2/19/2015

A sus órdenes mi gerente

Gerardo Fernández Casanova (especial para ARGENPRESS.info)


Mediante brillantes movimientos tácticos, el aprendiz de brujo que habita en Los Pinos intenta salir del encierro a que lo han reducido sus oponentes y que lo han traído de jaque en jaque; sus caballos, el de tierra y el de mar, se acompasaron con los alfiles, del comercio y de la industria, para cerrar el paso a la inusitada pretensión de entrar a las caballerizas.  ¡No lo vamos a permitir! -clamó el ínclito alfil del comercio- con lujo de exhibición para congraciar al abrumado rey, quien ya tiene congelada a su dama que se ahogó al pretender la defensa de una casilla blanca. Por el lado opositor se han registrado éxitos de la peonada, pero no se observa que haya una estrategia ganadora, si acaso con la esperanza de coronar una reina por algún descuido de la defensa. La partida está pasmada y se desenvuelve con extrema lentitud, cercana al aburrimiento, con riesgo de quedar tablas.

Ironía aparte, la verdad es que del lado del régimen se acusa el golpe de la pérdida de autoridad y se aplica, incluso de manera errónea, a recuperarla. Desde diciembre, el dueño de Bimbo se lanzó al ruedo clamando por brindar todo el apoyo empresarial al presidente en su “peor momento”, no sin pasar la factura al calce para merecer mayores prebendas y privilegios. También salieron a la arena los jefes del ejército y de la armada, denunciando a los que pretenden aprovecharse del dolor de los padres de los estudiantes desaparecidos para llevar agua a su molino desestabilizador; o sea: los militares inmiscuidos en el ejercicio de la política. Ahora juntos, empresarios y milicos, insisten en su intervención; esta vez con el presidente de los comerciantes que, con voz engolada, advierte que no van a permitir el allanamiento de los cuarteles por los civiles en busca de la huella de sus desaparecidos. ¡A sus órdenes, mi gerente! Es una mala táctica, pero táctica al fin.

Del lado de la sociedad en protesta se mantiene la movilización, pero no se le ve una inteligencia más allá de la protesta. Se reúnen y se convocan los movimientos de agraviados, hacen declaraciones y se juran amor eterno, pero se quedan en las mentadas y los lamentos. Exigen soluciones dirigidas a “quien corresponda” en espera de alguna respuesta; reclaman la renuncia de Peña Nieto como el que, para no mancharse las manos, pide al agresor que se suicide. No hay quien trace una hoja de ruta. Con envidia observo a la derecha, principalmente a la latinoamericana, cuyas movilizaciones muestran una orquestación muy pensada, tal que hacen que una minoría aparezca como si fuera el pueblo entero el que exige la renuncia de Maduro o de Cristina o de Correa. Allá hay la mano que mece la cuna, domiciliada en la famosa embajada yanqui (esa que todos sufrimos, a excepción de los propios yanquis). A nosotros no nos queda ni el recuerdo de la otra embajada, la soviética de la guerra fría. Pareciera que quedamos huérfanos y sin liderazgos, pero además empeñados en rechazar cualquier indicio de liderazgo, demócratas puristas como somos. ¡Cuidadito con que alguien destaque como posible cabeza! Así está en chino que podamos avanzar. Seguiremos rumiando odios y afanes reivindicatorios. Los agravios, por su parte, seguirán por la libre sin quien les haga la parada.

Es indudable que López Obrador carga con un pesado costal de errores; casi treinta años de actuación en la escena política acumulan las fallas y diluyen los éxitos. La prensa saca a colación frecuente la toma de los pozos de Pemex en Tabasco, como tilde en su currículum, sin hablar de las causas de su movilización, como si los campesinos tabasqueños tuvieran que quedarse callados ante los atropellos cometidos por la paraestatal contra ellos. Otros errores se inventan y también los hay reales. La única manera de no cometer errores es la inacción y AMLO es hiperactivo; seguramente se le seguirán acumulando cargas en su historia, para alimentar la lupa de sus críticos. Pero nadie ha podido tocar la esencia de su liderazgo: la honestidad y el apego estricto a principios. De sus detractores de la derecha sólo puede esperarse mayor enjundia difamatoria. ¿No sería la hora para que quienes aspiramos a la transformación decidamos, de una vez por todas, confirmarle la confianza en su liderazgo?

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