5/07/2013

PRD: 24 años




Alejandro Encinas Rodríguez

A 24 años de distancia cabe compartir algunas reflexiones en torno al partido que emergió del encuentro de los procesos de unificación de las izquierdas iniciado con la disolución del Partido Comunista Mexicano en 1981 y la mayor ruptura que haya enfrentado el régimen emergido de la Revolución Mexicana, representada por la Corriente Democrática del PRI en 1987, y que se propuso crear una nueva alternativa política para luchar por la democracia e instaurar un régimen de justicia capaz de ofrecer una patria digna para todos. Transcurrido casi un cuarto de siglo, una historia de claroscuros lo caracteriza.

El PRD se ha constituido como el partido más importante de la izquierda mexicana, logrando una presencia territorial y electoral competitiva que sólo ha podido ser contenida mediante el fraude, la compra del voto y la manipulación mediática. Ha demostrado iniciativa y capacidad de gobierno, marcando la agenda nacional e innovando políticas públicas en materia social y de infraestructura. Pero ha perdido su vocación transformadora y ha renunciado a su vida democrática.

Lo que fue el intento de construir un partido democrático, que contrastara con aquellos caracterizados por el dedazo, se convirtió en una federación de agrupamientos, cuya lealtad obedece a la corriente a la que se pertenece. La negociación de cargos y posiciones ha tolerado fraudes electorales y prácticas ilegales en su vida interna y se ha llegado al extremo de permitir que el Estado le impusiera una dirección, lo que marcó un hito entre un partido democrático y uno despótico.

A ello se suma un entorno más complejo. A diferencia de lo sucedido en las últimas tres décadas, el proceso unitario que caracterizó a la izquierda se ha colapsado. El surgimiento de Morena como partido fragmentó al Movimiento Progresista, lo que significará una disputa por los votos de la izquierda y el rediseño de las políticas de alianzas de los partidos y de su relación con el poder. Hoy presenciamos reencuentros regionales de los otrora aliados del PRI, así como el realineamiento de la oposición hacia el Ejecutivo federal, que se manifiesta, más allá del Pacto por México, en el comportamiento de la dirigencia partidaria que pretende profundizar una supuesta diferenciación ideológica.

Nadie puede estar en contra de que las fuerzas políticas suscriban un acuerdo para enfrentar las adversidades del país, pero este tipo de pactos debieran reunir al menos tres condiciones: legitimidad, consenso y certeza. Debe ser resultado del debate y el entendimiento público, no del acuerdo cupular, teniendo claridad en sus alcances y contenido, lo que evita que los firmantes se desdibujen, lo que no sucede cuando Jesús Zambrano declara, al lado del dirigente nacional del PRI, que el Pacto está vigente y no se verá afectado por “situaciones coyunturales” como las de Veracruz; o Graco Ramírez pide aplicar el mismo trato a los maestros disidentes, “narco guerrilleros” dijo, que a Elba Esther, o cuando Jesús Ortega considera que la izquierda “debe desprenderse del marxismo dogmático y del nacionalismo revolucionario”, sin percatarse que desde 1979, la izquierda asumió el paradigma de la lucha democrática.

Como señala Javier González, los grupos que hegemonizan el PRD en realidad no quieren el poder, lo que desean son sus mieles. “Algunos dirigentes han cambiado sus formas de hacer política… en lugar de luchar por cambiar radicalmente, por destruir aquella clase política caduca y corrupta, han optado por una idea más llana: formar parte de ella”. Vestirse igual, hablar igual, comer donde ellos, hasta usar las mismas marcas de zapatos. Menuda es la tarea por rescatar el proyecto que le dio origen al PRD, pese a ellos lo intentaremos.

Senador

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