9/27/2014

“La prostitución es una perfomance del sistema de género tradicional y un reaseguro de la masculinidad y feminidad hegemónicas”

 



or Beatriz Gimeno

COMUNICAR IGUALDAD- Pretendo con este texto ofrecer un punto de vista distinto de aquel en el que generalmente suele quedar fijada la cuestión de la prostitución que, en realidad, no es sino una variante de qué hacer con ella, si regularla o luchar por abolirla. Durante décadas hemos estado las feministas inmersas en esa cuestión y yo creo que ha llegado el momento de incorporar otros puntos de vista, otros ángulos de visión.

Es hora de que las feministas críticas de la institución prostitucional cambiemos completamente de paradigma argumentativo respecto a uno de los debates más antiguos, más enconados y más crispados que se vienen manteniendo dentro del feminismo y, quizá, más confusos. Nunca he podido entender cómo es posible que uno de los ejemplos más claros de mercantilización del ser humano pudiera ser defendido por personas que se dicen anticapitalistas, ni entiendo tampoco cómo es posible que uno de los negocios más lucrativos del mundo y más explotadores, uno de los que genera más dinero a las mafias, no sea ardorosamente atacado por personas que se dicen de izquierdas. También me cuesta entender cómo una institución creada por el patriarcado como uno de sus pilares, una institución que juega un papel fundamental en la construcción sexual y de género hegemónicas, en la fijeza de estas construcciones,  ha terminado siendo defendida por personas que dicen estar a favor de la deconstrucción de las mismas. A estas alturas del debate se ha instaurado un cierto estado en la opinión feminista o política en la que parece que se da por sentado que las posturas favorables a algún tipo de regulación de la prostitución son mayoritarias en los ambientes más radicales, de izquierdas, alternativos o queer. Esta postura casi acepta la prostitución como inevitable, no cuestiona la institución en sí, lo que significa, a qué intereses sirve, y se centra en los derechos de las mujeres que la ejercen, asumiendo que estos derechos sólo pueden ser defendidos desde la regulación. Su acercamiento a esta institución es ciertamente paradójico porque es apolítico, un acercamiento muy distinto al que muestran respecto de otras realidades o instituciones patriarcales.

Este lado del debate ha impuesto su visión entre la opinión pública no específicamente feminista, de manera que mucha gente no especialista suele pensar que en el otro lado del debate, en el lado de la abolición de la prostitución, están las feministas más institucionales (sinónimo de aburridas y conservadoras), así como la gente más conservadora en general. Se ha impuesto una visión que parece dictar que desde la contemporaneidad, los derechos sociales, y la radicalidad sexual, es casi inevitable defender algún tipo de regulación para la prostitución.  En mi opinión, claramente abolicionista, esa es sólo una parte de la realidad y ésta es, por el contrario, mucho más compleja en todo caso. La realidad es que están a favor de que la prostitución siga existiendo, e incluso de que se incremente,  muchos hombres,  especialmente mucho más los conservadores y antifeministas que los feministas e izquierdistas. (según todos los estudios que se han hecho sobre los clientes estos son, mayoritariamente, conservadores y antifeministas, como por otra parte era lo esperable). También estarían a favor de la existencia de esta institución, la gente religiosa que la ha aceptado siempre y que desde siempre la ha visto también como un mal menor y necesario para los hombres, siendo en cambio el feminismo el verdadero mal; por supuesto a favor estarían también quienes colaboran en que la prostitución exista y se incremente: las mafias internacionales que lo mismo se dedican a la trata de personas que al tráfico de armas…  y en general todas las personas que se mueven como peces en el agua en el heteropatriarcado capitalista del que la prostitución es una de sus patas.

gimeno1Las razones de que este debate (me refiero únicamente al debate que se da en el seno del feminismo)  se construya con presupuestos y argumentos que son lo contrario de lo que parecen y de que la gente esté también en el lado contrario de lo que en principio parecería lo esperable sería lo que habría que explicar en primer lugar. Esta no sería una explicación fácil ni cabría en el espacio de este breve escrito. Esa posible explicación está relacionada con muchas cuestiones y de maneras complejas pero aquí quiero llamar la atención sobre una circunstancia que suele pasar desapercibida en el debate  pero que creo que contribuye a construir las posiciones del mismo. Cuando hablamos de prostitución es curioso hasta qué punto olvidamos que estamos hablando de sexo, de sexo masculino. Estamos hablando no sólo de una institución en la que entran las mujeres por las razones que sean, que ese es otro debate, sino de una determinada manera de actuar sexualmente por parte de los hombres, de roles sexuales y de género, de construcción sexuales etc.

