Reacciones encontradas provoca la candidatura que México
presentó el mes pasado ante la ONU para integrarse como miembro no
permanente del Consejo de Seguridad para el bienio 2021-2022. Algunos
actores de la diplomacia mexicana e internacional consideran que se abre
otro frente para que el gobierno de Estados Unidos, aun si no se
reelige Donald Trump, presione al país con otros temas a fin de
conseguir su apoyo en la instancia internacional. Sin embargo, Juan
Ramón de la Fuente, representante de México ante las Naciones Unidas,
considera que el riesgo de esas presiones existe de todas formas, y que
integrarse al consejo le da al país un mayor margen de maniobra y la
posibilidad de ganar aliados.
NUEVA YORK (Proceso).- Con el respaldo unánime de los países de
América Latina y el Caribe, México presentó en junio pasado su
candidatura para convertirse en miembro no permanente del Consejo de
Seguridad de la ONU para el bienio 2021-2022.
Algunos expertos consideran que ahí México correrá el riesgo de ser
humillado diplomática y políticamente por el gobierno de Estados Unidos,
que encontrará en la participación de su vecino en el máximo foro de la
diplomacia internacional una oportunidad más para amagar y chantajear a
los mexicanos.
Otros, como el actual embajador de México ante la ONU, Juan Ramón de
la Fuente, opinan que el Consejo de Seguridad ofrecerá al gobierno más
opciones diplomáticas para lidiar con su vecino del norte, lo que le
daría a la administración de Andrés Manuel López Obrador un mayor margen
de negociación.
Los riesgos que corre México tienen antecedentes cercanos. En mayo
pasado el presidente estadunidense Donald Trump doblegó al país tras la
amenaza de imponer aranceles de 5% a los productos que exporta a Estados
Unidos. La condición para evitarlo fue que el gobierno mexicano tomara
medidas inmediatas para reducir la migración de Centroamérica.
En respuesta, López Obrador desplegó a la Guardia Nacional en la
frontera sur, lo que en efecto redujo el flujo migratorio, según las
propias autoridades de Estados Unidos. Para el presidente de la Cámara
de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, la decisión mexicana equivalió a una
“pérdida de soberanía”.
Pese a la aquiescencia de México, el gobierno de Trump impuso
aranceles de 74% a algunos productos de acero mexicano, así como uno de
17.5% al jitomate.
En el Consejo de Seguridad, compuesto por cinco miembros permanentes
(Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido) y 10 electos con
participación de dos años, se abordan sólo asuntos que amenazan la paz y
la seguridad internacionales. Los temas de otra índole, así como los
bilaterales, están fuera de la competencia de este órgano.
Sin embargo, si Estados Unidos necesitara un voto para aprobar una
resolución a fin de impulsar sus intereses estratégicos recurriría a
medidas de presión que podrían incluir amenazas de imposición de tarifas
comerciales. Para ser aprobadas, las resoluciones en el Consejo de
Seguridad requieren de al menos nueve votos y de ningún veto de las
cinco potencias.
“No es difícil imaginar que, si Trump sigue siendo presidente,
Estados Unidos pudiera amenazar con imponer sanciones comerciales a
México por desacuerdos diplomáticos en el Consejo”, señala en entrevista
con Proceso Richard Gowan, uno de los principales expertos
internacionales sobre la ONU y director del centro de pensamiento
International Crisis Group.
Ese escenario de alto riesgo depende de la reelección de Trump en
2020. No obstante, existen riesgos incluso si Trump no resulta reelecto y
un demócrata toma las riendas de Estados Unidos, debido a los muchos
temas de la agenda bilateral que podrían contaminar negociaciones en el
Consejo de Seguridad.
Uno de esos temas es el Tratado Comercial México, Estados Unidos y
Canadá (T-MEC) que, de acuerdo con analistas estadunidenses, tiene
escasas posibilidades de ser aprobado antes de la elección presidencial
en Estados Unidos.
La aprobación en el Congreso estadunidense del T-MEC, que México
renegoció con el gobierno de Trump, puede ser utilizada por un posible
gobierno demócrata para presionar al gobierno mexicano en el Consejo de
Seguridad.
Jorge Castañeda, quien era canciller de México cuando el país
participó en el Consejo de Seguridad en 2002-2003, dice en entrevista
que, si bien el T-MEC por definición no podría abordarse como uno de los
temas del Consejo, “siempre hay un riesgo de que estos asuntos se
contaminen”.
Además, ya hay antecedentes. México ha sido miembro electo del
Consejo de Seguridad en cuatro ocasiones, pero retiró su candidatura
para el bienio 1992-1993 debido a su temor de confrontar a Estados
Unidos mientras se negociaba el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN).
