Hannia Novell
“No encuentro a mi familia, salí muy temprano y al regresar el huracán ya nos había pegado. El párroco de Antigua tampoco aparecía, las familias se separaron, los padres salieron a conseguir un poco de alimento dejando solos a esposas e hijos”. El huracán pegó en Veracruz y el agua les llegó hasta el cuello.
Como siempre, los huracanes no tienen palabra de honor. Wilma por ejemplo, que tocó costas mexicanas en octubre de 2005, dejó cicatriz a su paso por la península de Yucatán. Derrumbó no sólo casitas de palma, arrasó con los campos de siembra, afectó las actividades turísticas y económicas y, se calcula, generó pérdidas por 7.5 billones de dólares, el más costoso de nuestra historia.
Antes en 1988, para arruinar las fiestas patrias, Gilberto hizo sonar las campanas del pueblo para dar el grito adelantado abruptamente un 14 de septiembre. También en la península de Yucatán, Gilberto llegó con categoría 5. Pérdidas de otro tipo, la vida de 202 personas.
Pero lejos de recordar cuántos huracanes nos han desvestido a lo largo de la historia, nos han dejado sin nada, hay que plantearse si hemos aprendido algo.
Huracanes siempre van a existir, su comportamiento tal vez esté transformándose por el cambio climático o la urbanización de zonas antes despobladas que hace que sus efectos sean más evidentes. Pero ellos (los huracanes) siguen formados, uno tras otro.
A pesar de ser más conscientes de los peligros que representa un desastre natural como lo son los huracanes, tormentas tropicales o incluso depresiones, la gente demuestra que atiende las recomendaciones de las distintas instancias de protección civil, se vuelca a las calles, corre a los techos o albergues. Sin embargo, los daños son cada vez mayores.
Hace tan sólo unos días, el director general del Fondo de Desastres Naturales (Fonden), Rubén Hofliger Topete, pidió a las autoridades municipales, estatales y federales detener los permisos y la construcción de casas y unidades habitacionales en zonas de alto riesgo. Según el funcionario, de continuar así, no habrá recursos económicos que alcancen para atender las necesidades de las personas tras los embates de fenómenos naturales.
En lo que va de este 2010, el Fonden ha entregado 10 mil millones de pesos y está en trámite de transferir 7 mil millones más, esto sin contar aún los daños por la emergencia que apenas esta semana generó el huracán Karl a su paso por Veracruz y sus secuelas en Puebla, Hidalgo, Guerrero y el Estado de México.
La Secretaría de Hacienda y Crédito Público ha tenido que realizar en tres ocasiones una ampliación al presupuesto original del fondo, que para este año los legisladores fijaron en 6 mil 800 millones de pesos. La estimación es que la cifra final será 400% mayor a lo previsto.
En ocasiones anteriores fue con los ingresos por excedentes petroleros con lo que se rellenó el saco del Fonden, al que prestos acuden los gobernadores cada vez que se ven rebasados por una emergencia, pero esa llave se está cerrando. La recomendación del gobierno federal a estados y municipios es a contratar con sus propios seguros que cubran los eventuales daños y siniestros a la infraestructura de su entidad. Claro que la “sugerencia” no ha sido muy popular.
Eso sí, los legisladores ya prometieron que para el presupuesto del 2011 agilizarán (otra vez) las reglas de operación del Fonden y revisarán si se están asignando los recursos suficientes.
Y mientras los gobiernos hacen cuentas frente a la emergencia económica y presupuestal, los damnificados tienen que sumarle a su desgracia otro terrible fenómeno, quizá más cruel y devastador que los propios huracanes. Las aves de rapiña.
Es en estas condiciones de fragilidad cuando el animal, lo más primitivo de nuestro ser, se asoma, se afilan los colmillos. Comienzan los robos, desde los más insignificantes, a las casas inundadas que apenas quedaron en pie, hasta las grandes oportunidades de hacer campaña política con la desgracia de los demás. Y eso también es comportarse como buitre. Debería ser tan castigado el que aprovecha la ocasión para meterse a una casa y robarse un televisor, como el que pasea la ayuda, las botellitas de agua, las latas y los medicamentos en camiones rotulados con mantas del partido político al que pertenece.
Parece que el agua nos llega hasta el cuello cada temporada de huracanes; cada vez contamos a nuestros muertos con mayor indiferencia, parte de una estadística fría que arroja el temporal. Pero también cada vez más, las suaves y delicadas aves de rapiña aparecen vestidas de marea roja; total, si el agua ya nos llegó hasta el cuello.
