Víctor M. Toledo*
La Jornada
La despiadada
explotación que por todo el mundo realiza una minoría de minorías sobre
el trabajo humano y sobre los procesos de la naturaleza, especialmente
en las porciones marginadas, da lugar a territorios donde la vida de la
gente transita en entornos infrahumanos. Son estos espacios verdaderos
infiernos ambientales.
En México, tres décadas de neoliberalismo no sólo dejaron una estela
de marginación y pobreza, sino que el contubernio entre el Estado y el
capital, combinada con la corrupción, dio lugar al relajamiento, el
abandono y el desdén en las políticas dedicadas al cuidado del hábitat.
Las leyes ambientales fueron pasadas por alto, los funcionarios
encargados de aplicarlas se corrompieron, y las empresas y corporativos,
incapaces de autolimitarse, ampliaron su voracidad, su ambición y sus
ganancias. Esta combinación perversa de factores engendró territorios
donde las poblaciones explotadas sufrieron además un dramático deterioro
de sus condiciones más elementales de existencia.
En estos infiernos los ciudadanos no sólo soportan salarios de
miseria y limitadas condiciones laborales; su supervivencia se encuentra
permanentemente amenazada por un entorno hostil. El resultado: seres
enfrentando aires tóxicos, aguas contaminadas y productos insanos del
suelo.
De los innumerables infiernos ambientales que el país padece destacan
cinco: el corredor urbano industrial de Minatitlán y Coatzacoalcos,
afectados por la extracción de petróleo y gas; la porción norte de
Guanajuato, donde la sobrexplotación de los acuíferos para una
agricultura de exportación basada en agroquímicos y en la explotación de
los jornaleros agrícolas ha dejado a decenas de comunidades bebiendo y
usando un agua contaminada; el cinturón del río Lerma, convertido en una
cloaca por centenas de industrias desde su nacimiento hasta su fin en
el Lago de Chapala; la franja del río Atoyac en su porción de Puebla y
Tlaxcala, y, finalmente, la región de Tula en Hidalgo.
Sirvan los escenarios de esta última para ilustrar al lector. Los
habitantes de la región de Tula, que incluye los municipios de
Tepetitlán, Tizayuca, Atitalaquia, Atotonilco, Tula y otros, con una
población de cerca de 150 mil personas, soportan los efectos combinados
de la refinería de Pemex, ocho plantas cementeras, tres plantas
productoras de cal, una fábrica de agroquímicos, un parque industrial y
las aguas tóxicas de la presa Endhó, la cual recibe las descargas de
aguas residuales provenientes de la Ciudad de México y de varios
corredores industriales. En conjunto esta región padece contaminación
del agua por residuos de todo tipo, mercurio, arsénico, plomo, bario y
fenoles; contaminación del aire por partículas, ozono y dióxido de
azufre, y contaminación de las aguas que se utilizan en los valles
agrícolas de la zona, además de la mezcla del drenaje pluvial con aguas
negras. A ello se agregan la incineración indebida de residuos de las
cementeras y explosiones frecuentes de la planta de agroquímicos. El
resultado es un estado de emergencia sanitario y ambiental, que se
expresa en altos índices de enfermedades. Los cuerpos intoxicados,
riñones, vías respiratorias, estómagos, pieles, son la demostración de
este drama. Igualmente lo son las batallas y resistencias de una docena
de colectivos y organizaciones que por años han levantado sus voces para
exigir justicia ambiental, sin ser atendidos.
En suma, la etapa neoliberal no sólo dejó a la mitad de los mexicanos
en pobreza, chatarras tecnológicas, decenas de hospitales y clínicas a
medio construir, escuelas abandonadas, millones de jóvenes sin estudio
ni trabajo, inseguridad e impunidad. También generó y multiplicó
infiernos ambientales. Todo ello mientras corporaciones y empresarios se
hinchaban de riquezas y aumentaban de manera obscena sus ganancias. Hoy
es deber moral del gobierno de la Cuarta Transformación atender,
solucionar y reconvertir esas zonas en estado de emergencia, cumplir la
demanda constitucional que establece el derecho de todos los mexicanos a
un ambiente sano, y organizar a las instituciones para participar en el
rescate. Antes de que el colapso nos alcance.
* Secretario de Semarnat.
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