El entonces presidente Carlos Salinas evitó que México participara en
esa instancia de las Naciones Unidas, lo mismo que su sucesor, Ernesto
Zedillo. “Tanto Salinas como Zedillo tuvieron miedo; digámoslo en buen
castellano”, señala Castañeda.
El temor lo causaban las posibles represalias de Estados Unidos en
caso de que México asumiera posiciones contrarias a sus intereses
estratégicos en el Consejo de Seguridad. El otro riesgo es que México
fuera obligado a capitular y a violar sus principios de política
internacional.
Esto sucedió cuando el gobierno de López Obrador decidió defender el
sector exportador de México de los aranceles que pudiera imponer Estados
Unidos, en detrimento de los principios nacionales respecto al libre
tránsito de migrantes en territorio mexicano.
Sacha Llorenti, quien representó a Bolivia en la instancia de la ONU
en 2017-2018, dice que “México es un país cuyo peso específico es mucho
mayor al de Bolivia, pero nosotros tenemos la gran ventaja de que en el
seno del Consejo de Seguridad nuestros intereses coincidían con nuestros
principios”.
En entrevista con Proceso, Llorenti, quien destacó en el consejo por
sus severas críticas a la política exterior de Estados Unidos, comenta
que no todos los países se pueden dar el lujo de contar con principios e
intereses alineados: “He visto muchos colegas que votan en el consejo
en contra de sus principios nacionales a cambio de defender sus
intereses o incluso los intereses de otros Estados”.
El riesgo y las ventajas
Pese a los riesgos, durante su presencia en el Consejo de Seguridad
en 2002-2003 México logró oponerse a que Estados Unidos presentara una
resolución que hubiera permitido una ofensiva internacional contra Irak
bajo la excusa de que el régimen de Saddam Hussein poseía armas
nucleares.
Como consecuencia, la invasión de Estados Unidos y sus aliados a Irak
constituyó una violación al derecho internacional, según el entonces
secretario general de la ONU, Kofi Annan.
La coyuntura actual permite vislumbrar un escenario similar en
relación con la supuesta intención de Irán de desarrollar armas
nucleares.
“Es una de las coyunturas posibles que México tendría que tratar, y
cuando llegue el momento el gobierno mexicano deberá juzgar la situación
sobre los méritos intrínsecos del tema, no en abstracto. Esto no se
resuelve con principios sino con hechos”, afirma Castañeda.
El otro gran tema que podría causar una fricción entre México y
Estados Unidos es el de la crisis venezolana. La última representante
permanente de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, intentó el año
pasado introducir el tema en la agenda del consejo con la excusa de que
la masiva migración desde Venezuela era una amenaza para la estabilidad
internacional.
Tanto Rusia como China, respaldados por naciones como Bolivia, se negaron a que se admitiera el tema en el Consejo de Seguridad.
El representante del país ante la ONU, Juan Ramón de la Fuente,
argumenta: “Entiendo que habrá quienes piensen que no es una buena idea
que México esté en el Consejo de Seguridad. Es un debate interno desde
hace muchos años… Los riesgos siempre van a existir, aunque no estemos
en el Consejo de Seguridad. Lo vemos todos los días con Estados Unidos,
cuyo gobierno nos acaba de imponer aranceles para el aluminio y el
jitomate”.
A decir del exrector de la UNAM y exsecretario de Salud, los posibles
desacuerdos con Estados Unidos se incrementarían si México evitara
participar en el consejo, pues desde su punto de vista formar parte de
este órgano “aumenta la posibilidad de maniobra de México, ante un
riesgo que ahí va a estar y con el que tenemos que lidiar de la mejor
manera posible. El consejo nos da más opciones, lo que es bueno para
México”.
La participación de México en el Consejo de Seguridad ha sido
cuestionada por cancilleres mexicanos. En el libro México en el Consejo
de Seguridad. La historia tras bambalinas (Debate, 2012), coordinado por
Roberto Dondisch, se cita a Luis Padilla Nervo, quien en 1946 fue el
primer representante del país en esa instancia de la ONU. Este
diplomático opinaba que México tenía mucho que perder y poco que aportar
en ese organismo.
A su vez Manuel Tello Macías, titular de la Secretaría de Relaciones
Exteriores durante el gobierno de Carlos Salinas, escribió: “No existe
evidencia sólida de que nuestra participación en el consejo haya ayudado
a lograr objetivos de política exterior o se haya reforzado de alguna
manera el interés nacional” (Olga Pellicer, comp., Las Naciones Unidas
Hoy: Visión de México, SER-FCE, 1994).
Esas posiciones, cautelosas hacia el ámbito multilateral, son más
cercanas a la actitud mostrada por el presidente López Obrador respecto
del papel de México en el mundo. López Obrador ha manifestado su
decisión de no salir del país durante el primer año de su gobierno y
faltó en junio a la reunión anual del G-20.
