2/02/2019

La irrupción del libro electrónico (1ª parte)


María Teresa Priego

Adriana Bernal y la editorial Etalcontenidos. 

Hace años escuché a la escritora Adriana Bernal en la presentación de un libro de la Editorial Cal y Arena en donde se ocupaba de Relaciones Públicas y Difusión. Me marcó su pasión por los libros. Como un imán. Después nos encontramos en un mitin feminista y terminamos conversando de uno de sus motores fundamentales de vida: leer, escribir, compartir las lecturas. Intentar imaginar maneras en las que los círculos de lectores se amplíen, bajando –no sabíamos entonces de qué misteriosa manera– el costo de los libros. Su sueño algún día era crear una editorial. Pensábamos en los libros a como existen y a como los amamos: en papel.
Hace casi un año (se fundó en marzo), Etalcontenidos emergió con fuerza como una editorial de libros electrónicos. Adriana sigue amando los libros y cantidad de personas ya hemos entendido que no siempre llegan a nuestras manos en papel, pero que no por ello pierden el alma. Y es un hecho: el costo baja de manera estruendosa. Un primer catálogo de siete ejemplares incluía un gran libro de Lucía Melgar y Gabriela Mora (coordinadoras): Elena Garro: lectura múltiple de una personalidad compleja, marcó la entrada de Etal al tianguis de los bebedores de palabras.
Ensayo, crónica, poesía, relato. La mayor parte de la obra escrita por mujeres, una forma de activismo generosa y eficaz. No es que una no quiera leer –también– escritores, es que es todo un placer y todo un aprendizaje leernos las unas a las otras. ¿Por qué la lectura? ¿por qué la escritura? ¿qué es un libro electrónico? ¿qué tanto leemos en México?
“Repensemos el “leer poco”. ¿Qué es lo que se lee poco? ¿Cuánto es poco? Sí, leemos como país, en promedio, mucho menos libros de ficción y no ficción, que en otros países de América Latina y España. Las estadísticas desde hace poco más de una década, según la Encuesta Nacional de Lectura y algunas otras mediciones, lo que nos dicen es que quienes más leen son las mujeres y que son también ellas, las que promueven la lectura entre sus grupos cercanos.
Como país, en promedio no leemos tan poco. Leemos poco por placer, leemos poquísima literatura y casi nada de ensayo, se lee mucho para la formación profesional y se consumen “otras narrativas” vinculadas a las profesiones específicas. Las personas leen de “sus temas” pero no se adentran en ficciones. Se escribe mucho más de lo que se lee. Un joven estudiante de medicina lee muchísimos libros al mes, pero “no le alcanza el tiempo, ni la vida” para leer ficción literaria o ensayos relacionados con la medicina o alguna novela con un personaje vinculado a la medicina dentro de una historia fascinante. Paradójicamente, sí tendrá “tiempo” para ver alguna serie televisiva cuya trama se desarrolle en un hospital o el protagonista sea un doctor (si es psicópata, mejor). El acto de leer es una de las “subjetividades” si puede considerarse como tal, más interesantes de la humanidad.

¿Cuál es la diferencia entre un libro digital y uno electrónico?

Que un libro “se digitalice” implica que no se pensó de origen para ser leído en una pantalla. Un librodigital” se “escaneó” desde el papel y se pasó a un archivo con posibilidad de leerse en los dispositivos. Lo cual, benefició a los lectores ávidos, digamos a partir de los 90 (y los sigue beneficiando) a acceder a libros agotados, descatalogados o imposibles de conseguir. Era y ha sido una forma de compartir conocimiento.
El libro electrónico, conocido como epub o ebook, es un libro pensado desde su concepción editorial, para ser leído en los dispositivos. Implica determinado diseño y programación. El proceso editorial es exactamente el mismo que el de un libro en papel con la salvedad que, en su fase final de producción, en lugar de “mandar el archivo final a la imprenta”, “mandas el libro final al conversor…” y los procesos que harías con el impresor, en la fase de impresión, los haces ahora con el conversor. Como producto final, el libro impreso lo envías a distribución a la librería, el ebook lo envías a una plataforma digital, que no es sino otra librería, pero virtual.

¿Los libros digitales facilitan el acceso a la lectura?

