4/02/2013

El mito del tigre azteca


La colosal máquina hiperbólica mexicana



Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

CIUDAD DE MÉXICO. Según rumores difundidos por doquier, desde The Economist a The New York Times, México ha pasado de ser el sangriento epicentro de la “guerra contra la droga” a ser un rugiente “tigre azteca” en solo tres meses. Después de la elección fraudulenta del verano pasado (¿no lo son todas?) que llevó al Partido Institucional Revolucionario (PRI) a recuperar la presidencia después de doce años de ausencia, el presidente Enrique Peña Nieto lo apuesta todo al cambio de la imagen de México de baño de sangre a la prosperidad.

Los medios del mundo están encantados –¿y quién no lo estaría? Aparte de ser un donjuán, Peña Nieto, acompañado por su esposa, “La Gaviota” de las telenovelas, es una colosal máquina hiperbólica. The Financial Times sugiere que Peña tiene la magia necesaria para reemplazar a Hugo Chávez como la personalidad simbólica de la región. Según FT, ante la ausencia del difunto gran personaje bolivariano, el gobierno neoliberal de Peña Nieto pondrá fuera de combate a la “izquierda latinoamericana”. Chávez es el pasado. Peña Nieto es el futuro de Latinoamérica.


Esa perspectiva, compartida por la comunidad empresarial de EE.UU., se está convirtiendo en una tendencia. Thomas Friedman en The New York Times preguntó “¿Es México The Comeback Kid?”. Solo el veterano corresponsal de Time magazine Tim Padgett se mostró más reticente y presentó razones por las cuales “el mundo debería bajar el volumen de la hipérbole” mientras The Miami Herald señaló útilmente que “todos son optimistas respecto a México excepto los mexicanos”. El respetado Latinobarómetro informa de que solo el 22% de los mexicanos cree que el país se gobierna pensando en el bien de la población. Un 66% sigue considerando que el desempeño económico del país se encuentra en algún sitio entre “regular” y “malo”.

¿Para qué entonces la hipérbole? Es un intento orquestado por el PRI, de vuelta en el poder, para cambiar la imagen de México de “zona de la guerra de la droga” (el Departamento de Estado de EE.UU. sigue aconsejando evitar todo viaje que no sea esencial a 15 Estados mexicanos) a modelo ejemplar del libre comercio. En el centro de esto se encuentra el Pacto por México, un acuerdo nacional de cinco puntos firmado por los tres principales partidos (incluido el Partido de la Revolución Democrática, PRD) y una ambiciosa agenda de reformas que incluyen leyes laborales, reforma tributaria, el sistema de educación pública, la industria de telecomunicaciones y el sector energético. Cuatro de esas leyes ya se han aprobado a una velocidad relámpago con una notable ausencia de debate político.


Los ganadores son abrumadoramente los inversores extranjeros. Peña Nieto recibe aplausos por enfrentarse finalmente a monopolios arraigados en el sector privado (telecomunicaciones) y público (petróleo y educación), una imposibilidad política en el pasado. Esto ha significado un choque con sindicatos igualmente arraigados y trágicamente corruptos. Los “dinosaurios” (el antiguo PRI) están siendo sustituidos por los neoliberales (nuevo PRI) y Peña no anda con contemplaciones.

Durante los espasmos de la agonía de su presidencia manchada de sangre, el predecesor de Peña Nieto, Felipe Calderón (ahora profesor visitante en la Escuela Kennedy de Harvard) insistió en que México acepte que es un país de clase media. Calderón se volvió cada vez más iluso a medida que avanzaba su período pero, ¿cómo podría llegar a imaginar alguien como “clase media una nación en la cual por lo menos veinte millones viven en una pobreza extrema, un 50% de la población trabaja en el sector informal y 11.000 personas mueren cada año por desnutrición”?


Reforma hasta perder los sentidos


No olvidemos cómo llegamos a esta situación. La victoria de Enrique Peña Nieto en la elección de julio de 2012 fue la tercera elección “democrática” en México desfigurada por la controversia, incluyendo las tácticas usuales de excesivos gastos en la campaña electoral, sesgo en los medios y votos comprados. A esta altura, es de rigor que los partidos mexicanos pisoteen las leyes electorales del país, estrictas pero apenas implementadas. Es una democracia al estilo estadounidense, el 1% hace inmensas inversiones y escoge al vencedor. Peña Nieto, representante del partido que gobernó México durante 71 años en el Siglo XX, fue el elegido.

