1/22/2013

¿Va en serio Peña Nieto?



José Antonio Crespo

La forma en que inició su gobierno Enrique Peña Nieto, sus propuestas de gobierno, el Pacto por México y muchas otras decisiones que ha tomado han sido interpretadas esencialmente con dos visiones distintas: A) la de quienes recelan de la sinceridad del Presidente y la autenticidad de sus compromisos, viendo en cambio actos de relumbrón que resaltan la forma sobre el fondo, meros fuegos de pirotecnia para la foto. Como ejemplos señalan el Pacto por México; tomarse en serio las reformas hubiera sido acordarlas con el partido que más coincida con ellas en lugar de comprometerse simultáneamente con PRD y PAN, lo que puede generar reformas deslavadas. Y en cuanto a la Ley de Víctimas, piensan que de manera oportunista la aceptó a sabiendas de sus deficiencias, que la hacen inoperable. Buscó irresponsablemente la felicitación que Javier Sicilia no le brindó a Calderón. Eso, para no hablar de la publicación del patrimonio del gabinete, que de nuevo queda más en el formalismo e impacto mediático que en transparentar con claridad lo que se tiene y su valor real. B) Por otro lado, hay quienes consideran que las señales que arroja el Pacto como, por ejemplo, la reforma educativa, son positivas en sí, pues reflejan la disposición de Peña a gobernar con las oposiciones (y no de manera unilateral como antaño), abrirse a propuestas y demandas de diversos grupos de la sociedad. Que se vio su voluntad de diálogo y negociación al ordenar a su bancada la aprobación de la reforma laboral pese a las adiciones que hicieron otros partidos, o admitir que los comisionados del IFAI no sean propuestos por el Ejecutivo como lo pretendía su iniciativa original. Bajo esta óptica, al aceptar Peña la Ley de Víctimas accedió a la exigencia de algunos movimientos y organizaciones vinculadas a ese sector de la sociedad que pedía su inmediata aceptación (a reserva de corregirle y enmendarle lo que haga falta), dada la desconfianza y riesgo de que quedara congelada indefinidamente.

Me parece que las cosas están en algún punto intermedio. No puede negarse que los políticos en general (no sólo los del PRI) gustan de los aplausos y reflectores y, cuando pueden, tratan de obtener popularidad y legitimidad al menor costo posible, sin confrontar abiertamente a quienes en principio afectan los cambios, lo cual a veces es posible lograr con malabarismos mediáticos. Peña no tendría que ser la excepción, por lo que surge suspicacia y la reserva a todo lo que ofrece hasta no ver resultados concretos. El PRI fue maestro del gatopardismo, y no se ve que el que ahora retorna al poder sea esencialmente distinto. Sin embargo, me parece que los personajes políticos toman sus decisiones más a partir de las circunstancias concretas que enfrentan que de las siglas bajo las que militan (y que con tanta frecuencia cambian). El propio PRI mostró en su historia posiciones distintas; no sólo fue el partido de la simulación, la corrupción y la cerrazón política, sino que a veces lo fue de la apertura real, la aceptación de sus derrotas, la cesión de controles y candados que a la postre lo llevaron a la alternancia. ¿A qué se debía dicho aperturismo? A la falta de legitimidad que por desgaste requería en ciertos momentos, y la capacidad para entenderlo así (no siempre ocurrió de esa forma). Lo visto hasta ahora en Peña refleja al menos que se percata de la mala imagen histórica heredada por el PRI hegemónico, la desconfianza que la mayoría ciudadana profesa hacia ese partido y de la necesidad de construir una nueva legitimidad. Y me parece que de hacer una lectura correcta sabrá que las formas, las fotos y la fiesta no bastarán para ello, más allá de un lapso limitado; que sólo podrá cambiar la imagen de su partido y la suya con reformas de fondo, con inclusión, negociación y diálogo genuino. No por una vocación democrática que no mostró en el Estado de México, sino por sentido de pragmatismo político, típicamente priísta, en una situación de escasa legitimidad. Paradójicamente, es esta falta de legitimidad lo que ha impulsado los cambios políticos. En contraste, el PAN, habiendo llegado con plena legitimidad democrática e innegable autoridad moral —ya perdida— no se sintió forzado a profundizar los cambios (como lo ha reconocido); en el mejor de los casos, preservó la situación, pero incluso dio pasos atrás en algunos ámbitos.

cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE

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