Cristina Pacheco
La Jornada
El rostro deforme de un
androide crece, invade la pantalla, abre las fauces y gruñe al tiempo
que suena el timbre de la puerta. Águeda se sobresalta. Contrariada por
la interrupción, va hacia el interfono y pregunta quién llama:
–Soy yo, Rebeca. Se me olvidaron las llaves.
Águeda se aproxima a la puerta, descorre los pasadores de seguridad y
abre: –Pensé que regresarías más tarde cargada de paquetes, pero veo
que no compraste nada. ¿Tan mal está la barata?
–No sé. Sólo fui al departamento de cosméticos. –Rebeca arroja su
bolsa en el sillón, toma asiento, se descalza y se frota los pies.
–¿Qué estás viendo en la tele? No me lo digas. Imagino que una película de monstruos. Te fascinan, ¿verdad?
–Desde chica. Será porque mi abuela siempre nos contaba historias de espantos. –Águeda se acerca al televisor.
–No lo apagues: sigue viendo tu película.
–Ya terminó. La historia era malona, pero los efectos y los
maquillajes eran fabulosos: se veían completamente naturales. Voy a la
cocina para hacerme un café. ¿Quieres uno?
II
Rebeca pone la taza en la mesa camilla, se recuesta en el
sillón y mira al techo: –Interpretar papeles de monstruo podría ser un
buen trabajo para mí, y sin necesidad de maquillaje. –Se incorpora y
enciende rápido una lámpara:
–Águeda: ¿cómo me veo?
–Como siempre. ¿Por qué?
–Acércate y dime la verdad. ¿Qué opinas de mis ojos?
–Son muy bellos. Todo el mundo te lo dice.
–¡Mientes! Los tengo papujitos.
–¡Qué palabra! ¿Dónde la oíste?
–En el departamento de cosméticos. –Rebeca finge una voz aguda: –
Linda, ¿me permite una opinión? Como sus ojos ya están muy papujitos, le recomiendo sombras mate. Las nacaradas que quiere van a subrayar más la inflamación de sus párpados. ¿Usa crema de noche? ¡Qué bien! ¿Y la de día? ¿No? Pues por eso está papujadita.
–Oye, Rebeca, ¿quién te dijo esas babosadas?
–La dependienta que me atendió. Era muy profesional y amable, pero hizo que me sintiera como un monstruo.
–¿Sólo porque te habló de tus párpados?
–Eso no fue todo. Cuando supo que no uso bloqueador me dio una
cátedra acerca de los pésimos efectos del sol y la contaminación en
pieles maduras. –Rebeca frunce la nariz y vuelve a fingir la voz:
“–Además de mancharse, en cierto momento la epidermis comienza a perder
brillo y densidad. Sus capas se aflojan, se van desgarrando como una
cortina que alguien araña y se cuelgan.”
–¡Genial! ¿Qué quiso decir con eso?
–Pues que además de papujita estoy fláccida, pellejuda... Sentí como
si ya estuviera pisándome los cachetes. No quería que nadie me viera y
por eso volví tan pronto a la casa.
–Francamente ya no deberías ser tan ingenua. ¿No entiendes que la
dependienta sólo pensaba en venderte sus cremas? Además, los párpados
hinchados no tienen nada de malo. Piensa en Charlotte Ramplin. Por
cierto, te pareces un poco a ella.
Rebeca extrae de su bolsa una polvera y se mira en el espejo: –Sí,
cómo no, somos idénticas. –Arroja la polvera: –Estoy viejísima,
horrible.
–Casi somos de la misma edad. Si tú estás horrible, yo también.
–Águeda se sienta en el sillón muy cerca de su amiga: –Mírame. Dime si
tengo los ojos papujitos.
Rebeca retrocede un poco y observa a su amiga unos segundos: –No.
Bueno, no mucho; pero en el izquierdo como que la bolsita se nota más.
–Hablas como tu dependienta.
–¡Óyeme, no! Me preguntaste y te contesté.
–Síguele: ¿tengo manchas? No tomes en cuenta la del cuello: es un
lunar que heredé de mi madre. Fíjate sólo en la cara y dime. –Águeda
contiene la respiración mientras espera la respuesta.
–Aquí hay muy poca luz y no puedo verte bien. –Rebeca se acerca más:
–La nariz y los pómulos están bastante manchaditos. Lo bueno es que no
te preocupas y aceptas que a cierta edad...
–Ya me lo dijiste, lo memoricé: los ojos se papujan, la piel se desgarra, salen manchas.
–¿Cómo le haces para aceptarlo todo con naturalidad? Yo no puedo, y
menos desde que la dependienta me explicó los cambios. –Rebeca se
interrumpe al ver que su amiga se levanta: –¿A dónde vas?
–A mi cuarto, a vestirme. Hoy cierran a las nueve. Todavía podemos
llegar al centro comercial. Quiero posponer el desastre: compraré
algunas cremas. –Se detiene en la puerta: –Por cierto, no creo que
sirvieras para hacer papeles de monstruo; en cambio, podrías ser una
magnífica vendedora. Llama al sitio. Ve pidiendo el taxi.
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