (Para sí mismo) Las mujeres tienen hijos y luego no saben cómo tratarlos.
Ernesto: Papá, ya no sigas hablando mal de mi mujer. Si no lleva al niño de paseo es porque no se puede. Allá uno nunca sabe cuándo o en dónde va a desatarse una balacera.
Sr. Larios: ¿Y Fabián? (Enternecido.) Salió terco, pero es un buen muchacho.
Ernesto: Traigo broncas con él: dejó la medicina. Ya no le interesa.
Sr. Larios: Pero si el último día que conversamos por teléfono me dijo que estaba encantado con sus clases. ¿Qué pasó: lo reprobaron en alguna materia?
Ernesto: No. Descubrió que su verdadera vocación es el periodismo. ¿Qué te parece?
Sr. Larios: Lo bueno es que se dio cuenta ahora y no dentro de cinco años.
Ernesto: Entonces ¿estás de acuerdo en que cambie de carrera?
Sr. Larios: ¿Tú no?
Ernesto: ¡Desde luego que no! No quiero que Fabián ponga en riesgo su vida.
Sr. Larios (lanza una risa breve): Hablas como lo hice cuando me dijiste, hace años, que pensabas dedicarte al diseño gráfico. ¿Recuerdas que me enfurecí? Me parecía terrible que no fueras a estudiar para ingeniero agrónomo. (Hace una pausa.) Por fortuna tu madre me hizo pensarlo bien y dejé que te salieras con la tuya. ¿Qué dice Emma de todo esto?
Ernesto: ¿Qué va a decir? Está desesperada. No quiere que su hijo se dedique al periodismo y se lo maten los narcos.
Sr. Larios: Pero, ¿por qué? ¿Él que tendría que ver con ellos?
Ernesto (impaciente): ¿No dices que ves las noticias y lees los periódicos?
Sr. Larios: Sí, estoy enterado y me ha dolido mucho. Ahora más, porque sé que ese horror podría afectar a mi nieto. ¿Fabián lo sabe?
Ernesto: Por supuesto, pero no le importa. Dice que el periodismo lo apasiona. Le creo, pero tengo que convencerlo de que estudie otra cosa. ¿Cómo se lo digo?
Sr. Larios: Pues así, como me lo dijiste a mí.
Ernesto: Ya lo hice. Me contestó que no tiene miedo. Según él, en el mundo debe haber alguien que registre cómo suceden las cosas y lo que dice la gente. Estoy de acuerdo, pero ¿por qué tiene que ser él, mi hijo, quien lo haga? (Se escucha más vigoroso el martilleo.) Cuando venía a buscarte oí ese ruido. ¿De dónde sale?
Sr. Larios: De la carpintería. Allí está Daniel tallando un ataúd. Es su oficio. Una vez le pregunté por qué se había dedicado a esa especialidad en vez de ponerse a construir sillas o mesas. Su respuesta fue muy simple: Porque alguien tiene que hacerlo. De otro modo, ¿se imagina cómo sería el mundo?
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