“En vez de tener que pagar por su alojamiento recibirían apoyo gubernamental. Tendrían derecho a vigilancia continua mediante cámaras de video, por lo que después de una caída o una emergencia de inmediato recibirían la asistencia necesaria. Sus camas se asearían dos veces a la semana y la ropa sería lavada y planchada con regularidad.
“Un guardia los vería cada 20 minutos. Cuando no pudieran desplazarse les llevarían sus alimentos a la habitación. Tendrían un lugar especial para recibir a sus familiares, biblioteca, sala de juegos, terapia física y apoyo espiritual, así como acceso a la piscina e incluso aprendizaje de un oficio.
“También serían dotados de piyamas, zapatos, pantuflas, asistencia jurídica gratuita, habitación compartida, pero limpia, electricidad sin interrupciones, patio para ejercitarse y un organismo jurídico dedicado enteramente a su defensa (una especie de comisión nacional de derechos de los adultos mayores). Cada anciano tendría computadora, televisión, radio y llamadas ilimitadas por sus celulares. Derecho a una junta directiva que periódicamente escuche sus quejas, mientras los guardias observan un rígido código de conducta que deben respetar.
Por su parte, los presos tendrían platos fríos, permanecerían solos y sin vigilancia, recibirían malos tratos y humillaciones, las luces se apagarían a las ocho de la noche, habría pocos medicamentos, y si se llegaran a hacer en la cama que Dios los ampare. Se les permitiría un baño a la semana y vivirían en una pequeña habitación por la que pagarían mil 500 euros al mes sin esperanza de salir con vida. De esta forma habría una justicia menos absurda para unos y otros
, concluye la propuesta.
Entre broma y veras debe reflexionarse no sólo sobre finanzas, cambio climático y sistemas carcelarios, sino además sobre la exigua protección que reciben los viejos en el mundo y si les espera alguna.
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