1/03/2014

¿Tù me conoces?



  Tomás Mojarro

            Pues claro que  me conoces, y durante estos día de Navidad y  fin de año me he tornado tu sangre, tu aliento, tu segunda naturaleza. Me conoces, y esto lo vengo afirmando desde hace algunos ayeres. ¿O qué, acaso no andas a estas horas, como andabas entonces, enajenado con las celebraciones  de  preposadas, posadas, Navidad y Año Nuevo? Y la Navidad la celebraste al modo de los buenos católicos: con bocanadas de alcohol. Lòbrego.

 ¿No me haz elegido como la sangre, el oxígeno y el espíritu de la navideña festividad? ¿Pues qué festividad celebra este mundo sin mi presencia? Porque claro, sí, yo soy parte de tu propio ser. Soy el licor. Tú, conmigo de cómplice, haz convertido el espíritu de la Navidad en el espíritu del vino. Del licor. De la fuente de toda humana alegría. De la raíz de todo goce mundano.

            ¿Goce? Efìmero, sin màs. Raíz  y generador de los pensamientos negros y criminales. Artífice de la pasión, el adulterio, el derramamiento de sangre. Yo, el cómplice de la muerte, con la que gobierno este mundo que gracias a mí avanza a traspiés. Yo, el licor...

            El alcohol, mis valedores. El alcoholismo. De los millones de catòlicos adictos a tal intoxicante que registra el país, ¿cuántos, por motivo de la fiesta religiosa de Navidad, se habrán retirado del licor? ¿Cuántos, con ese  pretexto y la festividad de Año Nuevo,  se habrán iniciado en la botella? Las gravísimas consecuencias del alcoholismo de sobra las conocemos: en el país existen más de 6 millones de enfermos adictos, y cada año se suman otros l.7 millones, muchos de ellos desde la adolescencia. Y es asunto de todos que el bebedor provoca maltrato infantil, accidentes de tránsito y enfermedades como la cirrosis que los abstemios conocen de oídas, y los bebedores en hígado propio. Que el alcoholismo  lleva a perder cada quincena cientos de miles de  horas-hombre y un ausentismo laboral de más del 15 por ciento. Además...  el cuento de nunca acabar. Cuento macabro.

            Yo soy el alcohol. A los bebedores los vuelvo inmorales. Soy padre de la corrupción y de la desgracia. Yo enveneno la raza, mancho los hogares, traigo el envilecimiento y la depravación, el crimen, la locura, el suicidio. ¿Me conoces?

“El alcoholismo (diagnóstico del Dr. J.M. Jellinek) es una enfermedad. Alcohólico es todo aquél que se crea problemas cuando entra en contacto con el alcohol. Un alcohólico, para serlo, no precisa de beber  a  diario, haber sufrido accidentes de tránsito, haber perdido el empleo,  haber estado en la cárcel o destruido su hogar, ni a causa de una amnesia alcohólica haber cometido un acto delictivo ni haberse muerto por una cirrosis o una intoxicación alcohólica. El alcohólico no es un vicioso, no es un degenerado, es un enfermo”. Su enfermedad es incurable, progresiva y mortal, con las  etapas sucesivas del enfermo: Pre-alcohólica (el futuro adicto comienza a beber) Prodrómica (la del malestar que se produce antes de una enfermedad) Crítica (ya en desarrollo, la enfermedad produce sus síntomas), y Crónica (el desarrollo final y más grave de la enfermedad).

Mis valedores: después de las fiestas de Navidad y Año Nuevo he recorrido calles diversas, plazas y rinconeras de mi colonia y de más allá, y el ánimo se me encoge a la vista de tantos grupillos de jóvenes y adolescentes que al amor de la botella y demàs drogas se estampan en  el quicio de una puerta, se alagartan a la sombra del arboluco o se agregan a la compañía de perracos y botes de basura orilleros del tianguis o del mercado. Y a fugarse del mundo...

(Esto sigue despuès.)

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