Pese a la posición de López Obrador, México confirmó su candidatura
al consejo para 2021-2022, que fue producto de un acuerdo en el Grupo de
Países de América Latina y el Caribe (Grulac) durante el gobierno de
Felipe Calderón, el cual permite a las naciones latinoamericanas y
caribeñas presentar sus candidaturas sin oposición regional.
De la Fuente niega que exista contradicción entre las prioridades
eminentemente domésticas de López Obrador y la inclusión de México en la
instancia de las Naciones Unidas: “Si vemos los principios de la
política exterior de México, no hay contradicción con nuestra actuación
en el consejo”.
Claude Heller, quien fuera representante permanente ante la ONU
durante la más reciente participación de México en el consejo
(2009-2010), indica en entrevista que estos foros reducen los riesgos
para el gobierno mexicano al aumentar el número de pistas en que la
diplomacia puede actuar. El Consejo de Seguridad ofrece además la
posibilidad de encontrar nuevos aliados.
“Nunca he creído en que la política del avestruz resuelva la política
internacional. Esos asuntos siempre generan riesgos, así como ventajas y
desventajas. México es un país lo suficientemente maduro para asumir
esos riesgos”, dice Heller.
Crisis del multilateralismo
Las amenazas bilaterales para México suceden en una coyuntura
especialmente delicada, pues el andamiaje internacional creado después
de la Segunda Guerra Mundial se encuentra más débil que nunca y ya no
resulta tan clara la hegemonía absoluta de Estados Unidos.
“Para nadie es un secreto que el multilateralismo está en una
gravísima crisis. La carta de la ONU (el documento rector de este
organismo) no podría ser aprobada hoy. No existiría consenso”, opina
Llorenti.
El diplomático boliviano señala como principal responsable de esta
crisis a Estados Unidos, que se ha alejado de los instrumentos de
mediación internacional y recurre cada vez más a los actos unilaterales.
A su vez, el experto del International Crisis Group, Gowan, considera
que “el mayor peligro en el futuro es la más amplia desintegración de
la cooperación internacional, no sólo en la ONU sino en la Organización
Mundial de Comercio y en los acuerdos bilaterales de armas, por
ejemplo”.
El ejemplo más flagrante de esta disposición estadunidense a vulnerar
la arquitectura multilateral fue su decisión de abandonar el acuerdo
para detener el desarrollo de armas nucleares en Irán, firmado por las
cinco potencias del Consejo de Seguridad más la Unión Europea.
El propio consejo sufre una parálisis que data de 2011, cuando se
aprobó la resolución que abrió la puerta a la intervención militar
internacional en Libia, lo cual provocó un cambio de régimen del que ese
país no ha logrado recuperarse.
Para evitar un caso similar, tanto Rusia como China –ésta en menor
medida– han vetado todas las resoluciones que pudieran permitir una
intervención militar en Siria, un país que suma ocho años de una guerra
civil con más de medio millón de víctimas mortales.
En medio de ese contexto crítico, la diplomacia mexicana tiene
perspectivas de adquirir mayor importancia, en especial si genera los
contrapesos suficientes con las democracias liberales de Europa, según
expertos como Gowan.
México fue uno de los 12 países invitados a formar parte de la
Alianza para el Multilateralismo, anunciada en abril pasado en Nueva
York por los cancilleres de Francia y Alemania, y que será presentada
oficialmente en septiembre próximo.
“Mi impresión es que la actitud de la comunidad diplomática en
general es muy positiva hacia México, que ha demostrado ser un jugador
muy efectivo en algunos temas de la ONU, como en el Pacto Mundial para
la Migración”, apunta Gowan.
Esa capacidad diplomática podría ser relevante, en especial cuando el
Reino Unido, seguramente ya al margen de la Unión Europea en 2021,
pudiera acercarse a las posiciones unilaterales de Estados Unidos.
“Confiamos en el liderazgo mexicano para que contribuya a los
principios y propósitos de la ONU. Lo trágico de este momento es que
parece heroico defender las normas del derecho internacional cuando eso
debería ser la expectativa mínima”, dice Llorenti.
Por lo menos México podría abonar a temas concretos. Durante su más
reciente actuación en el consejo, Heller introdujo el tema de la guerra
civil en Sri Lanka, organizó un diálogo entre Corea del Sur y Corea del
Norte e impulsó una histórica resolución sobre los niños en los
conflictos armados.
“Si uno tiene claridad en los referentes jurídicos, políticos y
éticos del trabajo que ha desempeñado México en el consejo, no creo que
haya muchas sorpresas en 2021-2022, lo cual no quiere decir que no
sortearemos circunstancias muy complejas”, enfatiza De la Fuente.
Este reportaje se publicó el 21 de julio de 2019 en la edición 2229 de la revista Proceso
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