Que hoy día podamos acceder a enorme cantidad de títulos con sólo teclear éste en un buscador -“googleándolo”- nos permite acercarnos mucho más fácil a los libros, a las y los autores, y a los temas que nos importan. Sin embargo, facilitar el acceso a la lectura, no va de la mano, desgraciadamente, con el interés por la lectura, el encuentro o el intercambio de ideas a partir de la ficción o no ficción literaria y periodística. En México en particular, desde la industria, continuamente hablamos (y se generan desde diversas instancias) de Programas de Fomento a la Lectura pero dejamos de lado la diversidad (y densidad) poblacional, los altos índices de analfabetismo, la precaria situación tanto económica como de educación de nuestra sociedad.
“Leemos lo que el mercado nos impone” es una frase tan manida como real y a la cual a mí siempre me gusta agregar (no con poca malicia) “perdón, mucha gente leemos/lee lo que podemos/puede pagar…”  y entonces, parece una continua contrariedad: ¿qué leemos? ¿a quién sí, a quién no? Entonces vuelve a generarse el círculo entre educación, poder adquisitivo, intereses, inquietudes, costo del libro (porque en cuanto a libros, se ha posicionado el costo del libro sobre el valor del libro, que ni es lo mismo ni es igual). Aunado a que, dentro de la industria editorial, como parte de otro círculo mayor llamado Industria cultural, se ha desarrollado cada vez con mayor intensidad lo que es la mercadotecnia del libro. El mercado te impone a las/los autores que “tienes” que leer. Las editoriales “posicionan o entierran” plumas, las áreas de RP “te hacen famoso” y te forman, pega un autor y te entregarán más autores iguales, que te venderán historias parecidas.
La oferta crece y crece en las redes. Miles, millones de autoras y autores tienen historias que contar, miles, millones de ellos, encontrarán el mismo lector, decenas de ellos o millares que se identifiquen con ellos, pero millones que no. Existen miles, millones de historias que, aun existiendo, no existen, porque nadie las ha leído aún. La esperanza del autor es que, algún día, esa, su historia, su versión de esa historia, sea leída. El trabajo del editor, de una editorial es justo ése, abrir una ventana a la posibilidad de la lectura. El mundo digital lo facilita, pero no lo garantiza.

¿Qué significa para ti la lectura? En los orígenes, ¿cómo te tropezaste con los libros?

