1/31/2011

¿Cárcel a los viejos?

Aprender a Morir


Hernán González G.

Leí un correo electrónico proveniente de algún país europeo –no de Latinoamérica, donde entre cárceles y asilos no hay para dónde hacerse dadas las terribles condiciones de unas y otros– que propone lo siguiente: “Colocar a los ancianos en las cárceles y confinar a los delincuentes en los asilos. Así, nuestros viejos tendrían acceso a una ducha todos los días, a descanso periódico, medicamentos, exámenes médicos y dentales regulares, y contarían con sillas de ruedas, andaderas, muletas, etcétera.

“En vez de tener que pagar por su alojamiento recibirían apoyo gubernamental. Tendrían derecho a vigilancia continua mediante cámaras de video, por lo que después de una caída o una emergencia de inmediato recibirían la asistencia necesaria. Sus camas se asearían dos veces a la semana y la ropa sería lavada y planchada con regularidad.

“Un guardia los vería cada 20 minutos. Cuando no pudieran desplazarse les llevarían sus alimentos a la habitación. Tendrían un lugar especial para recibir a sus familiares, biblioteca, sala de juegos, terapia física y apoyo espiritual, así como acceso a la piscina e incluso aprendizaje de un oficio.

“También serían dotados de piyamas, zapatos, pantuflas, asistencia jurídica gratuita, habitación compartida, pero limpia, electricidad sin interrupciones, patio para ejercitarse y un organismo jurídico dedicado enteramente a su defensa (una especie de comisión nacional de derechos de los adultos mayores). Cada anciano tendría computadora, televisión, radio y llamadas ilimitadas por sus celulares. Derecho a una junta directiva que periódicamente escuche sus quejas, mientras los guardias observan un rígido código de conducta que deben respetar.

Por su parte, los presos tendrían platos fríos, permanecerían solos y sin vigilancia, recibirían malos tratos y humillaciones, las luces se apagarían a las ocho de la noche, habría pocos medicamentos, y si se llegaran a hacer en la cama que Dios los ampare. Se les permitiría un baño a la semana y vivirían en una pequeña habitación por la que pagarían mil 500 euros al mes sin esperanza de salir con vida. De esta forma habría una justicia menos absurda para unos y otros, concluye la propuesta.

Entre broma y veras debe reflexionarse no sólo sobre finanzas, cambio climático y sistemas carcelarios, sino además sobre la exigua protección que reciben los viejos en el mundo y si les espera alguna.

aprenderamor@hotmail.com

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