Miguel Lorente Acosta
Si una máquina es capaz de aprender de sí misma a través de lo que se conoce como “machine learning”, imaginen lo que puede llegar a aprender un machista de otro con ese pensamiento rígido e irreflexivo que el machismo impone como cultura e identidad.
El machismo es algo parecido a “HAL 9000”, el ordenador de la nave Discovery de “2001: Odisea en el espacio”, y poco a poco ha tomado el mando de la realidad, no desde el azar, sino desde la conciencia de poder para imponer sus directrices.
El machismo, como sistema cultural, está construido sobre el conocimiento
nacido de la integración de aquellos elementos elegidos para crear el
universo de las relaciones, y las identidades que deben llevarlas a cabo
bajo una serie de referencias, roles y funciones que permitan dar
sentido, consolidar y hacer crecer a dicha construcción de la
normalidad. No es un diseño en su origen, sino la traducción práctica de
los elementos necesarios para mantener el control inmediato, y a partir de ese conocimiento y toma de conciencia desarrollar los instrumentos para garantizar y facilitar el poder a partir de los valores, ideas, creencias, mitos… que definen la normalidad.
Para conseguirlo cuenta con dos referencias básicas que se retroalimentan y potencian entre sí. Por un lado la individual,
definida por la identidad de las personas de esa cultura,
originariamente centrada en la dualidad hombre-mujer, y por tanto
desarrollada sobre lo que se entiende que es “ser hombre” y ser
reconocido como tal, y la manera de “ser mujer” y de ser reconocida
como tal . Y por otro la social, es decir, la
estructuración de las relaciones en sociedad, sus instituciones, los
valores que acompañan y que son defendidos desde ellas, las ideas
consideradas superiores, la religión tomada como propia… así como
aquellos elementos funcionales que facilitan la integración consciente e
inconsciente dentro de la convivencia, como son los mitos, los
estereotipos, las costumbres, la tradición…
Todo este sistema hace que tanto a nivel individual como en el plano
social, el conocimiento que se adquiere venga caracterizado por lo que la cultura exige para que la persona sea parte de la misma, y, en consecuencia, ser reconocida por ella.
Por eso el machismo es cultura, no conducta, porque no necesita expresarse para ser, puesto que lo que lo define no es la acción sino los argumentos, las circunstancias, las razones… para la acción, así como las referencias compartidas por esa sociedad para darle significado a esa acción,
sea individual o grupal. Un ejemplo cercano lo tenemos en la violencia
de género, la cual, a pesar de los 600.000 casos que se producen en
España cada año y de los 60 homicidios de media, queda minimizada ante
el debate sobre las “denuncias falsas” y la propuesta de derogar las
medidas específicas para actuar frente a ella, como plantea desde la política la ultraderecha con el silencio participativo de la derecha.
El continuo aprendizaje del machismo a través del “machis learning” cultural, le permite adaptarse a las nuevas realidades sin
renunciar a las referencias que sitúan el poder en los hombres y sobre
lo masculino, y no cambiar nada de aquello que logra dar significado a
la realidad escondiendo el machismo original, al tiempo que destaca las
circunstancias particulares de cada caso como algo ajeno al modelo
cultural.
Se trata de un aprendizaje doble porque, por un lado, se manda el contenido de lo que se debe aprender,
y por otro, la expresión de dicho contenido por parte de cada persona,
especialmente en los hombres como guardianes y galanes del sistema, se controla por el resto de las personas del entorno.
Esta dinámica permite establecer un mayor o menor grado de
reconocimiento o crítica, y de ese modo acceder más o menos a los
privilegios y premios que establece el sistema para sus “buenos
alumnos”.
Pero también es un aprendizaje dirigido, puesto que sólo se aprende en la dirección que lleva a reforzar la “con-ciencia” machista.
Por esa razón, a pesar de la crítica social hacia el maltrato y su
violencia, y las consecuencias negativas que sobre los autores se ven en
los medios de comunicación, la programación del “machis learning”es
tan poderosa con su lenguaje de “ceros”, “unos” y “otros” que no sólo
lleva a repetir conductas similares (agresiones, homicidios,
violaciones…), sino que facilita que el aprendizaje llegue a imitar algunos de los hechos conocidos previamente,
como se ve en algunos homicidios por violencia de género, o como se
comprueba con el modelo de violación en grupo “popularizado” por los
agresores de “la manada”, ante la justificación y la negación de una
parte significativa de la sociedad.
El “machis learning” quiere devolver el mando al machismo. Hoy, en 2019, la odisea no está en el espacio, sino en la Tierra;
y el destino que quiere evitar la nave del tiempo manipulada por los
machistas es la Igualdad, pero no lo van a conseguir. Y para ello no
sólo debemos programar un nuevo lenguaje, también hay que desprogramar el “HAL 9000” del “machis learning”a través de la educación y la concienciación crítica.
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