Que estemos hablando de sexo es una de las razones de que hoy día puedan existir feministas que parecen apoyar la prostitución o, al menos, no cuestionarla. En esta cultura, y como ya demostró Foucault, todo lo que tiene que ver con el sexo se reviste automáticamente de “transgresión” y es esta categoría la que llama a que alrededor de la defensa de la prostitución se congreguen personas que deberían estar en contra. Esta cultura no niega el sexo, sino que, al contrario, lo multiplica para utilizarlo como gran mecanismo de alienación, control y normalización social y esta cultura patriarcal, la prostitución es una herramienta privilegiada para disciplinar el comportamiento sexual masculino dentro de los parámetros del heteropatriarcado.

 Y sí,  para que este mecanismo disciplinador funcione es necesario esconder su verdadera intención bajo los ropajes de lo transgresor, que es la manera de que sea asumido socialmente e incluso celebrado, sobre todo entre la gente joven. Creo que la excepcionalidad con que se recubre todo lo que tiene que ver con el sexo es la razón principal de que en la defensa de la prostitución se junten muy extraños compañerxs de cama. Pero esa no es la única razón. En mi opinión el feminismo abolicionista lleva demasiado tiempo sin cambiar su discurso, ofreciendo argumentos antiguos y que se han quedado fuera de su tiempo; a veces, es cierto que este feminismo parece también poco empático hacia las mujeres que se dedican a la prostitución

En el feminismo abolicionista hay muchos argumentos pero es verdad que su discurso central se ha quedado anticuado mientras que a su alrededor todo cambiaba. Es necesario incorporar la teoría queer, por ejemplo, así como las críticas del feminismo postcolonial a los argumentos abolicionistas; es necesario hablar más de sexo y también de consumo y de capitalismoEs necesario deconstruir los argumentos regulacionistas más utilizados: por ejemplo aquellos que ven en la prostitución un ejercicio de libertad sexual. Porque para empezar, la prostitución no es sexo sino, si acaso, sexo masculino. Las mismas mujeres que se dedican a la prostitución ponen especial empeño en delimitar su propia vida sexual de su trabajo prostitucional. Hoy no hay sexo sin placer o sin búsqueda del placer y sólo desde la fantasmagoría masculina más rancia pueden los clientes creer que ellas lo hacen por placer. Claro que ellos necesitan creer que ellas lo hacen por placer, por el placer que ellos les proporcionan, naturalmente, ya que si la prostitución sirve para algo hoy día, cuando es fácil conseguir sexo no comercial, es para resguardar un ámbito en el que los hombres más incapaces de incorporar la igualdad a sus masculinidades puedan aun (re)construirlas o fortalecerlas. La prostitución permite a algunos hombres disponer de un espacio en el que poder seguir ejerciendo una masculinidad hegemónica que el feminismo ha puesto en cuestión.

Lo que si hace la prostitución es poner en juego el cuerpo, especialmente el de las mujeres, pero no sólo. En primer lugar podría decir que quienes luchamos por salvaguardar el máximo espacio posible al mercado y por rescatar espacios ya conquistados por éste, deberíamos luchar por defender el cuerpo y sus metáforas y sus símbolos- de la voracidad mercantil. Pero, además, en tanto que cuerpo femenino y sexo masculino, la prostitución resulta perfecta en su función normalizadora y controladora. Porque si de sexo se tratara, una sociedad podría promocionar, por ejemplo, la masturbación no como sustituto de nada, sino como sexo en sí mismo, sexo en ausencia de pareja o, simplemente, sexo rápido y funcional. Pero naturalmente es el sexo heterosexual el único que puede asumir esa función de normalización social que no puede tener ninguna otra práctica sexual. La prostitución, en realidad, es una especie de performance del género, como dije antes. Es un trabajo físico y emocional que está basado en una ideología y que en su práctica requiere de determinados rituales en los que se pone el cuerpo en acción para  enfatizar el binarismo sexual y de género y todo lo que conlleva: complementariedad, es decir, heterosexualidad; para fijar las diferencias sexuales y remarcar la jerarquía. Porque el género no es sólo –o no fundamentalmente-lo que somos (sin binarismo sexual el género no existe) sino, fundamentalmente,  lo que hacemos.