La nueva pandilla llegó con toda la fuerza del caso. El día de la toma de posesión de Peña Nieto, el 1 de diciembre, las manifestaciones pacíficas del movimiento por la democracia #YoSoy132, dirigido por los estudiantes, se reprimieron de forma brutal. Pronto apareció evidencia de los “infiltrados” que organizaron disturbios en el centro de Ciudad de México en un intento de desacreditar el movimiento, una táctica comprobada para hacer frente al disenso.


Las tan cacareadas “reformas estructurales” para convertir a México en un fenómeno económico vienen ahora precipitadamente. Algunas, como la reforma del caótico sistema de educación pública del país y la eliminación de las prácticas de los monopolios privados son absolutamente necesarias, pero se están urdiendo para complacer a los oligarcas internos mientras se abre la economía mexicana a más penetración extranjera.


La reforma laboral, que fue aprobada a última hora por el gobierno de Felipe Calderón gracias a un pacto con el PRI, tiene el propósito de dar más libertad a las corporaciones extranjeras para emplear y despedir, todo a salarios bajos. Destruye efectivamente las leyes laborales de México de 1970 a fin de “competir” con China en la carrera de la explotación. El reciente crecimiento de México se ha atribuido sobre todo al retorno de las maquiladoras, ya que los salarios chinos aumentan y los de México no han variado.


La reforma fiscal tiene que ver sobre todo con el aumento del IVA de las medicinas, alimentos y otros bienes esenciales en un intento de llenar la brecha que indudablemente ocurrirá cuando la compañía petrolera nacional Petróleos Mexicanos (PEMEX), que provee más de un tercio del presupuesto federal, se privatice.


México tiene una de las tasas de ingresos por impuestos más bajas de Latinoamérica. Un 50% de la fuerza laboral trabaja en el sector informal, mientras los ricos no pagan nada, dejando que la clase media cargue a regañadientes con el peso.

La reforma de las telecomunicaciones tiene que ver con la reducción del control del hombre más rico del mundo, Carlos Slim, y de la familia Azcárraga, sobre los sectores de telecomunicaciones y televisión/radio respectivamente. Slim controla un 70% de la cobertura de los teléfonos móviles y un 80% del mercado de línea fija; Televisa, centrada en el PRI, junto a su pequeña hermana TV Azteca, tienen un 97% de la audiencia televisiva del país. Esos pesos pesados se mantuvieron inmunes a la apertura de la economía de México después del acuerdo del NAFTA; la denominada “apertura” de la industria significa que ahora simplemente competirán entre sí por los despojos.


Cae La Maestra


Los omnipotentes sindicatos vinculados al Estado sobre los que el PRI construyó su imperio político han constituido siempre un bloque en el camino del PRI o de cualquier otro partido que quiera realizar reformas en México. La lista la encabezaba Elba Esther Gordillo alias La Maestra, cuyo Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), con 1,5 millones de afiliados, es el mayor de Latinoamérica y defiende de manera ridícula prácticas como la herencia y la compra de puestos en la enseñanza.


Como resultado, el sistema de educación pública de México tiene una reputación calamitosa, incluso según estándares latinoamericanos, pero la nueva reforma es un arma de doble filo. Hecha para introducir pruebas estandarizadas y la remuneración basada en el desempeño así como para abrir el sistema a la inversión privada, la ley es poco más que un eco de la reforma educacional de EE.UU. como demuestra hábilmente la película ¡De Panzazo! –el equivalente mexicano de Waiting for Superman – hecha al estilo de un filme de propaganda corporativa.

Elba Gordillo, una verdadera caricatura de la corrupción mexicana, dirigió el SNTE durante 23 años mientras gastaba muchos millones en viajes de compras, propiedades de lujo y cirugía plástica. Durante las últimas dos décadas se puede decir que se convirtió en la mujer más poderosa del país, vendiendo su apoyo político al mejor postor cada seis años y gozando de inmunidad absoluta.