Periodista
Como siempre, los huracanes no tienen palabra de honor. Wilma por ejemplo, que tocó costas mexicanas en octubre de 2005, dejó cicatriz a su paso por la península de Yucatán. Derrumbó no sólo casitas de palma, arrasó con los campos de siembra, afectó las actividades turísticas y económicas y, se calcula, generó pérdidas por 7.5 billones de dólares, el más costoso de nuestra historia.
Antes en 1988, para arruinar las fiestas patrias, Gilberto hizo sonar las campanas del pueblo para dar el grito adelantado abruptamente un 14 de septiembre. También en la península de Yucatán, Gilberto llegó con categoría 5. Pérdidas de otro tipo, la vida de 202 personas.
Pero lejos de recordar cuántos huracanes nos han desvestido a lo largo de la historia, nos han dejado sin nada, hay que plantearse si hemos aprendido algo.
Huracanes siempre van a existir, su comportamiento tal vez esté transformándose por el cambio climático o la urbanización de zonas antes despobladas que hace que sus efectos sean más evidentes. Pero ellos (los huracanes) siguen formados, uno tras otro.
A pesar de ser más conscientes de los peligros que representa un desastre natural como lo son los huracanes, tormentas tropicales o incluso depresiones, la gente demuestra que atiende las recomendaciones de las distintas instancias de protección civil, se vuelca a las calles, corre a los techos o albergues. Sin embargo, los daños son cada vez mayores.
Hace tan sólo unos días, el director general del Fondo de Desastres Naturales (Fonden), Rubén Hofliger Topete, pidió a las autoridades municipales, estatales y federales detener los permisos y la construcción de casas y unidades habitacionales en zonas de alto riesgo. Según el funcionario, de continuar así, no habrá recursos económicos que alcancen para atender las necesidades de las personas tras los embates de fenómenos naturales.
En lo que va de este 2010, el Fonden ha entregado 10 mil millones de pesos y está en trámite de transferir 7 mil millones más, esto sin contar aún los daños por la emergencia que apenas esta semana generó el huracán Karl a su paso por Veracruz y sus secuelas en Puebla, Hidalgo, Guerrero y el Estado de México.
La Secretaría de Hacienda y Crédito Público ha tenido que realizar en tres ocasiones una ampliación al presupuesto original del fondo, que para este año los legisladores fijaron en 6 mil 800 millones de pesos. La estimación es que la cifra final será 400% mayor a lo previsto.
En ocasiones anteriores fue con los ingresos por excedentes petroleros con lo que se rellenó el saco del Fonden, al que prestos acuden los gobernadores cada vez que se ven rebasados por una emergencia, pero esa llave se está cerrando. La recomendación del gobierno federal a estados y municipios es a contratar con sus propios seguros que cubran los eventuales daños y siniestros a la infraestructura de su entidad. Claro que la “sugerencia” no ha sido muy popular.
Eso sí, los legisladores ya prometieron que para el presupuesto del 2011 agilizarán (otra vez) las reglas de operación del Fonden y revisarán si se están asignando los recursos suficientes.
Y mientras los gobiernos hacen cuentas frente a la emergencia económica y presupuestal, los damnificados tienen que sumarle a su desgracia otro terrible fenómeno, quizá más cruel y devastador que los propios huracanes. Las aves de rapiña.
Es en estas condiciones de fragilidad cuando el animal, lo más primitivo de nuestro ser, se asoma, se afilan los colmillos. Comienzan los robos, desde los más insignificantes, a las casas inundadas que apenas quedaron en pie, hasta las grandes oportunidades de hacer campaña política con la desgracia de los demás. Y eso también es comportarse como buitre. Debería ser tan castigado el que aprovecha la ocasión para meterse a una casa y robarse un televisor, como el que pasea la ayuda, las botellitas de agua, las latas y los medicamentos en camiones rotulados con mantas del partido político al que pertenece.
Parece que el agua nos llega hasta el cuello cada temporada de huracanes; cada vez contamos a nuestros muertos con mayor indiferencia, parte de una estadística fría que arroja el temporal. Pero también cada vez más, las suaves y delicadas aves de rapiña aparecen vestidas de marea roja; total, si el agua ya nos llegó hasta el cuello.
Periodista
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