4/06/2013

Ni cómplice, ni combativo



En pocos días mucho se ha escrito sobre el cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco. En los primeros minutos, una vez sabido quién había sido designado Papa de la iglesia, los titulares de las ediciones digitales de los periódicos, resaltaban dos rasgos del nuevo pontífice, el haber sido jesuita y el ser argentino. De las dos características, la más relevante para el análisis es su procedencia. El lugar en el que uno nace, que no procede de la libre elección del individuo, se convierte en este caso en trascendente por dos razones: de un lado, nos sugiere un cambio histórico en el seno de la Iglesia, pero, por otra parte, aviva la memoria histórica de un país, Argentina, que en los años de 1976 hasta 1983 sufrió la dictadura más sangrienta de su historia.
No es pues extraño que sea objeto de consideración cuál fue el papel jugado por el entonces provincial de la orden jesuita, Bergoglio, ante la “cultura de la muerte militarizada y gubernamental”, porque si bien nacer en un sitio no se elige, sí es producto de una elección ser colaborador de una dictadura o luchar contra ella.

Cabe, además, que ante el terrorismo de estado, la violación de los derechos humanos, la desaparición y muerte de miles de personas y el robo sistemático de recién nacidos, se elija la “vía táctica” que consiste en no ser ni cómplice del horror ni combativo ante el horror. Parece que este fue el camino elegido por el hoy Papa Francisco, aderezado con ciertas dosis de “amnesia” como lo muestra su declaración cuando fue requerido como testigo en la investigación por “la sustracción, retención y ocultamiento de bebes, así como la sustitución de sus identidades, ocurridas en el contexto del último gobierno militar comprendido entre los años 1976 a 1983”. Son muchas las cosas que “no recuerda” como podemos leer en el documento que han hecho público las abuelas de plaza de mayo en Internet.

Al afirmar que el Papa electo no fue ni cómplice ni combativo con la dictadura militar, no pretendo con ello juzgar su carácter moral, sino resaltar que se mantuvo alejado de cualquier preocupación política. Sin embargo, trascurridos los años y consolidada la democracia en Argentina, sí parece mostrase preocupado por la política democrática, ya que esta parece entorpecer “la nueva evangelización” de la que hablara Juan Pablo II y de la que Bergoglio se declara firme defensor. Descansa la “nueva evangelización” en dos pilares: una restrictiva moral sexual y una defensa a ultranza de la familia en su modulación católica (matrimonio de mujer-varón y ulterior procreación de los hijos e hijas que Dios guste conceder).

La democracia, al reconocer derechos sexuales y al extender derechos a determinados colectivos pone en riesgo esa “nueva evangelización”. Sería ingenuo de mi parte pretender que el hoy Papa sostuviera una postura cómplice ante los derechos sexuales de las mujeres, o el reconocimiento del matrimonio homosexual, pero qué lejos de la tibieza y la mesura están sus palabras cuando al referirse a la extensión de derechos afirma que son “la pretensión destructiva al plan de Dios”. Me conformaría, así pues, que en materia de derechos sexuales y reproductivos este Papa fuera también “ni cómplice, ni combativo”.



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