Bueno, ya no es el caso. Solo veinticuatro horas después de la aprobación de la nueva ley de educación, Gordillo fue arrestada en el aeropuerto de Toluca por –¡qué iba a ser!– enriquecimiento ilícito por un total de 202,3 millones de dólares. Todos siempre habían sabido que Gordillo era deshonesta, pero lo más importante fue que se convirtió en una espina clavada en el pie de Peña Nieta, al transferir su apoyo al Partido de Acción Nacional (PAN) en 2006 y al usar el poder del SNTE para tratar de bloquear la nueva reforma.


La caída en desgracia de La Maestra (que llega con un amplio retraso) sería obviamente aplaudida si no fuera por el grado de hipocresía que rodea el asunto. La cuestión de los 202 millones de dólares es que si el gobierno puede probar la apropiación indebida por parte de Elba Esther Gordillo, ¿por qué no puede probar la cometida por otros? Naturalmente, todo tiene que ver con las reglas del juego. Romero Deschamps, el igualmente corrupto jefe del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM), sobrevivirá porque apoya la próxima reforma energética.

La privatización de facto de PEMEX, el monopolio petrolero estatal y segunda compañía de Latinoamérica, será la más controvertida de las nuevas reformas. La compañía, que paga inmensos impuestos, simboliza la legendaria declaración de independencia económica del presidente Lázaro Cárdenas en 1938 y se ha convertido en un monumento al nacionalismo mexicano. Sin embargo, también es una bestia poco manejable atormentada por la corrupción, la falta de inversión y reservas en rápida disminución.


Una explosión del 31 de enero en la sede de PEMEX en Ciudad de México –un bloque de oficinas de 33 pisos– fue vista por algunos como una maniobra del gobierno para acelerar la privatización. Existe poca evidencia de que haya sido algo más que una fuga de gas pero por lo menos fue una metáfora espectacular de la inminente defunción de la compañía.

Esta oleada de reformas ha llevado a que gente como Thomas Friedman describa a México como una potencia en ascenso que podría competir con India y China, pero ningún porrista del gobierno de Peña Nieto puede decirnos cómo se relaciona esto con el desarrollo social y una mejor calidad de vida para las legiones de pobres del país, muchos de los cuales sufren debido al nivel sin precedentes de crimen y violencia.


Se supone que ignoremos el hecho de que los inversores extranjeros en México simplemente apuntalan a una "mafiocracia" política cuya incontrolada corrupción y vínculos con el crimen organizado son legendarios y siguen impunes. O que en muchos casos, esos inversores aprovechan esa inmunidad para comprar ilegalmente concesiones, como lo muestra el reciente escándalo de Wal-Mart.


A pocos de los que conocen la historia mexicana se les puede engañar. Por ejemplo el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que reapareció en público en diciembre, después de un largo período de silencio mediático, para enviar una serie de comunicados cáusticos y chispeantes a la nueva administración. Fueron, después de todo, el padrino político de Peña Nieto y otro discípulo del Consenso de Washington, Carlos Salinas de Gortari, el que reprimió el primer levantamiento zapatista en 1994.


En los corredores del poder, sin embargo, cuesta encontrar oposición. El derechista PAN, que no ofreció a los mexicanos ningún tipo de alternativa a la brigada Carlos Salinas/Peña Nieto durante sus doce años en el poder, fue aniquilado en las elecciones del año pasado. El Partido de la Revolución Democrática (PRD), que durante mucho tiempo fue la única esperanza de la izquierda en las elecciones, ha ido a la deriva hacia la derecha durante años, secuestrado por oportunistas que no se atreven a enfrentarse a la oligarquía. La antigua voz disidente y dos veces candidato presidencial del PRD, Andrés Manuel López Obrador (llamado AMLO), ha terminado por dejar de lado el partido y quiere formar uno nuevo.


En cuanto a la izquierda de base, está tan activa como siempre, pero hay tantas tendencias diversas que no siempre se unen, ni muestran interés por la política electoral. México sigue buscando su propio Chávez, Lula o a cualquiera que esté dispuesto a presentar una alternativa al proyecto neoliberal. Mientras tanto hay que apoyar a la mayoría de los mexicanos y no creer en la hipérbole.

Paul Imison es un periodista que vive en Ciudad de México. Su libro Blood and Betrayal: Inside the Mexican Drug Wars, será publicado en otoño próximo por CounterPunch / AK Press. Para contactos: paulimison@hotmail.com .



Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/03/29/the-myth-of-the-aztec-tiger/ 

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