8/27/2013

AICM: la hipocresía




Pedro Miguel

En el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) los viajeros procedentes de Centro y Sudamérica y el Caribe son rutinariamente sometidos a un trato discriminatorio y humillante por las autoridades aduanales y policiales con el argumento de impedir o minimizar el ingreso de drogas ilegales a territorio nacional. Es un hecho real el que la mayor parte del flujo de drogas procede de esas regiones; una parte de ellas –imposible saber con precisión qué porcentaje– ingresará, claro, por el aeropuerto capitalino; pero lo que algunos camellos de ocasión puedan transportar en su equipaje resulta irrelevante en relación con los centenares de toneladas de cocaína que transitan, año tras año, por el territorio mexicano. En todo caso, el tráfico significativo de drogas ilegales que tiene lugar en la terminal aérea no va en las maletas ni en el cuerpo de los viajeros sino en la bodega de carga de los aviones.

Cualquier persona que forme parte del personal de vuelo de las líneas aéres que conectan a México con Centro y Sudamérica y el Caribe podrá platicarles, a condición de que no revelen su nombre, las historias de paradas súbitas que tienen lugar después del aterrizaje y antes de la llegada a la terminal, durante las cuales uno o dos vehículos oficiales se acercan a la aeronave, sacan algo de ella y permiten que el avión siga su camino. Tales anécdotas podrían ser consideradas leyendas urbanas o expresión de un afán malsano de desprestigiar a las instituciones. Pero la prueba incontestable de quiénes controlan realmente el paso de la droga en el aeropuerto es que de cuando en cuando los propios policías se agarran a balazos entre ellos por el control de la plaza, como ocurrió hace poco más de un año, a la vista de todo mundo, en ese monumento a la corrupcion foxista que es la Terminal 2 (La Jornada, 26/06/2012, p. 3).

Así las cosas, parece ser que la persecución contra la generalidad de los viajeros procedentes del resto de América Latina obedece a dos razones: a) la sumisa exhibición, ante Estados Unidos, de la presunta determinación antidrogas por parte de las autoridades mexicanas , y b) la determinación de los supuestos guardianes del orden por suprimir o minimizar cualquier acto que pretenda disputarles el monopolio.

Sea por las razones que sea, las personas que vienen de cualquier punto de Latinoamérica son segregadas y tratadas en automático como sospechosas: obligadas a emprender una larga caminata que rodea el área de llegadas internacionales, condenadas a una exasperante espera del equipaje mientras éste es husmeado por alguno de los perros drogadictos de la policía o de la empresa Eulen –la misma que fue involucrada en el caso de empleados de Aeroméxico detenidos en Madrid– y sometidas a una probabilidad de revisión que es el doble o el triple que para el resto de los viajeros.

Otra molestia puesta recientemente de moda por las autoridades es la manía de obligar a los pasajeros que salen del país a llenar un formato de declaración por el que juran no llevar consigo más de 10 mil dólares, un ritual que remite, por su inutilidad, a los millones de dólares encontrados el año pasado en Nicaragua en camionetas con el logotipo de Televisa.

¿Es que realmente quieren combatir el lavado y el tráfico de dinero? Pues investiguen a Western Union a Citibank, a American Express, a HSBC o a cualquiera de los grandes corporativos financieros transnacionales que, según las autoridades gringas, incumplen regularmente con las leyes que regulan esa actividad ilícita (La Jornada, 30/06/2010, p. 25).

Para volver a la revisión antidrogas que se practica en el AICM: es discriminatoria, humillante, hipócrita y, para colmo, inservible (si es que la guerra contra las drogas fuera algo más que una simulación sangrienta), porque el grueso de los estupefacientes ilegales no llega en mochilas, maletas, maletines, bolsas pegadas al cuerpo o contenedores de látex ingeridos por un camello.

Chulada de recibimiento: el país humilla a sus visitantes –y a sus propios ciudadanos– procedentes de Centro y Sudamérica y el Caribe y se humilla al exhibir un sometimiento más allá de toda racionalidad a unas directrices antidrogas procedentes de Washington que, para colmo, son ya caducas para los intereses de los capitales decentes, los cuales no ven la hora de arrebatarle el negocio a los narcos tradicionales. Fox y Zedillo pueden contarles más cosas a este respecto.

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