1/22/2013

¿Qué quieres ser de grande?


Alberto Aziz Nassif

Me llamó la atención la nota sobre un estudio entre jóvenes adolecentes de secundaria que hizo José del Tronco en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y que salió publicado en la primera plana de EL UNIVERSAL (16/I/2013). A la pregunta de “¿A quién crees que tus amigos o los jóvenes de tu edad les gustaría parecerse?”, las respuestas son: empresario 17.6%, narco 13.2%, sicario 13.1%, profesor 12.4%, policía o militar 10.7%, funcionario de gobierno 4.4%, migrante 1.4%. Si agrupamos las figuras del narco y el sicario, que se mueven en el mismo horizonte, tenemos que un 26.3% de los jóvenes de este estudio, es decir, uno de cada cuatro, tiene estas figuras como modelo y proyección. ¿Estaremos ante una de las más complejas consecuencias de la guerra contra el narco?

El estudio se realizó en un universo de ocho estados, cuatro del norte (Baja California, Chihuahua, Durango y Tamaulipas) Colima al occidente, Edomex en el centro y al sur Guerrero y Tabasco. En la mayoría de estos territorios existe una crisis de seguridad y la guerra al narco ha dejado un panorama terrible, sobre todo en el norte. ¿Qué ha pasado para que alumnos de secundaria tengan estas figuras de identificación? Quizá se comprueba que muchos jóvenes aspiran a participar de estas actividades —como narcos o sicarios— porque tal vez calculan que prefieren vivir muy bien, con dinero y poder, aunque sea por tiempo corto, a buscarse la vida mediante un trabajo precario y escaso, al cual se llega después de muchos sacrificios. Otra forma de mirar estos resultados tiene que ver con la penetración del narco en las comunidades, pueblos y rancherías, en las ciudades pequeñas, en donde está dentro de los tejidos sociales y se ha amalgamado para formar redes de confianza, apoyar a las comunidades, promover obras y redistribuir parte de las ganancias del negocio.

En la contraparte están las figuras con las que menos identificación existe, como el migrante. También resulta interesante la devaluación que se tiene de las figuras de autoridad, como la policía, el Ejército o la burocracia gubernamental. La figura de profesor tampoco parece ser aspiración importante.

Cuando ampliamos el mirador vemos que las identificaciones juveniles están enmarcadas en una trama social compleja. Como lo indica el libro de Gonzalo Saraví, Transiciones vulnerables. Juventud, desigualdad y exclusión en México (Ciesas, 2009), estos jóvenes y adolecentes no sólo tienen herencias de desigualdad, sino que en su hogar hay “una atmósfera más hostil caracterizada por la violencia, la ausencia de diálogo y una mala relación entre los miembros”. La escuela, que muchas veces no tiene sentido, genera aburrimiento y se abandona porque hay otras vías más atractivas, nos dice Saraví, como el trabajo, la maternidad o “las carreras profesionales a la sombra de la ilegalidad o plenamente delictivas”. En este conjunto de rasgos tiene sentido entender que hay amplios sectores de jóvenes y adolecentes que transitan a la vida adulta rodeados de condiciones precarias, una escuela que no les dice nada, embarazos tempranos en las mujeres y una envolvente estigmatización social. En este libro se llega a la conclusión de que parte del problema es de un Estado social incapaz de brindar protección y seguridad y un mercado que fragmenta y excluye. Así se puede mirar que la salida más fácil y, al mismo tiempo, más riesgosa puede ser la del enrolamiento en la delincuencia. Tampoco queda lejana la ilegalidad de la migración o de cierta informalidad.

Después de este panorama podemos comprender mejor el fin de este ciclo cuando vemos en dónde terminan estos adolecentes unos años después. En un estudio reciente del CIDE, coordinado por Elena Azaola y Catalina Pérez Correa, sobre los Centros Federales de Readaptación Social, se puede ver que las conductas delictivas vienen de un origen de carencias, abandono, bajo nivel escolar, consumo de alcohol y/o drogas, familiares en prisión, abuso sexual, empleo inestable y procreación temprana. La mayoría de los internos están sentenciados por delitos contra la salud, es decir, posesión, venta al menudeo o consumo de drogas. La cárcel es para los más débiles de la cadena del narco.

Ahora sí se podrá comprender de mejor forma el ciclo de vulnerabilidad juvenil. Preguntemos a esos adolescentes qué quieren ser de grandes y sabremos por qué muchos de ellos no podrán ser otra cosa que narcos o sicarios…

@AzizNassif
Investigador del CIESAS

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