12/14/2010

Base social



Pedro Miguel

Lo que ocurre en Michoacán, señores de la oligarquía, debiera ser aterrador hasta para ustedes. No sólo por los balazos y los muertos, por la zozobra ciudadana, por las violaciones a las garantías individuales y los atropellos de la fuerza pública, por la manifiesta ruptura del estado de derecho, por el poderío que exhiben los gatilleros sino, también, porque muestra la existencia de un fenómeno que nadie quería (¿o ustedes sí?): la base social lograda por las organizaciones delictivas.

Ahora ya no tiene mucho sentido escandalizarse. Durante décadas les hemos advertido que sus formas de hacer política y su estrategia económica excluyen de la economía y de la política formales a muchas personas y eso fortalecería las actividades económicas delictivas y remplazaría la política por los balazos. Desde los tiempos inaugurales de Salinas se les dijo que no estaba bien hacer fraude para poner en la Presidencia a un ejecutor de los intereses corporativos ni negociar, a espaldas del electorado, los puestos de elección popular –acuérdense de las concertacesiones– ni repartir la propiedad pública entre un puñado de logreros ni generar riqueza selectiva a costa de hundir a la mayoría en una miseria sin esperanzas; que no era correcto el reclutamiento por medio de la corrupción, que no se debía pervertir la política social convirtiéndola en ariete electorero contra las oposiciones –acuérdense de Solidaridad– ni pregonar el triunfo personal por encima del interés colectivo –acuérdense del empléate a ti mismo–, ni destruir el tejido social del país con tal de presumir ingresos a la OCDE y demás mamarrachadas de yuppie. Y después se les señaló que no estaba bien endeudar al conjunto de la ciudadanía para salvar a unos cuantos rateros de cuello blanco –acuérdense del Fobaproa–, que era contraproducente tripular la inflación para beneficiar a unos cuantos y joder a la mayoría. Se les dijo que a fuerza de adelgazar al Estado acabarían por suprimir su presencia no sólo en los ramos económicos y en las potestades soberanas, sino también en territorios.

Se les hizo ver que los hijastros del presidente no debían adquirir propiedad pública en una parte ínfima de su valor para luego revenderla cien veces más cara, que en cualquier país era inadmisible la desaparición de 75 mil millones de dólares de los excedentes petroleros, pero que más lo era en este México hambreado y lleno de carencias; que las corporaciones de la fuerza pública deben dar ejemplo de conducta legal incluso cuando se trata de reprimir y no debían tolerar, y menos propiciar, la violación de mujeres pertenecientes a comunidades en resistencia por efectivos policiales y militares. Se les dijo, señores oligarcas y señores gobernantes y funcionarios, que era contraproducente combatir la delincuencia sólo en sus expresiones últimas, y era necesario atacar las causas: la desintegración social, la miseria, las carencias de empleo, educación y salud, la marginación social.

Pero ustedes no hicieron caso. Su soberbia y su ambición no han tenido lími-tes, y ahora hay, en Michoacán, en Ciudad Juárez, en el noreste y en otras zonas del país, un asunto aterrador: la delincuencia con respaldo social. Ese respaldo no se produce nada más porque haya malos ciudadanos, sino porque ustedes, potentados, legisladores, ministros, presidentes, gobernadores, secretarios, caciques y charros sindicales, han privado a millones de personas de todo margen para ejercer su ciudadanía, de reclamar justicia si no es por propia mano y de ganarse la vida en otro ámbito que el de la delincuencia.

Dicen que lo que ocurre en Michoacán es expresión de la pugna entre dos familias michoacanas: los Calderón –que quiere poner a la hermana en la gubernatura– y la otra. A estas alturas, eso es lo menos deprimente. Lo más grave es que la pertenencia a la criminalidad se ha convertido, lo estamos viendo, en el único camino para muchos ciudadanos y, en las reglas impuestas por ustedes y ante los poderes fácticos instaurados por ustedes (la televisión, las mafias de la comida chatarra, los banqueros, Repsol, Iberdrola...) alguna gente, poca o mucha, no ha encontrado otra forma de vivir y de sobrevivir que afiliarse a esos otros poderes fácticos más descarnados y menos hipócritas que los que cotizan en la bolsa.

Desde luego, lo que ocurre no es una buena noticia para nadie. O quién sabe: tal vez para ustedes sí, porque acaso esta catástrofe sí era lo que pretendían lograr desde un principio. Pero ahora no vayan a salir con que nadie se los dijo.

Detrás de la Noticia | Ricardo Rocha

“Michoacanazo” II: México al revés

Ahora resulta que en Apatzingán y otros lugares del estado hay marchas de apoyo a La Familia Michoacana y de repudio a las fuerzas federales destacadas ahí desde hace cuatro años.

Por supuesto que sería muy ingenuo pensar que el propio cártel no está detrás de las manifestaciones. Pero más ingenuo todavía el pretender ignorar la simpatía que despiertan unos y la animadversión que generan otros en determinadas y vastas zonas del país.

Sólo quienes jamás han estado en territorio narco pueden decir ingenuamente que los narcos son siempre rechazados. Desde luego que no es cierto. En cambio, hay regiones en el mapa donde los sicarios son respetados y bien recibidos, y sus jefes no sólo son sujetos de reverencias, sino incluso de veneración. Y no hablo únicamente del santo-narco llamado Malverde, sino de los actuales de carne y hueso. Los mismos cuyas hazañas son cantadas por los juglares gruperos en la radio, los CDs y por supuesto las bodas y los bautizos oficiados por el señor obispo y al que no faltan los notables del lugar. Lo demás es hipocresía.

Hace rato que venimos sosteniendo que para contener la amenaza social de este México nuestro de todos los días contamos con la relativa fortuna de tres bendiciones fatales: las remesas desde los Estados Unidos de tantos mexicanos que no supimos retener, el tianguis gigantesco y anárquico en que se ha convertido el comercio informal en ciudades y pueblos, y la indiscutible derrama económica que genera el crimen organizado con todo y las balas, la sangre y la muerte.
Realidades incontrovertibles que, sin embargo —sobre todo la última—, escandalizan a las buenas conciencias que, como en las familias decrépitas, piensan que se puede seguir ocultando la basura bajo la alfombra.

El fenómeno ahí está, visible para todos excepto para quienes no quieren verlo. Y las encuestas recientes lo reafirman: cada vez más mexicanos opinan que esta guerra está perdida, que la estrategia falló, que debió haberse empezado por limpiar la casa del miasma de la corrupción antes de sacar a los soldados a la calle.

Lo de las cartulinas (“La Familia es más que un estado” y “Nazario siempre vivirá en nuestro corazón”) dedicadas al cártel y a uno de sus jefes Nazario Moreno, El Chayo, es más que anécdota. No se pueden ignorar los signos, los avisos, de una población harta de sus calles y comercios cerrados y de las balas perdidas que matan jovencitas y hasta bebés de ocho meses. Tampoco frases como la de un habitante de Apatzingán: “Entre La Familia y sus desmadres y Calderón y la Policía Federal, ¡nos tienen jodidos!”.

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