Dos acontecimientos paralelos impactaron con fuerza en todos los países
del mundo al final del siglo XX: el proceso de restructuración
capitalista y el triunfo temporal de la contrarrevolución que llevó al
derrocamiento de la construcción socialista en la URSS, y en otros
países de Europa, Asia y África.
La ilusión de que era posible
un tercer camino se vino así por los suelos. Esta era cimentada por la
correlación que abría la confrontación entre el campo socialista y el
campo del imperialismo. Algunos pensadores y sus organizaciones,
así como la retórica del nacionalismo revolucionario argumentaban sobre
la originalidad del camino mexicano y su sistema de economía mixto
(intervención del estado en la economía y propiedad privada); algunos
reformistas sostenían, deformando al marxismo, que ello abría el paso
gradual y pacifico al socialismo.
Hoy esa ilusión llega a su fin,
cuando el Congreso de la Unión y el Constituyente Permanente aprueba, a
toda velocidad el fin del monopolio del Estado mexicano sobre el
petróleo y la electricidad, dando paso a la promulgación presidencial
de Peña Nieto sobre la reforma energética.
Este hecho marca la muerte
definitiva de lo que algunos llaman el nacional-desarrollismo. Su
agonía empezó con un acelerado proceso de privatizaciones a mediados de
los 80’s, que desmantelaron el sector estatal de la economía (casi el
70% de la economía entonces) transfiriéndolo en procesos irregulares y
plagados de corrupción a lo que hoy son poderosos monopolios en
diversas ramas de la economía: en la minería y metalurgia, las
telecomunicaciones, el sector financiero, la agroindustria, la
industria de la construcción y los transportes, la industria
alimenticia, etc., así como en sectores parasitarios de la economía,
como la especulación inmobiliaria, la compraventa de dólares, la
bursatilización de los fondos sociales, como las jubilaciones y
pensiones, así como el blanqueado de dinero del narco, etc.
La
primera generación de reformas dejó ya maltrecha y a la espera de la
muerte esta ilusión. La reforma al artículo 27 de la Constitución
arrebataba la tierra al campesinado y daba fin al ejido, la unidad
territorial colectiva que alimentaba esa ilusión de un capitalismo que
podía dar bienestar a los campesinos e indígenas.
El TLCAN fue la vía
para que los capitales del norte del continente se entrelazaran y la
interdependencia de la economía se maximizara. Bajo este contexto el
petróleo y la electricidad tenían encendida la llama de que México
podía seguir un tercer camino y que un sector de la burguesía podría jugar un rol en la lucha. Es una ilusión el tercer camino, como también lo es la ideología de la revolución mexicana,
porque finalmente se seguía enmarcado en el capitalismo, es decir, de
la propiedad privada de los medios de la producción y las relaciones
del mercado.
Hoy no podemos anhelar un pasado que
también fue capitalista [1]. Todos los gobiernos posteriores a la
década de 1920 representaron el desarrollo del capitalismo, hasta el
mismo Lázaro Cárdenas personaje al cual se le exalta de una manera
sobre exagerada por las decisiones emprendidas durante su mandato; lo
cual no puede ser obviado, ni defendido. Si somos consecuentes con la
cosmovisión marxista-leninista las definiciones adoptadas por el curso
del capitalismo contemporáneo son resultado de los años pasados, de las
decisiones tomadas en décadas pasadas, y en este caso, la ruta de
estatizaciones y nacionalizaciones no tenía una orientación socialista,
sino la lógica de la centralización y concentración de los capitales.
Este proceso de desarrollo capitalista fue elogiado como progresista, y
algunas fuerzas políticas trataron de justificarlo, desde el marxismo,
deformándolo abiertamente, sobre todo en lo referente al carácter del
Estado, que como sabemos fue una operación intentada por el oportunismo
de la decadente II Internacional. Aquí se llegó a colocar al Estado por
encima de la lucha de clases –como un árbitro entre éstas–, infeliz
planteamiento que subordinó la lucha proletaria durante décadas,
permitiendo que el capital actuara impunemente.
