Sergio E. González Gálvez*
México, con el
apoyo del Grulac, grupo que reúne a todos los países de América Latina y
el Caribe, miembros de la ONU, será candidato a incorporarse al Consejo
de Seguridad de dicha organización mundial a partir de 2021, por un
periodo de dos años, en lo que será la quinta ocasión que ocupemos esa
posición, siempre liderados en él por distinguidos representantes, como
Francisco Castillo Nájera, Luis Padilla Nervo, Porfirio Muñoz Ledo,
Claude Heller y Adolfo Aguilar Zínser; además de que hemos tenido otras
oportunidades de entrar a ese órgano que hemos dejado pasar, a la luz de
una vieja disputa doctrinaria entre algunos –repito– algunos destacados
miembros de nuestro cuerpo diplomático de carrera que en una ocasión
incluso tuvo que ser resuelto por el propio presidente de la República,
en ese caso el doctor Ernesto Zedillo.
La discrepancia de posiciones era entre los que a la luz de nuestra
tradicional política exterior pensábamos que podíamos contribuir en
forma significativa siendo miembros del Consejo de Seguridad de la ONU
al mantenimiento de la paz y la seguridad internacional y otros –una
minoría– que estimaban que servir en el Consejo de Seguridad,
significaría constantes enfrentamientos con algunos de los miembros
permanentes de dicho órgano, principalmente con Estados Unidos, lo cual
le parecía a ese grupo suficiente razón para no incorporarnos al citado
consejo, actitud absurda en un mundo cada día más interdependiente donde
todos debemos compartir responsabilidades para mantener un orden con
justicia y donde ningún país puede tener el monopolio del poder para
determinar el acontecer mundial.
Desde los famosos comentarios de México a las propuestas de Dumbarton
Oaks, donde prácticamente se diseñó la Carta de la ONU, México sostuvo
que en la obligación de contribuir al mantenimiento de la paz mundial
con propuestas específicas, la responsabilidad en la organización por
crearse, la deberían compartir tanto el Consejo de Seguridad como la
Asamblea General, sin dejar de reconocer la responsabilidad prioritaria
del primero de sus órganos en esa importante tarea y de ahí surge
nuestro apoyo a uno de los mecanismos más efectivos para evitar los
efectos paralizantes del veto o regla de la unanimidad, condición
establecida como requisito para aprobar resoluciones en el Consejo de
Seguridad y que implica contar con todos los votos de los miembros
permanentes de ese órgano (Estados Unidos, Rusia, República Popular de
China, Francia y Gran Bretaña e Irlanda del Norte), me refiero a la
Resolución
Unión Pro Pazadoptada en 1950 durante el inicio de la guerra en la península coreana, según la cual, si el consejo no podía, por cualquier razón, en ese caso la ausencia intencional del representante ruso en ese órgano, adoptar una resolución frente a un conflicto, la Asamblea General incorporaba en su agenda el tema y adoptaba una resolución que podría ser para actuar y tratar de frenar el conflicto en cuestión, criterio que es teóricamente debatible o recomendar al Consejo de Seguridad alguna forma de solución, tesis ésta que creo México debe promover en su actuación futura en la ONU, destacando que lo fundamental es evitar que la organización mundial, como ha acontecido en multitud de casos, sea irrelevante e inefectiva frente a un conflicto armado.
Tampoco debemos olvidar en nuestra actuación que México propuso desde
1945 incluso antes de que entrara en vigor la Carta de la ONU, que si
bien entendíamos y aceptábamos la llamada Regla de la Unanimidad o
Derecho de Veto de los miembros permanentes del consejo por considerar
que la paz dependía de la unidad de las potencias, esto estaba
condicionado a que
cuando alguno de sus miembros sea acusado de intervenciones o actos de agresión o sea parte de una controversia internacional, aunque sea miembro permanente, no se computará su voto para asegurar la llamada Regla de la Unanimidad, tesis que quizá deberíamos revivir.
Por último, estimamos que nuestra actuación en el Consejo de
Seguridad en esta nueva oportunidad que se nos ofrece, deberá demostrar y
reafirmar nuestra independencia política y capacidad para contribuir a
la paz mundial, sin ceder a presiones de ninguna especie, lo cual
requiere gran capacidad de negociación que estimo tenemos claramente
ahora en nuestra representación en la ONU.
*Embajador emérito de México Escribe a título personal
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