El uso de la prostitución es el “hacer” sexual por excelencia en tanto que supone  practicar el ritual que marca y fija la diferencia sexual, tanto emocional, como física, social o económicamente.  Mediante los actos performativos que se ponen en marcha cuando un cliente acude a una prostituta, este cliente puede (re)construir el sexo y el género tradicionales y así liberarse de la angustia que les produce a muchos hombres las exigencias del feminismo. En el acto prostitucional,  ambos, él y ella, teatralizan las relaciones entre los sexos y los géneros, pero lo hacen de una determinada manera, no de cualquier manera; lo hacen a la manera tradicional hegemónica en la representación de ese sistema de dos géneros, dos sexos, y de una sexualidad masculina “hidráulica”, esa que construye la sexualidad masculina como una especie de fuerza de la naturaleza, que necesita descargar, que considera esa descarga, por ser natural, como un derecho de los hombres, y por tanto una obligación de las mujeres satisfacerla.

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Recordemos por último en este brevísimo análisis que la prostitución es casi la única institución de las destinadas a reforzar la dicotomía sexual que no es reversible, eso indica su centralidad en el mantenimiento de dicha dicotomía. Es imposible poner a los hombres en la misma situación de las mujeres que se encuentran en prostitución. Hay hombres que se dedican a la prostitución sí, pero su performance, aun siendo putos, no se sale un milímetro del guión tradicional de género. Para que hombres y mujeres ocuparan posiciones similares en la prostitución ellos tendrían que ser vendidos por los traficantes, encerrados sin poder salir, obligados a venderse desnudos en las esquinas de las calles. Las clientas deberían poder sodomizarles con dildos u obligarles a prácticas no tradicionales, ellas podrían no pagarles, golpearles, violarles. Si los hombres ocuparan en la prostitución la misma posición que las  mujeres  ellos serían las víctimas en caso de que hubiera violencia y no al revés, donde siempre lo son ellas, ya sean clientas o prostitutas. Es decir, ocupen el lugar que ocupen el hombre  y la mujer en la transacción, la prostitución es una perfomance del sistema de género tradicional y un reaseguro de la masculinidad y feminidad hegemónicas.

Esta institución enseña a los más jóvenes a ser “hombres de verdad, es decir, hombres capaces de cosificar a las mujeres, hombres capaces de separar práctica sexual de cualquier sentimiento de empatía hacia la pareja sexual convertida en un objeto y cuyos sentimientos, en esta transacción no es que no importen, es que están de más. Pero al mismo tiempo, la prostitución también enseña a las mujeres un lugar que siempre pueden ocupar. Si lo necesitan, si no tienen nada mejor, la sociedad está estructurada para que hombres y mujeres crean que tienen “necesidades” sexuales distintas, para que ellas aprendan que su lugar es el de objeto y ellos que el suyo es el de sujeto; para que ellos aprendan que su pene es el que determina lo que es sexo y lo que no, y que es importante puesto que hay miles, millones de mujeres dispuestas a satisfacer sus supuestas necesidades. Ellos son sujetos sexual y por tanto social. Ellas son objeto sexual y también social. Por eso la prostitución tiene consecuencias en las vidas de las mujeres que se dedican a ella, pero tiene consecuencias en las vidas de todas las mujeres como género, y también en la vida de los hombres, ya que es ahí donde aprenden la masculinidad dominante.

Finalmente, me gustaría añadir que esto no prefigura la opción legal que se tome respecto a las mujeres que trabajan en prostitución. Como institución, ninguna feminista puede defenderla, pero todas tenemos la obligación de sentirnos solidarias con las mujeres que hacen de ella una forma de vida. De ahí la enorme complejidad del tema para las feministas y una de las razones de que el debate lleve tantos años abierto.

A partir del 20 de octubre, Beatriz Gimeno dictará el curso virtual “La prostitución – Un debate inacabado” en la plataforma educativa de la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad. Más información sobre el curso aquí. Contacto: capacitacion@comunicarigualdad.com.ar

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