El acto de leer, de acercarme a la lectura y su significado en mí, ha ido transformándose con los años. En la infancia la lectura fue una salvadora. El vehículo ideal para la evasión de una realidad que no me gustaba pero que no podía cambiar. Leer era irse con ese otro que me ofreciera un mundo alterno, otra historia y otros finales posibles. Me preguntaba: ¿y a estos personajes qué les irá a pasar?, ¿qué posibilidades tienen? Me importaba muchísimo cómo “iba a acabar”, si “había un final”. Me tardé en darme cuenta de que no sólo disfrutaba las historias, sino que generaba, en mi cabeza, alternativas y que, en consecuencia, pensaba. Primero fueron los cuentos de hadas, luego los cuentos infantiles, luego “libros más serios”. En los ochentas no existía el auge que hay ahora de la literatura infantil y juvenil.
Me acuerdo, con nostalgia y placer (y es un libro imposible de conseguir, mira que lo he intentando, incluso en digital o electrónico) que, mientras mi tía Josefina me regaló un Día de Reyes Un ratón fugitivo llamado Ralph (Planeta, pasta dura) y yo lo leía por las noches (lo devoré en unas cuantas, y volvía, y volvía a él), mi tía Rosa María me leía, a la hora de la cena, un capítulo diario de Quo Vadis (una edición en formato pequeñísimo, le cabía en la mano y muy antigua que sí conservo). Así empecé a crecer y entonces cuando me di cuenta ya había leído los libros que me daban permiso de leer como toda la saga de Mujercitas, Corazón diario de un niño, Juan Salvador Gaviota, Demian, luego empecé a tomar libros “no permitidos” de una reducida biblioteca, porque la biblioteca familiar no era ni basta ni erudita. Un día, sin saber cómo sucedió, me descubrí pidiendo que me compraran los libros que me dejaban de tarea en la escuela y yo decía que me habían dejado leer el libro completo en lugar de sólo un fragmento. Y de casa en casa (me mudé varias veces) viajé, con dos o tres playeras menos, pero siempre con mis libros. Así, he leído a lo largo de los años (ahora soy un poco más estructurada y organizada pero no tanto) de manera desordenada y “de todo”. Poco a poco aprendí a discriminar (toda discriminación implica una elección) de acuerdo con mis intereses.
Leer hoy, el acto de leer implica investigar, descubrir, entender. Leo para encontrarme con personas, pero también con mentes, con construcciones de lenguaje. Leo para fundirme en subtextos. Me fascinan los subtextos. En la lectura, encuentro o busco encontrar todo eso que dice literal y todo eso que dice, sin decirlo. Así como decía Pizarnik (pero la estoy parafraseando, no lo dice así): las palabras dicen lo que dicen y mucho más. Me interesa el mucho más, y eso creo que es lo que da la lectura.
¿Y la escritura?
Qué difícil pregunta. Si no escribo me muero, porque escribir me libera de mis propias cadenas. A lo largo de los años no he escrito para publicar sino para no morir. La relación, mientras trato de ordenarla, es compleja de narrar porque es la palabra escrita, la posibilidad de lograrlo un día más. Un día más de darme cuenta que soy y estoy. La posibilidad de ser visible y no invisible. De hacerme visible ante mí. Por muchos años he escrito en servilletas, en tickets del súper, atrás de papelitos usados, ideas, frases que muchas veces se pierden. He llevado diarios que acabo enviando a cajas, he coleccionado libretas para las historias que han de escribirse, que otras tantas veces no las utilizo porque son tan hermosas que no quiero llenarlas con tinta que creo que luego no voy a querer releer.
La escritura es esa otra palabra que sirve de contraste a la evasión; me permite tener otra existencia. Son los menos, apenas cuatro, los proyectos que sí he pensado como historias que algún día podrían ser leídas por otros, o historias que yo querría que leyeran otros. El proceso de escritura personal es conmigo, con mi propia otredad, lo que me permite la no escisión. O a lo mejor sí estoy escindida y ahí me integro. Me pierdo tanto en la escritura de los otros, en las posibilidades de las escrituras ajenas, me apasiona ir tras otras escrituras que, a veces la mía, la dejo ahí, fragmentada. La escritura, aunque parte de mí, a veces es eso, fragmentos de vida, cortitos. Tan cortitos que se hace de renglones.
Por años entrevistaste a escritoras/es, ¿por qué?
Leer y escribir con los años se hizo un hábito. Un vehículo más para el placer, más allá de pensarlo como una actividad profesional (primero pensé en ser psicóloga, después mercadóloga, y el camino de vida me llevó a ser periodista). Escribir y leer eran cada vez una acción más presente en mi vida, más allá de que trabajara en cualquier otra área. Una de esas otras áreas fue el periodismo “gastronómico” y de “negocios”, en una empresa editorial que tenía dos publicaciones de los ramos mencionados y donde, como parte de mis funciones tenía que entrevistar, igual a un, una chef, como a un empresario. Así aprendí a entrevistar. A preguntar lo que no era obvio, a ir un poco más allá de lo que normalmente preguntaban, pues la publicación para la que yo trabajaba era bimestral y si preguntaba lo que todos, perdía interés la publicación.
Gracias a un amigo de la universidad que trabajaba en el suplemento dominical “Arena” del “viejo Excélsior” tuve la oportunidad de empezar a escribir en un periódico. El editor, Miguel Barberena, me dio la oportunidad de empezar a publicar. Me puso una pila de libros enfrente y me dijo: “escoge el que quieras y tómate ¿dos semanas? Para entregarme un texto”. Tomé De un salto descabalga la reina de Carmen Boullosa (Debate, 2002) porque era una autora que me interesaba y de quien ya conocía su obra. Lo devoré y a pesar de ello, tenía miedo de escribir mi opinión. Dialogaba (y dialogo) constantemente con los libros, pero me daba miedo entregar el trabajo. Vi en el periódico que Carmen presentaría el libro en el también hoy extinto El Hábito, en Coyoacán y que presentarían la novela Jesusa Rodríguez, Liliana Felipe y la verdad que no me acuerdo si Marta Lamas o tú. Pero recuerdo que había un diván y que Lili salió al escenario, en algún momento, con senda botarga de caballo.
Salí del trabajo y con todo y mi miedo, llegué a El Hábito y no sé de dónde me salió la voz para acercarme a Carmen y solicitarle una entrevista. Me dijo: “Claro que sí, sólo espérame tantito, que me acabe de arreglar”, fue tan amable que me tranquilizó y después de unos minutos estaba sentada frente a mí con una pequeña bolsa de maquillaje. Yo confesé que era mi primera entrevista en la vida y me dijo, “¿pero sí leíste la novela?” y cuando le dije que sí, me dijo “bueno, todo va a salir bien”. Lo que aprendí, después de esa primera entrevista es que quería saber y saber más de las autoras, de los autores que me gustaban y que el vehículo para acercarme a otras escrituras, a los misterios de la narrativa, a los impulsos creadores, era una combinatoria entre la obra publicada, la experiencia de lectura y la posibilidad de salir de dudas o enriquecer lo que yo pensaba de la obra a partir de una conversación que quizá me permitiera conocer más a los personajes de ficción.
Cada encuentro con cada autora y autor me han llenado un huequito que me hace muy feliz. Y esa emoción, esos descubrimientos, esas palabras son las que me gusta transcribir y compartir con esos otros lectores, la experiencia vivida. Vivo en la creencia de que cuando una vive sus pasiones y trata de compartirlas, algo de ese compartir logra transmitirse.
Audios de casi 16 años. Hasta ahora he entrevistado a casi 50 autoras y 30 autores, a algunos varias veces, agradezco cada una de esas charlas desde muchos otros lugares, porque pude escogerlas, pude tener la oportunidad de conocer a esas plumas que quise entrevistar… ¡Uy! y 16 años después quisiera entrevistar a tantísimas autoras y autores, y entre la vida y la tan mencionada “mercadotecnia del libro” sé que no va a ser tan sencillo ni tan posible.
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