Luis Linares Zapata
La Jornada
Regreso, de manera
reiterativa, a presentar un alegato –el anverso– a la andanada, del
sistema establecido, en contra de cualquier iniciativa presidencial. Es,
huelga decirlo, un empuje que mucho tiene de compulsivo, del inmenso
aparato que aún domina el ambiente publico del país. Tal esfuerzo se
atisba incansable, ramificado e intenso. No hay paso presidencial que no
detone una desmedida y hasta arbitraria respuesta del viejo orden.
Orden que todavía mantiene, bajo su férula, toda una inmensa gama de
resortes de ataque y defensa, para mantener la hegemonía de la que ha
gozado y desusado. Es por eso que la virulencia de sus retobos son, cada
vez más, incisivos y notables. Aunque de manera irónica se hacen,
también, más evidentes las limitantes a su interior. Sobresalen, sin que
pueda evitarlo, las ineficaces intentonas por detener o tamizar el
cambio que se les impone como necesario.
Es imprescindible alertar a la ciudadanía de lo disruptivo que pueden
ser los mensajes lanzados por distintas voces pero con uniforme
concierto en sus intenciones. Alerta conveniente debido a la muy amplia
repercusión entre ciertas audiencias. En especial aquellas susceptibles a
recibir tales influjos, ya sea por confluencia de clase o por su fácil
acceso al conjunto de beneficios especiales que se presienten en riesgo.
No pueden aceptarse y, menos aún, dejar pasar, las tentativas de
adherirle al Presidente, el disolvente motejo de tirano. No se atreven,
todavía y de manera directa, a predicarle tan nociva descripción –al
menos no por ahora– porque saben de su clara impertinencia. Pero,
andando el intenso reflujo de crítica y francos ataques, habrá tiempo
suficiente para precisar, en la mente colectiva, dicha acusación. La
táctica descrita, con sus escalones bien estudiados y multiplicidad de
voces y perentorios tiempos, los que preceden a la posterior solicitud
de destitución. Se pretende, de esta consabida manera, formar una masa
crítica suficiente para avanzar sobre la exigencia de retornar a los
moldeables y conocidos gobiernos del pasado. La ya bien aprehendida
historia de los llamados golpes suaves de hoy en día.
Es casi un imposible solicitar, a la crítica sistémica, que desande
su presente trayectoria de choque frontal y reiterativo contra la marcha
emprendida por la nueva administración del país. Las ideas políticas
centrales, que motivan la acción transformadora emprendida, se han
publicado paso a paso sin ningún titubeo que las mediatice. Es, por este
forcejeo que resalta la imposibilidad de moderación de uno u otra
tendencias en juego. Puedo, a guisa de ejemplo y para atemperar el feroz
enjuiciamiento hacia el gobierno, ejemplificar con el talante
respetuoso del Presidente, en el caso de la Comisión Reguladora de
Energía (CRE) de la cual soy comisionado junto con otras cuatro
personas. En las reuniones sostenidas en Palacio Nacional, AMLO ha
solicitado que, las autoridades de los entes regulados (Pemex, Cenace,
Cenegas y CFE) respeten la independencia y autonomía de esta dependencia
del Ejecutivo federal. No hay tal actitud de repudio o molestia hacia
los organismos creados para moderar la interacción público-privada. No
hay, en efecto, la tan propalada contrariedad del Ejecutivo federal
contra organismos diseñados para matizar o, incluso, controlar las
pulsiones hegemónicas, tanto del sector privado como del público. Lo que
se puede observar, a las claras, es el cotidiano esfuerzo para mantener
y hasta reducir las tendencias expansivas de las burocracias a crecer,
ya sea inventando funciones o adhiriendo estructuras. El caso del
Coneval ha sido, en este respecto correctivo, paradigmático en cuanto a
la centralidad que ha jugado en la crítica. La figura de su director ha
sido elevada al rango de estrella, rayana en lo indispensable, del
análisis y la evaluación. Y tal vez pudiera serlo. Pero no por ello debe
obligar a que su permanencia sea indefinida ni, tampoco, a propiciar un
enfrentamiento con el Ejecutivo federal. Aceptar las políticas de
austeridad significa sólo eso y no el ejemplo de ambiciones ocultas por
desarmar los procesos y los organismos evaluatorios sobre programas
sociales, tan caros al nuevo orden en marcha.
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