William Sacher y Alain Deneault*
Setenta
y cinco por ciento de las empresas mineras del mundo están registradas
en Canadá, mientras que 60 por ciento de las que emiten acciones en
bolsa se inscriben en el Toronto Stock Exchange (TSX), el cual
administra 90 por ciento de las acciones emitidas en este sector. Es
así como empresarios de todo el planeta convergen en la plataforma
bursátil de Toronto, a partir de la cual financian actividades mineras
alrededor del mundo, en particular en países del sur geopolítico. Dada
la imagen de aldea apacible y ecologista que suele tener Canadá, estos
países podrían en teoría alegrarse de la posición de líder de la
industria minera que ocupa el país de la hoja de arce. Sin embargo, una
voluminosa documentación oficial (Naciones Unidas, comisiones
parlamentarias, académicos, la prensa internacional, ONG, etcétera)
reporta casos de abusos y crímenes cometidos o apoyados por empresas
mineras canadienses en las últimas dos décadas.
En los cinco
continentes las mineras canadienses están asociadas a casos de
corrupción, evasión fiscal, contaminación masiva, ataques a la salud
pública, criminalización de la resistencia, complicidad en la violación
y asesinato de opositores a la minería, pactos con grupos
paramilitares, expropiaciones violentas, tráfico de armas, etcétera: la
lista es interminable. ¿Por qué razones Canadá es hoy el líder del
sector minero mundial, y cómo explicar que el nombre de este país de
tan buena reputación esté asociado a esta letanía de quejas? La
respuesta es que la permisividad de los reglamentos del TSX, y el apoyo
financiero, político, moral y diplomático del gobierno canadiense a las
trasnacionales mineras son únicos alrededor del mundo, y han convertido
a Canadá en un verdadero paraíso para el sector minero.
La gran especialidad del TSX es el financiamiento de proyectos
mineros a través de capital de riesgo, un sector preciado en el actual
periodo de auge del capitalismo financiero. Las bolsas de valores
canadienses son unos templos de la economía-casino, y su larga historia
es una cadena de fraudes y escándalos. Su reglamentación interna
siempre ha favorecido la especulación. Hoy en día, de las mil 600
mineras registradas en Toronto, la gran mayoría son juniors, es
decir, pequeñas empresas que se financian por acciones, sacan sus
ganancias de la especulación bursátil y se dedican a la identificación
de nuevos yacimientos.
Este oficio conlleva muchas incertidumbres: las
posibilidades de éxito de un proyecto de exploración son de una entre
500 o mil. Comprar acciones de una junior equivale a apostar a un número de ruleta. Cuando una junior
descubreun yacimiento rentable (en este juego las cartas suelen estar marcadas), su destino probable es venderse a una empresa major luego de una jugosa operación bursátil. A diferencia de las juniors, las majors disponen de los medios financieros, técnicos, humanos y políticos necesarios para explotar grandes minas. En la actualidad, la especulación en Toronto alrededor de las juniors es el gran impulsor de la expansión de la frontera minera alrededor del mundo. Verdaderos conquistadores modernos, las juniors no solamente realizan prospecciones geológicas, también exploran y preparan el terreno político y social. Se encargan del trabajo
sucioy de entregar a las majors yacimientos mineros
listos para desarrollar.
Pero
las mineras encuentran en Canadá una serie de otras ventajas con el
apoyo indefectible del gobierno y de las instituciones del Estado. En
el ámbito fiscal, existen disposiciones específicas para el sector, así
como incentivos a los fondos de pensión, las aseguradoras, los bancos,
los pequeños ahorristas y las instituciones financieras públicas para
que compren masivamente acciones de las empresas mineras. Por su lado,
la diplomacia y las diversas agencias canadienses de cooperación
brindan servicios financieros y políticos claves al sector minero. No
escatiman esfuerzos en presionar a las autoridades de países
extranjeros para que apoyen a las mineras canadienses, presentes en sus
territorios, reprimiendo y despojando a poblaciones recalcitrantes,
diseñando legislaciones a medida, preparando el territorio e
invirtiendo el dinero público en la construcción de infraestructuras
energéticas y de transportes. Además, la jurisprudencia muestra que los
tribunales canadienses nunca dan seguimiento cabal a eventuales
demandas en contra de mineras de Toronto en los casos de abusos y
crímenes que se les atribuyen. Esta impunidad, de hecho, ha sido
denunciada y documentada por organizaciones internacionales e incluso
en informes del Parlamento.
La jurisdicción canadiense permite tanto a empresas juniors como majors minimizar
sus costos sin tener que rendir cuentas sobre sus prácticas en el
terreno. Esta impunidad abre la puerta a exacciones múltiples en contra
de los pueblos, trabajadores y el medio ambiente. Asimismo, el control
mediático y las narrativas gubernamentales en favor de la megaminería terminan
convenciendo a los accionistas de la bolsa de Toronto y al público en
general de que tales acusaciones carecen de fundamento. Es así como
Canadá es para los empresarios mineros lo que Panamá es para los
armadores de buques: una jurisdicción sumamente amigable. Se trata de
un mineralo-estado que pone sus instituciones al servicio del
capital minero trasnacional, de un paraíso judicial para cualquier
empresario que quiera desarrollar un proyecto minero con el mínimo de
costos y el máximo de protección judicial.
* Autores de Paradis sous terre. Comment le Canada est devenu la plaque tournante de l’industrie minière mondiale, Rue de l’Echiquier-Ecosociété, París-Montreal.
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