Afortunadamente
para la clase obrera esas ilusiones ya no existirán más, aunque
señalamos que fuerzas políticas reformistas seguirán aferrándose a esos
planteamientos. Actualmente esas fuerzas están cada vez más disminuidas
y en su papel testimonial sólo se dedican a lamentar, rabiar y, cual
plañideras pensar que el futuro estará en el regreso al pasado. Su
argumento es primario y tienen una lectura distinta a la que tenemos
los comunistas de la realidad del país.
En tanto los reformistas ven a
México como un país dependiente, los comunistas consideramos que México
es un país de pleno desarrollo capitalista, inserto plenamente en el
sistema imperialista, donde ocupa un lugar intermedio, con monopolios
consolidados y poderosos.
Ya no queda nada en la Constitución
que sirva como argumento para ocultar que el conflicto social es el del
capital contra el trabajo, que en el campo de batalla se dará la
confrontación entre la burguesía y el poder de los monopolios, contra
el proletariado, la clase obrera, el conjunto de los trabajadores, de
los desempleados, de todos los explotados y oprimidos; entre los de
arriba y los de abajo.
Como efecto de las reformas aprobadas
durante este año y la serie de maniobras políticas efectuadas por todos
y cada uno de los partidos políticos que gobiernan, podemos hablar
también de la muerte de la democracia burguesa, cuyos síntomas estaban
en los fraudes y en la abstención creciente. Como nunca fue claro que
el gran legislador fue el poder de los monopolios a través del Pacto
por México, suplantando sus propias instituciones parlamentarias que
fueron un simple eco, no sólo por la farsa de lo escenificado en el
Senado y la Cámara de Diputados, sino por la celeridad del
Constituyente Permanente, con el fast track.
Nuestro partido se
opuso a esta reforma, pero no lo hacíamos defendiendo PEMEX como el
modelo que nosotros consideremos ejemplar. La nacionalización no es
positiva en sí; lo que determina finalmente la nacionalización o no de
una empresa es la naturaleza de clase del Estado.
En un Estado burgués
las nacionalizaciones son funcionales al desarrollo del capitalismo. No
podemos levantar las banderas del desarrollo capitalista, ni añorar una
vía de desarrollo burgués que entró en su fase monopolista. Lo que
siempre trabajaremos entre las masas es el agrupamiento con una
dirección al derrocamiento del capitalismo, la concentración de fuerzas
contra el poder de los monopolios, deslindándonos del populismo
neokeynesiano y trabajando para la independencia de clase.
Durante años las organizaciones populares y clasistas estuvieron
entrampadas en defender una vía de desarrollo capitalista, o para ser
exactos un grado previo del desarrollo capitalista, que es colocado en
nuevo escalón hoy. Por eso la acción siempre era defensiva, de
resistencia.
Sin duda que para nuestro pueblo la vida se
pauperizará pues recursos que antes eran destinado en mínimo porcentaje
a la salud, la educación, la infraestructura y hoy serán
estrictamente para la rentabilidad de los monopolios que se
beneficiaran; habrá dificultades en la vida cotidiana, ya de por si
afectada por la crisis capitalista de sobreproducción y
sobreacumulación, y las medidas para estabilizarla adoptadas en nuestro
país con la reforma laboral. Sobre todo este último año el nivel de
vida descendió abruptamente, y en el bolsillo del trabajador y la
familia popular se resiente con brutalidad. Todos estos factores
maximizarán las contradicciones del conflicto de clase.
Estamos
frente al fin de una etapa y el comienzo de una nueva, y cualquier cosa
puede pasar, pues el desarrollo capitalista barrió sus propias bases de
sustentación y legitimidad.
La lucha no será fácil, hay muchas
complicaciones. El Estado es el instrumento del que se valen las clases
dominantes para la opresión. En su ingenuidad algunos hablan de la
extinción del Estado o de su empequeñecimiento en tanto que en los
hechos hay un fortalecimiento de éste con el refuerzo del ejército y la
policía, así como de los cuerpos jurídicos y su ampliación con los
paramilitares (una extensión del brazo represivo), en tanto que se da
constitucionalmente una reducción de las garantías individuales y de
las libertades democráticas. Tal error obedece a la premisa antes
señalada de una visión que consideraba al Estado mexicano con autonomía
de la clase dominante o de la lucha de clases.
Hace unos meses,
el Partido Comunista de México señaló que el gobierno del Pacto por
México es el gobierno del hambre y la miseria, pero que también conduce
a México a un estado de excepción.
Peña Nieto, es inculto, pero
no tonto, y en breve lapso completó lo que no pudieron Zedillo, Fox y
Calderón, pese a que lo intentaron. Ello, además de las “habilidades”
del priísmo obedece sobre todo a que los monopolios han cerrado filas
con dirección a la contención preventiva de estallidos del proletariado
o de las capas medias en proceso de proletarización.
Los
comunistas además de la organización de la clase obrera en torno a los
objetivos del socialismo-comunismo, estamos en el deber de agrupar a
todas las capas de la sociedad que son oprimidas, explotadas y
empobrecidas en una dirección anticapitalista y antimonopolista.
El Pacto por México ya cumplió, pero aún no desaparecerá y ya veremos
de nuevo al PRD sumado a la alianza gubernamental junto con el PRI y
PAN, en su destacado papel de apagafuegos, así como MORENA es la
barrera de contención y el instrumento de la desmovilización. Las
tareas más complejas del Pacto por México están en el porvenir
inmediato y tienen que ver con asegurar la estabilidad de los intereses
del capital frente a las turbulencias que desatarán la reforma laboral
y energética.
MORENA y López Obrador demostraron la inutilidad
de su táctica, y seguramente veremos su veloz adaptación a las nuevas
medidas del capitalismo, pues también su programa quedó enterrado. Sin
embargo los amplios sectores populares deben afrontar la lucha, si bien
exigen a sus dirigencias avanzar, deben tomar la decisión en sus manos
y empujar las tareas desde las posturas pusilánimes a las más firmes
acciones al lado de todos los sectores populares combativos
La
tentativa por parte de la socialdemocracia de capitalizar en su favor y
con su discurso el descontento popular, de colocarse a la cabeza de
movilizaciones en contra de la Reforma, o de juntar firmas, o de pedir
una consulta, etc., para desde ahí sembrar ilusiones de una gestión
“alternativa” del capitalismo ha cosechado más bien fracasos. Difícil
es para cualquiera tragar su discurso de oposición a la reforma
energética cuando se trata de los mismos que votaron a favor de todas
las anteriores agresiones, incluyendo la reforma laboral, o aprueban
medidas como el aumento al pasaje del metro, la criminalización y el
asedio policíaco a la protesta, el asesinato de dirigentes populares,
etc.
Ayer el PAN se desgarraba las vestiduras por la reforma fiscal
aprobada por el PRD y el PRI, después continuó votando en bloque con el
Pacto por México, hoy le toca al PRD representar ese mismo papel en la
comedia de vida parlamentaria que ha dejado el Pacto por México.
Mientras tanto la verdadera oposición se halla en las fábricas, los
campos y las calles. Los paros, huelgas y protestas contra las medidas
contempladas en la reforma laboral se suceden de manera continua aunque
no aparezcan en las primeras planas.
Un número cada vez mayor de
trabajadores, amas de casa, estudiantes, etc. busca una forma de
oponerse al ataque contra su nivel de vida y contra sus derechos
políticos. Las guardias comunitarias se enfrentan lo mismo en la
Huasteca que en Guerrero al despojo que pretenden las compañías mineras
y petroleras y se enfrentan a la barbarie paramilitar y militar.
Con cuanta actualidad la socialización de la economía y el poder obrero
y popular emergerán en los días siguientes, o para decirlo más
francamente, con cuanta actualidad se coloca en la agenda nacional la
tarea de una nueva Revolución de la que el pueblo será el protagonista.
El poder obrero y popular es hoy la alternativa y vamos a dar un acento
especial al frente ideológico para impedir que se vuelvan a sembrar
ilusiones entre los trabajadores.
[1] Desde que Venustiano Carranza y los capitalistas definieron el rumbo de la Revolución tras la liquidación de la rebelión suriana dirigida por Emiliano Zapata, si bien militarmente el curso había sido dirimido con la derrota de la División del Norte en el bajío en 1915.
Pável Blanco Cabrera. Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de México.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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